Como Harriet no sabía cuánto tiempo tendría que estar bañándose para desentrañar el enigma del huevo de oro, decidió hacerlo de noche, cuando podría tomarse todo el tiempo que quisiera. Aunque no le hacía gracia aceptar más favores de Celia, decidió también utilizar el cuarto de baño de los prefectos, porque muy pocos tenían acceso a él y era mucho menos probable que la molestaran allí.
Harriet planeó cuidadosamente su incursión. Filch, la conserje, la había pillado una vez levantada de la cama y paseando en medio de la noche por donde no debía, y no quería repetir aquella experiencia. Desde luego, la capa invisible sería esencial, y, para más seguridad, Harriet decidió llevar el mapa del merodeador, que, juntamente con la capa, constituía la más útil de sus pertenencias cuando se trataba de quebrantar normas.
El mapa mostraba todo el castillo de Hogwarts, incluyendo sus muchos atajos y pasadizos secretos y, lo más importante de todo, señalaba a la gente que había dentro del castillo como minúsculas motas acompañadas de un cartelito con su nombre. Las motitas se movían por los corredores en el mapa, de forma que Harriet se daría cuenta de antemano si alguien se aproximaba al cuarto de baño.
El jueves por la noche, Harriet fue furtivamente a su habitación, se puso la capa, volvió a bajar la escalera y esperó a que abrieran el hueco del retrato. Rose esperaba fuera para darle al Señor Gordo la contraseña («Buñuelos de plátano»).
-Buena suerte -le susurró Rose, entrando en la sala común mientras Harriet salía.
En aquella ocasión resultaba difícil moverse bajo la capa con el pesado huevo en un brazo y el mapa sujeto delante de la nariz con el otro. Pero los corredores estaban iluminados por la luz de la luna, vacíos y en silencio, y consultando el mapa de vez en cuando Harriet se aseguraba de no encontrarse con nadie a quien quisiera evitar.
Cuando llegó a la estatua de Brenda, la Desconcertada -una bruja con pinta de andar perdida, con los guantes colocados al revés, el derecho en la mano izquierda y viceversa- localizó la puerta, se acercó a ella y, tal como le había indicado Celia, susurró la contraseña:
-«Frescura de pino.»
La puerta chirrió al abrirse. Harriet se deslizó por ella, echó el cerrojo después de entrar y, mirando a su alrededor, se quitó la capa invisible. Su reacción inmediata fue pensar que merecía la pena llegar a prefecto sólo para poder utilizar aquel baño. Estaba suavemente iluminado por una espléndida araña llena de velas, y todo era de mármol blanco, incluyendo lo que parecía una piscina vacía de forma rectangular, en el centro de la habitación. Por los bordes de la piscina había unos cien grifos de oro, cada uno de los cuales tenía en la llave una joya de diferente color. Había asimismo un trampolín, y de las ventanas colgaban largas cortinas de lino blanco. En un rincón vio un montón de toallas blancas muy mullidas, y en la pared un único cuadro con marco dorado que representaba una sirena rubia profundamente dormida sobre una roca; el largo pelo, que le caía sobre el rostro, se agitaba cada vez que resoplaba.
Harriet avanzó mirando a su alrededor. Sus pasos hacían eco en los muros. A pesar de lo magnífico que era el cuarto de baño, y de las ganas que tenía de abrir algunos de los grifos, no podía disipar el recelo de que Celia le hubiera tomado el pelo. ¿En qué iba a ayudarla aquello a averiguar el misterio del huevo? Aun así, puso al lado de la piscina la capa, el huevo, el mapa y una de las mullidas toallas, se arrodilló y abrió unos grifos.
Se dio cuenta enseguida de que el agua llevaba incorporados diferentes tipos de gel de baño, aunque eran geles distintos de cualesquiera que hubiera visto Harriet antes. Por uno de los grifos manaban burbujas de color rosa y azul del tamaño de balones de fútbol; otro vertía una espuma blanca como el hielo y tan espesa que Harriet pensó que podría soportar su peso si hacia la prueba; de un tercero salía un vapor de color púrpura muy perfumado que flotaba por la superficie del agua. Harriet se divirtió un rato abriendo y cerrando los grifos, disfrutando especialmente de uno cuyo chorro rebotaba por la superficie del agua formando grandes arcos. Luego, cuando la profunda piscina estuvo llena de agua, espuma y burbujas (lo que, considerando su tamaño, llevó un tiempo muy corto), Harriet cerró todos los grifos, se quitó la bata, el pijama y las zapatillas, y se metió en el agua. Era tan profunda que apenas llegaba con los pies al fondo, e hizo un par de largos antes de volver a la orilla y quedarse mirando el huevo.
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Harriet Evans
FantasyUniverso alterno en el que todos los sexos están cruzados, la cuestión es que tan diferente sería la historia original cambiando los sexos, obviamente muchas cosas cambiarían pero, ¿el final sería distinto? Nota importante: La tradición inglesa solo...