La recelosa rutina

37 5 2
                                    

El verano estaba a punto de llegar a los campos que rodeaban el castillo. El cielo y el lago se volvieron del mismo azul claro y en los invernaderos brotaron flores como repollos. Pero sin poder ver a Hagrid desde las ventanas del castillo, cruzando el campo a grandes zancadas con Fern detrás, a Harriet aquel paisaje no le gustaba; y lo mismo podía decirse del interior del castillo, donde las cosas iban de mal en peor. Harriet y Rose habían intentado visitar a Helmer, pero incluso las visitas a la enfermería estaban prohibidas.

—No podemos correr más riesgos —les dijo severamente el señor Pomfrey a través de la puerta entreabierta—. No, lo siento, hay demasiado peligro de que pueda volver el agresor para acabar con esta gente.

Ahora que Dumbledore no estaba, el miedo se había extendido más aún, y el Sol que calentaba los muros del castillo parecía detenerse en las ventanas con parteluz. Apenas se veía en el colegio un rostro que no expresara tensión y preocupación, y si sonaba alguna risa en los corredores, parecía estridente y antinatural, y enseguida era reprimida.

Además, se añadía la incomodidad de que no les dejaban ir solos a ningún lado, sino que tenían que desplazarse siempre en grupo con los alumnos de Gryffindor. La mayoría de los estudiantes parecían agradecer que los profesores los acompañaran siempre de clase en clase, pero a Harriet le resultaba muy fastidioso.

Había una persona, sin embargo, que parecía disfrutar plenamente de aquella atmósfera de terror y recelo. Darcy Rosier se pavoneaba por el colegio como si acabaran de darle el Premio Anual. Unos quince días después de que se hubieran ido Dumbledore y Hagrid, estando sentada detrás de Harriet en clase de Pociones, ésta le oyó regodearse de la situación ante Crabbe y Goyle:

—Siempre pensé que mi padre sería el que echara a Dumbledore —dijo, sin preocuparse de hablar en voz baja—. Ya os dije que él opina que Dumbledore ha sido la peor directora que ha tenido nunca el colegio. Quizá ahora tengamos un director decente, alguien que no quiera que se cierre la Cámara de los Secretos. Ross no durará mucho, sólo está de forma provisional...

Prince pasó al lado de Harriet sin hacer ningún comentario sobre el asiento y el caldero solitarios de Helmer.

—Señorita —dijo Rosier en voz alta—, señorita, ¿por qué no solicita usted el puesto de directora?

—Venga, venga, Rosier —dijo Prince, aunque no pudo evitar sonreír con sus finos labios—. La profesora Dumbledore sólo ha sido suspendida de sus funciones por el Consejo Escolar. Me atrevería a decir que volverá a estar con nosotros muy pronto.

—Ya —dijo Rosier, con una sonrisa de complicidad—. Espero que mi padre le vote a usted, señorita, si solicita el puesto. Le diré que usted es la mejor profesora del colegio, señorita.

Prince paseaba sonriente por la mazmorra, afortunadamente sin ver a Samantha Finnigan, que hacía como que vomitaba sobre el caldero.

—Me sorprende que los sangre sucia no hayan hecho ya todos el equipaje —prosiguió Rosier—. Apuesto cinco galeones a que el próximo muere. Qué pena que no sea Puckle...

La campana sonó en aquel momento, y fue una suerte, porque al oír las últimas palabras, Rose había saltado del asiento para abalanzarse sobre Rosier, aunque con el barullo de recoger libros y bolsas, su intento pasó inadvertido.

—Dejadme —protestó Rose cuando la sujetaron entre Harriet y Dana—. No me preocupa, no necesito mi varita mágica, la voy a matar con las manos...

—Daos prisa, he de llevaros a Herbología —les gritó Prince, y salieron en doble hilera, con Harriet, Rose y Dana en la cola, la segunda intentando todavía liberarse.

Sólo la soltaron cuando Prince se quedó en la puerta del castillo y los Gryffindor continuaron por la huerta hacia los invernaderos. La clase de Herbología resultó triste, porque había dos alumnos menos: Jasmine y Helmer. El profesor Sprout los puso a todos a podar las higueras de Abisinia, que daban higos secos. Harriet fue a tirar un brazado de tallos secos al montón del abono y se encontró de frente con Erin Black. Erin respiró hondo y dijo, muy formalmente:

—Sólo quiero que sepas, Harriet, que lamento haber sospechado de ti. Sé que nunca atacarías a Helmer Puckle y te quiero pedir disculpas por todo lo que dije. Ahora estamos en el mismo barco y.... bueno...

Avanzó una mano regordeta y Harriet la estrechó. Erin y su amigo Hunter se pusieron a trabajar en la misma higuera que Rose y Harriet.

—Esa tal Darcy Rosier —dijo Erin, mientras cortaba las ramas secas— parece que se ha puesto muy contenta con todo esto, ¿verdad? ¿Sabéis?, creo que ella podría ser la heredera de Slytherin.

—Esto demuestra que eres inteligente, Erin —dijo Rose, que no parecía haber perdonado a Erin tan fácilmente como Harriet.

—¿Crees que es Rosier, Harriet? —preguntó Erin.

—No —respondió Harriet con tal firmeza que Erin y Hunter se quedaron mirándola.

Al acabar la clase, el profesor Sprout acompañó a los alumnos al aula de Defensa Contra las Artes Oscuras. Lockhart entró en el aula dando un salto, y la clase se le quedó mirando. Todos los demás profesores del colegio parecían más serios de lo habitual, pero Lockhart estaba tan alegre como siempre.

—¡Venga ya! —exclamó, sonriéndoles a todos—, ¿por qué ponéis esas caras tan largas?

Los alumnos intercambiaron miradas de exasperación, pero nadie contestó.

—¿Es que no comprendéis —les decía Lockhart, hablándoles muy despacio, como si fueran tontos— que el peligro ya ha pasado? Se han llevado a la culpable.

—¿A quién dice? —preguntó Dana Thomas en voz alta.

—Mi querida muchacha, el Ministerio de Magia no se habría llevado a Hagrid si no hubiera estado completamente seguro de que era la culpable —dijo Lockhart, en el tono que emplearía cualquiera para explicar que uno más uno son dos.

—Ya lo creo que se la llevaría —dijo Rose, alzando la voz más que Dana.

—Me atrevería a suponer que sé más sobre el arresto de Hagrid que usted, señorita Prewett —dijo Lockhart empleando un tono de satisfacción.

Rose comenzó a decir que ella no era de la misma opinión, pero se paró en mitad de la frase cuando Harriet le arreó una patada por debajo del pupitre. No era momento para más problemas.

Pero la desagradable alegría de Lockhart, las sospechas que siempre había tenido de que Hagrid no era buena, su confianza en que todo el asunto ya había tocado a su fin, irritaron tanto a Harriet, que sintió deseos de tirarle "Una vuelta con los espíritus malignos" a su cara de idiota.

Aquellos días, la Sala Común de Gryffindor estaba siempre abarrotada, porque a partir de las seis, los de Gryffindor no tenían otro lugar adonde ir. También tenían mucho de que hablar, así que la sala no se vaciaba hasta pasada la medianoche.

Freya y Grace retaron a Harriet y a Rose a jugar al snap explosivo y Gavriel se sentó a contemplarlas, muy retraído y ocupando el asiento habitual de Helmer. Harriet y Rose perdieron. Luego se pasaron los cinco hablando hasta pasada la medianoche, nadie parecía creer en la culpabilidad de Hagrid; aunque Gavriel hablaba poco y contestaba de forma evasiva, solo se limitaba a escucharlas con la mirada perdida en el vacío. 

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora