Harriet Evans

Norberto, el ridgeback noruego

Sin embargo, Quirrell debía de ser más valiente de lo que habían pensado. En las semanas que siguieron se fue poniendo cada vez más delgada y pálida, pero no parecía que su voluntad hubiera cedido. Cada vez que pasaban por el pasillo del tercer piso, Harriet, Rose y Helmer apoyaban las orejas contra la puerta, para ver si Fluffy daba señales de vida, fuera lo que fuera, cuando empezaron se daban cuenta de que la criatura allí dentro, gruñía, lo que más les extrañó es que el sonido de los gruñidos parecían de perro, pero el volumen e intensidad indicaban que era una criatura enorme; ese par de pistas fueron suficientes para encender los ánimos de Helmer y que comenzara su actividad favorita, horas y horas de investigación en la biblioteca, pero su nueva búsqueda era cualquier referencia a algo parecido a perros gigantescos. Dicho sea de paso, tantas investigaciones en la biblioteca buscando a Flamel y ahora la criatura desconocida, tuvo maravillosos resultados en las calificaciones de las chicas, es decir, no habían alcanzado el nivel de Puckle, pero sí habían aumentado considerablemente su rendimiento académico sin darse cuenta, lo que, a vista de los profesores, era el resultado de la influencia positiva de Puckle, aunque claro, sus avances eran principalmente en Historia y Magizoología (lástima que no llevaban esa materia). Prince seguía con su habitual mal carácter, lo que seguramente significaba que la Piedra estaba a salvo. Cada vez que Harriet se cruzaba con Quirrell, le dirigía una sonrisa para darle ánimo, y Rose les decía a todos que no se rieran del tartamudeo de la profesora. Helmer, sin embargo, tenía en su mente otras cosas, además de la Piedra Filosofal y la criatura desconocida. Había comenzado a hacer horarios para repasar y a subrayar con diferentes colores sus apuntes. A Harriet y Rose eso no les habría importado, pero las fastidiaba todo el tiempo para que hicieran lo mismo.

—Helmer, faltan siglos para los exámenes.

—Diez semanas —replicó Helmer—. Eso no son siglos, es un segundo para Nicole Flamel.

—Pero nosotras no tenemos seiscientos años —le recordó Rose—. De todos modos, ¿para qué repasas si ya te lo sabes todo?

—¿Que para qué estoy repasando? ¿Estás loca? ¿Te has dado cuenta de que tenemos que pasar estos exámenes para entrar en segundo año? Son muy importantes, tendría que haber empezado a estudiar hace un mes, no sé lo que me pasó...

Pero desgraciadamente, los profesores parecían pensar lo mismo que Helmer. Les dieron tantos deberes que las vacaciones de Pascua no resultaron tan divertidas como las de Navidad. Era difícil relajarse con Helmer al lado, recitando los doce usos de la sangre de dragón o practicando movimientos con la varita. Quejándose y bostezando, Harriet y Rose pasaban la mayor parte de su tiempo libre en la biblioteca con él, tratando de hacer todo el trabajo suplementario y avanzar en la investigación.

—Nunca podré acordarme de todo esto, y creo que ya se me empiezan a mezclar los datos. —estalló Rose una tarde, arrojando la pluma y mirando por la ventana de la biblioteca con nostalgia. Era realmente el primer día bueno desde hacía meses. El cielo era claro, y las nomeolvides azules y el aire anunciaban el verano.

Harriet, que estaba buscando «díctamo» en Mil hierbas mágicas y hongos no levantó la cabeza hasta que oyó que Rose decía: —¡Hagrid! ¿Qué estás haciendo en la biblioteca? Hagrid apareció con aire desmañado, escondiendo algo detrás de la espalda. Parecía muy fuera de lugar; con su abrigo de piel de topo.

—Estaba mirando —dijo con una voz evasiva que les llamó la atención—. ¿Y vosotros qué hacéis? —De pronto pareció sospechar algo—. No estaréis buscando todavía a Nicole Flamel, ¿no?

—Oh, la encontramos hace siglos —dijo Rose con aire grandilocuente—. Y también sabemos que la criatura que custodia es una especie de perro gigante y que cuida la Piedra Fi...