El primer día de clases

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A la mañana siguiente la tormenta se había ido a otra parte, aunque el techo del Gran Comedor seguía teniendo un aspecto muy triste. Durante el desayuno, unas nubes enormes del color gris del peltre se arremolinaban sobre las cabezas de los alumnos, mientras Harriet, Rose y Helmer examinaban sus nuevos horarios. Unos asientos más allá, Freya, Grace y Lena Jordan discurrían métodos mágicos de envejecerse y engañar al juez para poder participar en el Torneo de los tres magos.

-Hoy no está mal: fuera toda la mañana -dijo Rose, pasando el dedo por la columna del lunes de su horario-. Herbología con los de Hufflepuff y Cuidado de Criaturas Mágicas... ¡Maldita sea!, seguimos teniéndola con los de Slytherin...

-Y esta tarde dos horas de Adivinación -gruñó Harriet, observando el horario.

Adivinación era su materia menos apreciada, aparte de Pociones. El profesor Trelawney siempre estaba prediciendo la muerte de Harriet, cosa que a ella no le hacía ni pizca de gracia.

-Tendríais que haber abandonado esa asignatura como hice yo -dijo Helmer con énfasis, untando mermelada en la tostada-. De esa manera estudiaríais algo sensato, como Aritmancia.

-Estás volviendo a comer, según veo -dijo Rose, mirando a Helmer y las generosas cantidades de mermelada que añadía a su tostada, encima de la mantequilla.

-He llegado a la conclusión de que hay mejores medios de hacer campaña por los derechos de los elfos -repuso Helmer con altivez.

-Sí... y además tenías hambre -comentó Rose, sonriendo.

De repente, oyeron sobre ellos un batir de alas, y un centenar de lechuzas entró volando a través de los ventanales abiertos. Llevaban el correo matutino. Instintivamente, Harriet alzó la vista, pero no vio ni una mancha blanca entre la masa parda y gris. Las lechuzas volaron alrededor de las mesas, buscando a las personas a las que iban dirigidas las cartas y paquetes que transportaban. Un cárabo grande se acercó a Nell Longbottom y dejó caer un paquete sobre su regazo. A Nell casi siempre se le olvidaba algo. Al otro lado del Gran Comedor, el búho de Darcy Rosier se posó sobre su hombro, llevándole lo que parecía su acostumbrado suplemento de dulces y pasteles procedentes de su casa.

La primera sesión de Herbología la tuvieron en el Invernadero 3; el profesor Sprout mostró a la clase las plantas más feas que Harriet había visto nunca. Desde luego, no parecían tanto plantas como gruesas y negras babosas gigantes que salieran verticalmente de la tierra. Todas estaban algo retorcidas, y tenían una serie de bultos grandes y brillantes que parecían llenos de líquido.

-Son bubotubérculos -les dijo con énfasis el profesor Sprout-. Hay que exprimirlas, para recoger el pus...

-¿El qué? -preguntó Samantha Finnigan, con asco.

-El pus, Finnigan, el pus -dijo el profesor Sprout-. Es extremadamente útil, así que espero que no se pierda nada. Como decía, recogeréis el pus en estas botellas. Tenéis que poneros los guantes de piel de dragón, porque el pus de un bubotubérculo puede tener efectos bastante molestos en la piel cuando no está diluido.

Exprimir los bubotubérculos resultaba desagradable, pero curiosamente satisfactorio. Cada vez que se reventaba uno de los bultos, salía de golpe un líquido espeso de color amarillo verdoso que olía intensamente a petróleo. Lo fueron introduciendo en las botellas, tal como les había indicado el profesor Sprout, y al final de la clase habían recogido varios litros.

-El señor Pomfrey se pondrá muy contento -comentó el profesor Sprout, tapando con un corcho la última botella-. El pus de bubotubérculo es un remedio excelente para las formas más persistentes de acné. Les evitaría a los estudiantes tener que recurrir a ciertas medidas desesperadas para librarse de los granos.

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora