El baile de Navidad

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A pesar del sinfín de deberes que les habían puesto a los de cuarto para Navidad, a Harriet no le apetecía ponerse a trabajar al final del trimestre, y se pasó la primera semana de vacaciones disfrutando todo lo posible con sus compañeros. La Torre de Gryffindor seguía casi tan llena como durante el trimestre, y parecía más pequeña, porque sus ocupantes armaban mucho más jaleo aquellos días.

Freya y Grace habían cosechado un gran éxito con sus galletas de canarios, y durante los dos primeros días de vacaciones la gente iba dejando plumas por todas partes. No tuvo que pasar mucho tiempo, sin embargo, para que los de Gryffindor aprendieran a tratar con muchísima cautela cualquier cosa de comer que les ofrecieran los demás, por si había una galleta de canarios oculta, y Grace le confesó a Harriet que estaban desarrollando un nuevo invento. Harriet decidió no aceptar nunca de ellas ni una pipa de girasol.

En aquel momento nevaba copiosamente en el castillo y sus alrededores. El carruaje de Beauxbatons, de color azul claro, parecía una calabaza enorme, helada y cubierta de escarcha, junto a la cabaña de Hagrid, que a su lado era como una casita de chocolate con azúcar glass por encima, en tanto que el barco de Durmstrang tenía las portillas heladas y los mástiles cubiertos de escarcha.

Abajo, en las cocinas, los elfos domésticos se superaban a sí mismos con guisos calientes y sabrosos, y postres muy ricos. El único que encontraba algo de lo cual quejarse era François Delacour.

-Toda esta comida de «Hogwag» es demasiado pesada -lo oyeron decir una noche en que salían tras él del Gran Comedor (Rose se ocultaba detrás de Harriet, para que François no la viera)-. ¡No voy a «podeg lusig» la túnica!

-¡Ah, que tragedia! -se burló Helmer cuando François salía al vestíbulo-. Vaya ínfulas, ¿eh?

-¿Vas conmigo al baile, Helmer?

Rose le hacía aquella pregunta en los momentos más inesperados para ver si, al pillarlo por sorpresa, conseguía que le contestara que sí. Sin embargo, Helmer no hacía más que mirarla con el entrecejo fruncido y responder:

-No.

-¿Bromeas, Prewett? -dijo Rosier tras ellos-. ¿El sangre sucia de los dientes largos te rechazó? ¡Que horror! Me moriría de vergüenza, aunque también lo haría si dijera que sí. Lo que faltaba para tu familia, arruinar lo único bueno que tienen, la sangre.

Harriet y Rose se dieron la vuelta bruscamente, pero Helmer señaló arriba de la escalinata:

-¡Mirad!, ¡ha vuelto Herman!

La lechuza de Harriet, con un rollito de pergamino atado a la pata, iba hacia ellos. Harriet, desprendiéndole de la pata la respuesta de Serena, mientras sus amigos la seguían hacia el piso de arriba, se guardó la carta en el bolsillo, y se dieron prisa en subir a la Torre de Gryffindor para leerla.

En la Sala Común todos estaban demasiado ocupados celebrando las vacaciones para fijarse en ellos. Harriet, Rose y Helmer se sentaron lejos de todo el mundo, junto a una ventana oscura que se iba llenando poco a poco de nieve, y Harriet leyó en voz alta:

Querida Harriet:

Mi enhorabuena por haber superado la prueba del dragón. ¡El que metió tu nombre en el cáliz, quienquiera que fuera, no debe de estar nada satisfecho!

Aun así, no te confíes, Harriet. Sólo has superado una prueba. El que te hizo entrar en el Torneo tiene muchas más posibilidades de hacerte daño, si eso es lo que pretende. Ten los ojos abiertos (especialmente si está cerca esa de la que hemos hablado), y procura no meterte en problemas. Escríbeme. Sigo queriendo que me informes de cualquier cosa extraordinaria que ocurra.

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora