Lechuzas mensajeras

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Harriet Evans era, en muchos sentidos, una chica diferente. Por un lado, las vacaciones de verano le gustaban menos que cualquier otra época del año. Y por otro, deseaba de verdad hacer los deberes, pero tenía que hacerlos a escondidas, muy entrada la noche. Y, además, Harriet Evans era una bruja.

Era casi medianoche y estaba tumbada en la cama, boca abajo, tapada con las mantas hasta la cabeza, como en una tienda de campaña. En una mano tenía la linterna y, abierto sobre la almohada, había un libro grande, encuadernado en piel ("Historia de la Magia", de Adalberta Waffling). Harriet recorría la página con la punta de su pluma de águila, con el entrecejo fruncido, buscando algo que sirviera para su redacción sobre "La inutilidad de la quema de brujas en el siglo XIV".

La pluma se detuvo en la parte superior de un párrafo que podía serle útil. Harriet se subió las gafas redondas, acercó la linterna al libro y leyó:

En la Edad Media, los no magos (comúnmente denominados muggles) sentían hacia la magia un especial temor, pero no eran muy duchos en reconocerla. En las raras ocasiones en que capturaban a un auténtico brujo o bruja, la quema carecía en absoluto de efecto. La bruja o el brujo realizaba un sencillo encantamiento para enfriar las llamas y luego fingía que se retorcía de dolor mientras disfrutaba del suave cosquilleo. A William El hechicero le gustaba tanto ser quemado que se dejó capturar no menos de 47 veces con distintos aspectos.

Harriet se puso la pluma entre los dientes y buscó bajo la almohada el tintero y un rollo de pergamino. Lenta y cuidadosamente, destapó el tintero, mojó la pluma y comenzó a escribir, deteniéndose a escuchar de vez en cuando, porque si alguno de los Evans, al pasar hacia el baño, oía el rasgar de la pluma, seguramente la encerrarían bajo llave hasta el fin del verano en el armario bajo las escaleras.

La familia Evans era el motivo de que Harriet no pudiera tener buenas vacaciones de verano. Tía Bernardina, tío Peter y su hija Dulcie eran los únicos parientes vivos de Harriet. Eran muggles, y su actitud hacia la magia era muy medieval. En casa de los Evans nunca se mencionaba a los difuntos padres de Harriet, que habían sido brujos. Durante años, tío Peter y tía Bernardina habían albergado la esperanza de extirpar lo que Harriet tenía de bruja, teniéndola bien sujeta. Les irritaba no haberlo logrado y vivían con el temor de que alguien pudiera descubrir que Harriet había pasado la mayor parte de los últimos dos años en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Lo único que podían hacer los Evans era guardar bajo llave los libros de hechizos, la varita mágica, el caldero y la escoba al inicio de las vacaciones de verano, y prohibirle que hablará con los vecinos.

Para Harriet había representado un grave problema que le quitaran los libros, porque los profesores de Hogwarts le habían puesto muchos deberes para el verano. Uno de los trabajos menos agradables, sobre pociones para encoger; era para la profesora menos estimada por Harriet, Prince, que estaría encantada de tener una excusa para castigar a Harriet durante un mes.

Así que, durante la primera semana de vacaciones, Harriet aprovechó la oportunidad: mientras tía Bernardina, tío Peter y Dulcie estaban en el jardín admirando el nuevo coche de la empresa de tío Peter (en voz muy alta, para que el vecindario se enterara), Harriet fue a la planta baja, forzó la cerradura del armario de debajo de las escaleras, cogió algunos libros y los escondió en su habitación. Mientras no dejara manchas de tinta en las sábanas, los Evans no tendrían por qué enterarse de que aprovechaba las noches para estudiar magia.

Harriet no quería problemas con sus tíos y menos en aquellos momentos, porque estaban enfadados con ella, y todo porque, cuando llevaba una semana de vacaciones, había recibido una llamada telefónica de una compañera bruja.

Rose Prewett, que era una de las mejores amigas de Harriet, procedía de una familia de magos. Esto significaba que sabía muchas cosas que Harriet ignoraba, pero nunca había utilizado el teléfono.

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora