El Ministerio de Magia

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A la mañana siguiente, Harriet despertó de golpe a las cinco, como si alguien le hubiera gritado en la oreja. Se quedó unos instantes tumbada, inmóvil, mientras la perspectiva de la vista disciplinaria llenaba cada diminuta partícula de su cerebro; luego, incapaz de soportarlo más, saltó de la cama y se puso las gafas.

La señora Prewett le había dejado el vestido lavado y planchado a los pies de la cama. Harriet se vistió. El cuadro vacío de la pared rió por lo bajo. Rose estaba tirada en la cama, con la boca muy abierta, profundamente dormida. Ni siquiera se movió cuando Harriet cruzó la habitación, salió al rellano y cerró la puerta sin hacer ruido.

Procurando no pensar en la próxima vez que vería a Rose, cuando quizá ya no fueran compañeras de clase en Hogwarts, Harriet bajó la escalera, pasó por delante de los antepasados de Keira y se dirigió a la cocina. Se había imaginado que la encontraría vacía, pero cuando llegó a la puerta oyó un débil murmullo de voces al otro lado. Abrió y vio al señor y a la señora Prewett, Serena, Howell y Nissim sentados a la mesa como si estuvieran esperándola. Todos estaban vestidos para salir, excepto la señora Prewett, que llevaba una bata acolchada de color morado. La mujer se puso en pie de un brinco en cuanto Harriet entró en la cocina.

—Desayuno. —dijo, y sacó su varita y corrió hacia el fuego.

—B-buenos días, Harriet —la saludó Nissim con un bostezo. Esa mañana tenía el pelo rubio y rizado—. ¿Has dormido bien?

—Sí.

—Yo no he pe-pegado ojo —comentó él con otro bostezo que lo hizo estremecerse—. Ven y siéntate...

Apartó una silla, y al hacerlo derribó la de al lado.

—¿Qué te apetece comer, Harriet? —le preguntó la señora Prewett— ¿Gachas de avena? ¿Bollos? ¿Arenques ahumados? ¿Huevos con beicon? ¿Tostadas?

—Tostadas, gracias.

Howell miró a Harriet y luego, dirigiéndose a Nissim, le dijo:

—¿Qué decías de Scrimgeour?

—¡Ah, sí! Bueno, que tendremos que ir con cuidado; ha estado haciéndonos preguntas raras a Kirsten y a mí...

Harriet agradeció que no le pidieran que participara en la conversación. Tenía el estómago revuelto. La señora Prewett le puso delante un par de tostadas con mermelada; Harriet intentó comer, pero era como si masticara un trozo de alfombra.

La señora Prewett se sentó a su lado y empezó a arreglarle el vestido, escondiéndole la etiqueta y alisándole las arrugas de los hombros. Harriet habría preferido que no lo hiciera.

—... y tendré que decirle a Dumbledore que mañana no podré hacer el turno de noche, estoy demasiado ca-cansado. —terminó Nissim, bostezando otra vez.

—Ya te cubriré yo —se ofreció el señor Prewett—. No me importa, y de todos modos tengo que terminar un informe...

El señor Prewett no llevaba ropa de mago, sino unos pantalones de raya diplomática y una cazadora. Cuando terminó de hablar con Nissim miró a Harriet.

—¿Cómo te sientes? —la muchacha se encogió de hombros— Pronto habrá terminado todo —le aseguró con optimismo—. Dentro de unas horas estarás absuelta —Harriet no dijo nada—. La vista se celebrará en mi planta, en el despacho de Amery Bones. Es el jefe del Departamento de Seguridad Mágica, y el encargado de interrogarte.

—Amery Bones es buena persona, Harriet —afirmó Nissim con seriedad—. Es justo y te escuchará.

Harriet asintió con la cabeza; seguía sin ocurrírsele nada que decir.

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora