La primera prueba

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Cuando se levantó el domingo por la mañana, Harriet puso tan poca atención al vestirse que tardó un rato en darse cuenta de que estaba intentando meter un pie en el sombrero en vez de hacerlo en el calcetín. Cuando por fin se hubo puesto todas las prendas en las partes correctas del cuerpo, salió aprisa para buscar a Helmer, y lo encontró a la mesa de Gryffindor del Gran Comedor, desayunando con Rose. Demasiado intranquila para comer, Harriet aguardó a que Helmer se tomara la última cucharada de gachas de avena y se lo llevó para entrenar con él. Entrenaron todo el día, sin ningún progreso. Harriet apenas durmió aquella noche.

Cuando despertó la mañana del lunes, pensó seriamente, por vez primera, en escapar de Hogwarts. Pero en el Gran Comedor, a la hora del desayuno, miró a su alrededor y pensó en lo que dejaría si se fuera del castillo, y se dio cuenta de que no podía hacerlo. Era el único sitio en que había sido feliz... Bueno, seguramente también había sido feliz con sus padres, pero de eso no se acordaba. En cierto modo, fue un alivio comprender que prefería quedarse y enfrentarse al dragón a volver a Privet Drive con Dulcie. La hizo sentirse más tranquila. Terminó con dificultad el tocino (nada le pasaba bien por la garganta) y, al levantarse de la mesa con Helmer y Rose, vio a Celia Diggory dejando la mesa de Hufflepuff. Celia seguía sin saber lo de los dragones.

-Nos vemos en el invernadero -le dijo Harriet a sus amigos, tomando una decisión al ver a Celia dejar el Gran Comedor-. Vayan hacia allí; ya los alcanzaré.

-Llegarás tarde, Harriet. Está a punto de sonar la campana. -advirtió Helmer.

-Los alcanzaré, ¿vale?

Cuando Harriet llegó a la escalinata de mármol, Celia ya estaba al final de ella, acompañada por unos cuantos amigos de sexto curso. Harriet no quería hablar con Celia delante de ellos, porque eran de los que le repetían frases del artículo de Ryan Skeeter cada vez que la veían. La siguió a cierta distancia, y vio que se dirigía hacia el corredor donde se hallaba el aula de Encantamientos. Eso le dio una idea. Deteniéndose a una distancia prudencial de ellos, sacó la varita y apuntó con cuidado.

-¡Diffindo!

A Celia se le rasgó la mochila. Libros, plumas y rollos de pergamino se esparcieron por el suelo, y varios frascos de tinta se rompieron.

-No os molestéis -dijo Celia, irritada, a sus amigos cuando se inclinaron para ayudarla a recoger las cosas-. Decidle a Flitwick que no tardaré, vamos.

Aquello era lo que Harriet había pretendido. Se guardó la varita en la túnica, esperó a que los amigos de Celia entraran en el aula y se apresuró por el corredor, donde sólo quedaban Celia y ella.

-Hola -la saludó Celia, recogiendo un ejemplar de Guía de la transformación, nivel superior salpicado de tinta-. Se me acaba de descoser la mochila... a pesar de ser nueva.

-Celia -le dijo Harriet sin más preámbulos-, la primera prueba son dragones.

-¿Qué? -exclamó Celia, levantando la mirada.

-Dragones -repitió Harriet.

Celia la miró. Harriet vio en sus grises ojos parte del pánico que la embargaba a ella desde el sábado.

-¿Estás segura? -inquirió Celia en voz baja.

-Completamente. -respondió Harriet.

-Pero, ¿cómo te enteraste? Se supone que no podemos saber...

-No importa. -contestó Harriet con premura. Sabía que, si decía la verdad, Hagrid se vería en apuros.

Celia se levantó con los brazos llenos de plumas, pergaminos y libros manchados de tinta y la bolsa rasgada colgando y balanceándose de un hombro. Miró a Harriet con una mirada desconcertada y algo suspicaz.

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora