Penny y Canuta

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Al día siguiente, Harriet fue la primera que despertó en el dormitorio. Se quedó un momento tumbada y contempló el polvo que se arremolinaba en un rayo de sol que entraba por el espacio que había entre las cortinas de su cama adoselada, saboreando la idea de que era sábado. La primera semana del curso había sido interminable, como una gigantesca lección de Historia de la Magia.

A juzgar por el silencio que había en la habitación y el inmaculado aspecto de aquel rayo de sol, acababa de amanecer. Harriet abrió las cortinas de su cama, se levantó y empezó a vestirse. Lo único que se oía, aparte del lejano piar de los pájaros, era la lenta y profunda respiración de sus compañeras de Gryffindor.

Abrió con cuidado su mochila, sacó una hoja de pergamino y una pluma, y bajó a la sala común. Allí fue derecho hacia su butaca favorita, vieja y mullida, junto al fuego ya apagado, se sentó cómodamente en ella y desenrolló la hoja de pergamino mientras miraba a su alrededor. Los trozos de pergamino arrugados, gobstones viejos, tarros vacíos y envoltorios de chucherías que solían cubrir la sala común al final del día, habían desaparecido, así como los gorros de elfo de Helmer. Mientras se preguntaba cuántos elfos habrían conseguido la libertad, tanto si la querían como si no, Harriet destapó su tintero, mojó la pluma en él y la dejó suspendida un par de centímetros por encima de la suave y amarillenta superficie del pergamino, muy concentrada...

Pero al cabo de un minuto más o menos, se encontró contemplando la chimenea vacía sin saber qué decir. Ya entendía lo difícil que debía de haber sido para Rose y Helmer escribirle cartas aquel verano. ¿Cómo iba a contarle a Serena lo que había pasado aquella semana y plantearle las preguntas que se moría por hacer sin proporcionar a unos hipotéticos ladrones de cartas gran cantidad de información que no quería que tuvieran?

Se quedó allí sentada un buen rato, observando la chimenea, y al final tomó una decisión. Mojó otra vez la pluma en el tintero y empezó a escribir resueltamente.

Querida amiga:

Espero que estés bien. Los primeros días aquí han sido terribles, y por eso me alegro de que haya llegado el fin de semana. Tenemos un profesor nuevo de Defensa Contra las Artes Oscuras, el profesor Cracknell. Es tan encantador como tu padre. Te escribo porque eso que te conté en verano volvió a pasarme anoche mientras estaba cumpliendo un castigo con Cracknell. Todos echamos de menos a nuestra gran amiga, pero esperamos que vuelva pronto. Contéstame rápido, por favor.

Un abrazo, Harriet

La chica releyó varias veces la carta, intentando ponerse en el pellejo de una persona desconocida. Le pareció que, leyendo aquella carta, nadie podría saber de qué estaba hablando ni a quién se dirigía. Esperaba que Serena captara la indirecta sobre Hagrid y les dijera cuándo iba a volver. Harriet no quería preguntárselo directamente por si eso atraía demasiado la atención sobre lo que estaba haciendo Hagrid mientras no se hallaba en Hogwarts. Teniendo en cuenta que era una carta muy breve, Harriet había tardado mucho en escribirla, pues la luz del sol ya había invadido la habitación mientras la redactaba.

En ese momento, Harriet escuchaba ruidos en la distancia que indicaban que sus compañeros se habían puesto en movimiento en los dormitorios del piso de arriba. Selló el pergamino con sumo cuidado, salió por el agujero del retrato y se dirigió a la lechucería.

—Yo de vos no tomaría ese camino —la previno Lady Nichole, que apareció después de atravesar una pared del pasillo por el que iba Harriet, desconcertándola momentáneamente—. Peace ha preparado una graciosa broma para el primero que pase por delante del busto de Patience que hay un poco más allá.

—¿Y en qué consiste la broma? ¿En que Patience se le caiga en la cabeza al que pase por delante?

—Pues da la casualidad de que sí —contestó Lady Nichole con voz aburrida—. La sutileza nunca ha sido el fuerte de Peace. Voy a ver si encuentro a la Baronesa Sangrienta... Quizá ella pueda hacer algo para impedirlo... Hasta la vista, Harriet...

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora