Momento incómodo

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A las doce del día siguiente, el baúl de Harriet ya estaba lleno de sus cosas del colegio y de sus posesiones más apreciadas: la capa invisible heredada de su madre, la escoba voladora que le había regalado Serena y el mapa encantado de Hogwarts que le habían dado Freya y Grace el curso anterior. Había vaciado de todo comestible el espacio oculto debajo de la tabla suelta de su habitación y repasado dos veces hasta el último rincón de su dormitorio para no dejarse olvidados ninguna pluma ni ningún libro de embrujos, y había despegado de la pared el calendario en que marcaba los días que faltaban para el 1 de septiembre, el día de la vuelta a Hogwarts.

El ambiente en el número 4 de Privet Drive estaba muy tenso. La inminente llegada a la casa de un grupo de brujos ponía nerviosos e irritables a los Evans. Tío Peter se asustó mucho cuando Harriet le informó de que los Prewett llegarían al día siguiente a las cinco en punto.

-Espero que le hayas dicho a esa gente que se vista adecuadamente -gruñó de inmediato-. He visto cómo van. Deberían tener la decencia de ponerse ropa normal.

Harriet tuvo un presentimiento que le preocupó. Muy raramente había visto a los padres de Rose vistiendo algo que los Evans pudieran calificar de «normal». Los hijos a veces se ponían ropa muggle durante las vacaciones, pero los padres llevaban generalmente túnicas largas en diversos estados de deterioro. A Harriet no le inquietaba lo que pensaran los vecinos, pero sí lo desagradables que podían resultar los Evans con los Prewett si aparecían con el aspecto que aquéllos reprobaban en los brujos. Tío Peter se había puesto su mejor traje. Alguien podría interpretarlo como un gesto de bienvenida, pero Harriet sabía que lo había hecho para impresionar e intimidar. Dulcie, por otro lado, parecía algo disminuida, aún más de lo normal, debido al pánico.

La comida transcurrió casi en total silencio. Dulcie ni siquiera protestó por ella. Tía Bernardina no probó bocado. Tenía los brazos cruzados, los labios fruncidos, y se mordía la lengua como masticando la furiosa reprimenda que hubiera querido echarle a Harriet.

-Vendrán en coche, espero -dijo a voces tío Peter desde el otro lado de la mesa.

-Ehhh... -Harriet no supo qué contestar.

La verdad era que no había pensado en aquel detalle. Tenían el viejo Ford Anglia, aunque lo usaban poco, solo para ir a la estación de tren ¿Lo usarían también para ir por ella?

-Creo que sí -respondió al final.

Tío Peter resopló. Normalmente hubiera preguntado qué coche tenía el señor Prewett, porque solía juzgar a los demás hombres por el tamaño y precio de su automóvil. Pero, en opinión de Harriet, a tío Peter no le gustaría el señor Prewett, aunque tuviera un Ferrari.

Harriet pasó la mayor parte de la tarde en su habitación. No podía soportar la visión de tía Bernardina escudriñando a través de los visillos cada pocos segundos, como si hubieran avisado que andaba suelto un rinoceronte.

A las cinco menos cuarto Harriet volvió a bajar y entró en la sala. Tía Bernardina colocaba y recolocaba los cojines de manera compulsiva. Tío Peter hacía como que leía el periódico, pero no movía los grandes ojos, y Harriet supuso que en realidad escuchaba con total atención por si oía el ruido de un coche. Dulcie estaba hundida en un sillón, con las manos puestas debajo de ella.

Incapaz de aguantar la tensión que había en el ambiente, Harriet salió de la habitación y se fue al recibidor, a sentarse en la escalera, con los ojos fijos en el reloj y el corazón latiéndole muy rápido por la emoción y los nervios. Pero llegaron las cinco en punto... y pasaron. Tío Peter, sudando ligeramente dentro de su traje, abrió la puerta de la calle, escudriñó a un lado y a otro, y volvió a meter la cabeza en la casa.

-¡Se retrasan! -le gruñó a Harriet.

-Ya lo sé -murmuró Harriet-. A lo mejor hay problemas de tráfico, yo qué sé.

Las cinco y diez... las cinco y cuarto... Harriet ya empezaba a preocuparse. A las cinco y media oyó a tío Peter y a tía Bernardina rezongando en la sala de estar.

-No tienen consideración.

-Podríamos haber tenido un compromiso.

-Tal vez creen que llegando tarde los invitaremos a cenar.

-Ni soñarlo -dijo tío Peter. Harriet lo oyó ponerse en pie y caminar nerviosamente por la sala-. Recogerán a la chica y se irán. No se entretendrán. Eso... si es que vienen. A lo mejor se han confundido de día. Me atrevería a decir que la gente de su clase no le da mucha importancia a la puntualidad. O bien, es que en vez de coche tienen una cafetera que se les ha averiado.

En esa perorata estaba cuando Harriet vio por la ventana al viejo Ford Anglia estacionándose frente a la casa de los Evans, Harriet suspiró de alivio, no solo porque al fin habían llegado, sino porque venían en coche. Harriet fue a abrir la puerta y sus tíos se posicionaron detrás de ella, no tanto como para darles la bienvenida sino más con la intención de crear un muro humano para evitar que entren. Del auto salieron el señor Prewett y sus hijas Freya, Grace y Rose. Tío Peter no pudo evitar sonreír burlonamente al comparar que su carro no se asemejaba ni en precio ni en lujo al que tenía guardado en su garaje.

-Al fin llegamos, disculpen la tardanza, venimos de muy lejos y como no estoy tan acostumbrado a conducir, el auto lo guardamos solamente para este tipo de ocasiones -dijo el señor Prewett, quien no se daba cuenta de lo nerviosos que puso a los Evans diciendo aquellas cosas tan ambiguas en el patio, donde podrían escucharlo los vecinos-. ¡Ah, ustedes deben de ser los tíos de Harriet!

Bajo, regordete y pelirrojo, se dirigió hacia tío Peter con la mano tendida, pero tío Peter retrocedió unos pasos para alejarse de él.

-No sé si debimos ser, pero sí, somos sus tíos -dijo el tío Peter, observando por encima del hombro del señor Prewett su vieja cafetera, como él la llamaría-. Bien, aquí está la chica... y su equipaje -dijo, pasándole ambas cosas al señor Prewett-, nos vemos el próximo verano.

Acto seguido, cerró la puerta y les dejó solos fuera de la casa.

-¡Hola, Harriet! -saludó alegremente el señor Prewett después de un breve momento de claro desconcierto perfectamente bien reflejado en su rostro-. ¿Lista para irnos?

-Sí, muchas gracias por invitarme... disculpe a mis tíos -respondió Harriet, apenada.

-No te preocupes, ya nos habías advertido que podrían ser... difíciles -dijo el señor Prewett-. Bien. Será mejor darnos prisa.

Y así, comenzaba su viaje hacia el verano más divertido de toda su vida.

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora