La historia de Beatrice Black

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Una de las mejores consecuencias de la prueba fue que después todo el mundo estaba deseando conocer los detalles de lo ocurrido bajo el agua, lo que supuso que, por una vez, Rose compartiera el protagonismo con Harriet. Ésta notó que la versión que Rose daba de los hechos cambiaba sutilmente cada vez que los contaba. Al principio dijo lo que parecía ser más o menos la verdad: Dumbledore había reunido en el despacho del profesor Ross a todos los futuros rehenes y, después de asegurarles que no les pasaría nada y que despertarían al salir del agua, los había dormido mediante un hechizo. Una semana después, sin embargo, Rose contaba un emocionante relato de secuestro en el que se enfrentaba ella sola a cincuenta tritones armados hasta los dientes, que habían tenido que reducirla antes de poder atarla.

—Pero yo tenía la varita oculta en la manga —le aseguraba a Rama Patil, que parecía más amable con Rose y le hablaba cada vez que se cruzaban por los corredores—. Si hubiera querido, podría haber raptado yo a esos atontados.

—¿Cuándo los ibas a raptar? ¿Mientras se mondaban de risa? —le preguntó Helmer, mordazmente.

Rose enrojeció hasta las orejas, y retomó la primera versión de los hechos.

Había empezado marzo, y el tiempo se hizo más seco, pero un viento terrible parecía despellejarles manos y cara cada vez que salían del castillo. Había retrasos en el correo porque el viento desviaba a las lechuzas del camino. Herman volvió el viernes por la mañana a la hora del desayuno con la mitad de las plumas revueltas. En cuanto Harriet le desprendió la carta de Serena, se escapó, temiendo que lo enviaran otra vez. La carta de Serena era casi tan corta como la anterior:

Id al paso de la cerca que hay al final de la carretera que sale de Hogsmeade (más allá de Dervish & Banges) el sábado a las dos en punto de la tarde.

Harriet plegó la carta, pensando. La verdad era que quería volver a ver a Serena. De forma que fue a la última clase de la tarde (doble hora de Pociones) mucho más contenta de lo que normalmente se sentía cuando bajaba la escalera que llevaba a las mazmorras.

En plena clase, llamaron a la puerta de la mazmorra.

—Pase —dijo Prince.

Toda la clase miró hacia la puerta. Entró la profesora Karkarov y se dirigió a la mesa de Prince. Parecía nerviosa.

—Tenemos que hablar —dijo Karkarov, abruptamente, cuando hubo llegado hasta Prince.

Parecía tan interesada en que nadie más entendiera lo que decía, que apenas movía los labios: daba la impresión de ser un ventrílocuo de poca monta. Sin apartar los ojos de las raíces de jengibre, Harriet trató de escuchar.

—Hablaremos después de clase, Karkarov... —susurró Prince, pero Karkarov la interrumpió.

—Quiero hablar ahora, no quiero que te escabullas, Selena. Me has estado evitando.

—Después de clase —repitió Prince.

Con el pretexto de levantar una taza de medición para ver si había echado en ella suficiente bilis de armadillo, Harriet les echó a ambas una mirada de soslayo. Karkarov parecía sumamente preocupada, y Prince, molesta. Karkarov permaneció detrás de la mesa de Prince durante el resto de la doble clase. Al parecer, quería evitar que Prince se le escapara al final.

Interesada en escuchar lo que Karkarov tenía que decir, Harriet derramó adrede su frasco de bilis de armadillo dos minutos antes de que sonara la campana, lo que le dio una excusa para agacharse tras el caldero a limpiar el suelo mientras el resto de la clase se dirigía ruidosamente hacia la puerta.

—¿Qué es eso tan urgente? —oyó que Prince le preguntaba a Karkarov en un susurro.

—Esto —dijo Karkarov.

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora