Quidditch

80 9 3
                                    

Cuando empezó el mes de noviembre, el tiempo se volvió muy frío. Las montañas cercanas al colegio adquirieron un tono gris de hielo y el lago parecía de acero congelado. Cada mañana, el parque aparecía cubierto de escarcha.

Por las ventanas de arriba veían a Hagrid descongelando las escobas en el campo de quidditch, enfundada en un enorme abrigo de piel de topo, guantes de pelo de conejo y enormes botas de piel de castor.

Iba a comenzar la temporada de quidditch. Aquel sábado, Harriet jugaría su primer partido, después de semanas de entrenamiento: Gryffindor contra Slytherin. Si Gryffindor ganaba, pasarían a ser segundos en el campeonato de las casas.

Casi nadie había visto jugar a Harriet, porque Wood había decidido que sería su arma secreta. Harriet también debía mantenerlo en secreto. Pero la noticia de que iba a jugar como buscadora se había filtrado, y Harriet no sabía qué era peor: que le dijeran que lo haría muy bien o que sería un desastre.

Era realmente una suerte que Harriet tuviera a Rose como amiga, le apoyaba y daba consejos, sabía mucho de quidditch, no en balde, casi todas sus hermanas habían jugado. El único problema era mantenerse al día con sus deberes, con todo el entrenamiento de quidditch que Wood le exigía, y en eso en particular, Rose no era de mucha ayuda.

En una ocasión, en el patio, Harriet se dio cuenta de que Prince cojeaba. Eso le llamó un poco la atención y se preguntó qué le habría pasado.

— Tal vez solo se cayó por las escaleras. —opinó Rose mientras Harriet le contaba.— Fue una lástima que no se torciera también el cuello.

— No sé, pero espero que le duela mucho —dijo Harriet con amargura.

Harriet se fue a la cama, pero no podía dormir por los nervios. Nell roncaba con fuerza. Trató de no pensar en nada (necesitaba dormir; debía hacerlo, tenía su primer partido de quidditch en pocas horas) pero la emoción y la presión de su debut como buscadora eran difíciles de ignorar.

La mañana siguiente amaneció muy brillante y fría. El Gran Comedor estaba inundado por el delicioso aroma de las salchichas fritas y las alegres charlas de todos, que esperaban un buen partido de quidditch.

— Tienes que comer algo para el desayuno.

— No quiero nada.

— Aunque sea un pedazo de tostada —suplicó Rose.

— No tengo hambre.

Harriet se sentía muy mal. En cualquier momento echaría a andar hacia el terreno de juego.

—Harriet, necesitas fuerza —dijo Samantha Finnigan—. Los únicos que el otro equipo marca son los buscadores.

—Gracias, Samantha —respondió Harriet, observando cómo llenaba de salsa de tomate sus salchichas.

A las once de la mañana, todo el colegio parecía estar reunido alrededor del campo de quidditch. Muchos alumnos tenían prismáticos. Los asientos podían elevarse pero, incluso así, a veces era difícil ver lo que estaba sucediendo.

Rose se reunió con Samantha y Dana en la grada más alta. Helmer se mantuvo en una esquina baja, solo, leía un libro mientras comenzaba el partido.

Para darle una sorpresa a Harriet, sus amigas habían transformado en pancarta una de las sábanas que Sahara había estropeado. Decía: «Evans; presidenta», y Dana, que dibujaba bien, había trazado un gran león de Gryffindor.

Mientras tanto, en los vestuarios, Harriet y el resto del equipo se estaban cambiando para ponerse las túnicas color escarlata de quidditch (Slytherin jugaba de verde).

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora