La Leyenda de la Cámara de los Secretos

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—¿Qué pasa aquí? ¿Qué pasa?

Atraída sin duda por el grito de Rosier, Agnes Filch se abría paso a empujones. Vio al Señor Norris y se echó atrás, llevándose horrorizada las manos a la cara.

—¡Mi gato! ¡Mi gato! ¿Qué le ha pasado al Señor Norris? —chilló.

—¡Agnes!

Había llegado Dumbledore, seguida de otros profesores. En unos segundos, pasó por delante de Harriet, Rose y Helmer y sacó al Señor Norris de la argolla.

—Ven conmigo, Agnes —dijo a Filch—. Todos vayan a sus dormitorios – dijo al alumnado.

Lockhart se adelantó algo asustada.

—Mi despacho es el más próximo, directora, nada más subir las escaleras. Puede disponer de él.

—Gracias, Gillian —respondió Dumbledore.

La silenciosa multitud se apartó para dejarles paso. Lockhart, nerviosa y dándose importancia, siguió a Dumbledore a paso rápido; lo mismo hicieron el profesor Ross y la profesora Prince. Todos los demás, a regañadientes, regresaron a sus salas comunes, pero poca gente se fue a dormir. Todo el mundo especulaba sobre lo que había pasado.

Al día siguiente, los rumores no se hicieron esperar, los detalles no estaban claros, pero para el mediodía ya se sabían dos cosas seguras: el gato estaba muerto, y lo que sea que le produjo la muerte fue magia oscura muy poderosa, pues ni la mismísima Dumbledore había logrado determinar la causa de muerte. Aun así, la profesora Lockhart no se abstenía de opinar desde su "vasta experiencia" a cualquiera que le prestara oídos.

—Puede concluirse que fue un hechizo lo que le produjo la muerte..., quizá la Tortura Metamórfica. He visto muchas veces sus efectos. Es una pena que no me encontrara allí, porque conozco el contrahechizo que lo habría salvado. – decía por la tarde a un impresionado grupo de primero durante el receso. —... Recuerdo que sucedió algo muy parecido en Uagadugú —dijo Lockhart con aires protagónicos—, una serie de ataques. La historia completa está en mi autobiografía. Pude proveer al poblado de varios amuletos que acabaron con el peligro inmediatamente.

Los sollozos sin lágrimas, convulsivos, de Filch la acompañaron todo el día. Pese a lo mucho que detestaba a Filch, Harriet no pudo evitar sentir compasión por ella.

—Todo el asunto es muy raro—admitió Harriet—. ¿Qué era lo que estaba escrito en el muro? «La cámara ha sido abierta.» ¿Qué querrá decir?

—El caso es que me suena un poco —dijo Rose despacio—. Creo que alguien me contó una vez una historia de que había una cámara secreta en Hogwarts...; a lo mejor fue Blair.

Durante unos días, en la escuela no se habló de otra cosa que de lo que le habían hecho al Señor Norris. Filch mantenía vivo el recuerdo en la memoria de todos haciendo guardia en el punto en que lo habían encontrado, como si pensara que el culpable volvería al escenario del crimen. Harriet le había visto fregar la inscripción del muro con el Quitamanchas mágico multiusos de mister Skower, pero no había servido de nada: las palabras seguían tan brillantes como el primer día. Cuando Filch no vigilaba el escenario del crimen, merodeaba por los corredores con los ojos enrojecidos, ensañándose con estudiantes que no tenían ninguna culpa e intentando castigarlos por faltas imaginarias como «respirar demasiado fuerte» o «estar contento». Gavriel Prewett parecía muy afectado por el destino del Señor Norris. Según Rose, era un gran amante de los gatos.

—Pero si no conocías al Señor Norris —le dijo Rose para animarlo—. La verdad es que estamos mucho mejor sin él. —A Gavriel le tembló el labio—. Cosas como éstas no suelen suceder en Hogwarts. Atraparán al que haya sido y lo echarán de aquí inmediatamente. —pero pareció no convencerle porque Gavriel se veía demasiado pálido.

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora