Nicole Flamel

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Dumbledore había convencido a Harriet de que no buscara otra vez el espejo de Oesed, y durante el resto de las vacaciones de Navidad la capa invisible permaneció doblada en el fondo de su baúl. Harriet deseaba poder olvidar lo que había visto en el espejo, pero no pudo. Comenzó a tener pesadillas. Una y otra vez, soñaba que sus padres desaparecían en un rayo de luz verde, mientras una voz aguda se reía.

—¿Te das cuenta? Dumbledore tenía razón. Ese espejo te puede volver loca. —dijo Rose, cuando Harriet le contó sus sueños.

Helmer, que volvió el día anterior al comienzo de las clases, consideró las cosas de otra manera. Estaba dividido entre el horror de la idea de Harriet vagando por el colegio tres noches seguidas («¡Si Filch te hubiera atrapado!») y desilusionado porque finalmente no hubieran descubierto quién era Nicole Flamel.

Ya casi habían abandonado la esperanza de descubrir a Flamel en un libro de la biblioteca, aunque Harriet estaba segura de haber leído el nombre en algún lado. Cuando empezaron las clases, volvieron a buscar en los libros durante diez minutos durante los recreos. Harriet tenía menos tiempo que ellos, porque los entrenamientos de quidditch habían comenzado también.

Wood los hacia trabajar más duramente que nunca. Ni siquiera la lluvia constante que había reemplazado a la nieve podía doblegar su ánimo. Las Prewett se quejaban de que Wood se había convertido en una fanática, pero Harriet estaba de acuerdo con Wood. Si ganaban el próximo partido contra Hufflepuff, podrían alcanzar a Slytherin en el campeonato de las casas, por primera vez en siete años. Además de que deseaba ganar; Harriet descubrió que tenía menos pesadillas cuando estaba cansada por el ejercicio.

Entonces, durante un entrenamiento en un día especialmente húmedo y lleno de barro, Wood les dio una mala noticia. Se había enfadado mucho con las Prewett, que se tiraban en picado y fingían caerse de las escobas.

—¡Dejad de hacer tonterías! —gritó— ¡Ésas son exactamente las cosas que nos harán perder el partido! ¡Esta vez el árbitro será Prince, y buscará cualquier excusa para quitar puntos a Gryffindor!

Grace Prewett, al oír esas palabras, casi se cayó de verdad de su escoba.

—¿Prince va a ser el árbitro? —Escupió un puñado de barro— ¿Cuándo ha sido árbitro en un partido de quidditch? No será imparcial si nosotros podemos sobrepasar a Slytherin.

El resto del equipo se acercó a Grace para quejarse.

—No es culpa mía. —dijo Wood— Lo que tenemos que hacer es estar seguros de jugar limpio, así no le daremos excusa a Prince para marcarnos faltas.

Todo aquello estaba muy bien, pensó Harriet; pero ella tenía otra razón para no querer estar cerca de Prince mientras jugaba a quidditch.

Los demás jugadores se quedaron, como siempre, para charlar entre ellos al finalizar el entrenamiento, pero Harriet se dirigió directamente a la sala común de Gryffindor; donde encontró a Rose y Helmer jugando al ajedrez. El ajedrez era la única cosa a la que Helmer había perdido, algo que Harriet y Rose consideraban muy beneficioso para su ego.

—No me hables durante un momento. —dijo Rose, cuando Harriet se sentó al lado— Necesito concen... —vio el rostro de Harriet— ¿Qué te sucede? Tienes una cara terrible.

En tono bajo, para que nadie más los oyera, Harriet les explicó el súbito y siniestro deseo de Prince de ser árbitro de quidditch.

—No juegues. —dijo de inmediato Helmer.

—Diles que estás enferma. —añadió Rose.

—Finge que se te ha roto una pierna. —sugirió Helmer.

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora