Las cartas de nadie

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La fuga de la boa constrictor le acarreó a Harriet el castigo más largo de su vida, para cuando le permitieron dormir de nuevo en el sofá ya eran vacaciones de verano y Dulcie ya había renovado guardarropa 2 veces y se había terminado un estuche entero de maquillaje.

Harriet se alegraba de que la escuela hubiera terminado, pero no había forma de librarse de la banda de chismosas y cotorras amigas de Dulcie que la visitaban diario. Todas eran superficiales y huecas, pero Dulcie era su abeja reina. Por eso, Harriet pasaba la mayor parte de su tiempo fuera de casa, paseando por el parque y fantaseando con el fin de las vacaciones, pues entraría finalmente a la secundaria. Lo emocionante de esta idea era que sus tíos no quisieron inscribirla en la misma escuela que a su prima, a ella la mandarían a un colegio privado mientras que Harriet asistiría a una secundaria pública. Por fin habría un momento del día en el que no tendría que soportarla.

Un día del mes de Julio, tía Bernardina llevó a Dulcie a Londres para comprarle su uniforme nuevo, dejando a Harriet en casa del señor Figg. Aquello no resultó tan malo como de costumbre, en vez de aburrirla con álbumes de fotos de gatos, la dejó ver televisión y le dio un pedazo de pastel de chocolate, aunque sabía como si llevara guardado años. Aquella tarde, Dulcie desfiló su uniforme nuevo en la sala frente a la familia como si fuera una pasarela de modas.  Una blusa rojo oscuro con un oberol naranja a cuadros. 

A la mañana siguiente, cuando Harriet entró a la cocina la invadió un horrible olor que provenía de un gran balde de metal en el fregadero. Cuando se acercó a observar su contenido. La tía Bernardina estaba tiñendo de gris un viejo vestido de Dulcie para no gastar en comprarle su correspondiente uniforme.  

Dulcie y su padre entraron a la cocina frunciendo el ceño por el olor, cuando se sentaron al comedor oyeron el sonido del buzón abriéndose y las cartas cayendo al tapete. Por supuesto, Harriet debía ir por la correspondencia. Mientras la llevaba a la cocina la hojeó: una postal de Marshall, el hermano de Bernardina, una factura y una carta para Harriet. El corazón le dio un vuelco de emoción, jamás había recibido correspondencia, ni siquiera publicidad, sin amigos ni familia, ni deudas de tarjetas de crédito como su prima, ¿de quién podría ser? El sobre era grueso y pesado, hecho de pergamino amarillento, la tinta era verde esmeralda y sin sello postal, solo un sello de cera que cerraba la carta con un escudo de armas grabado: un león, un águila, un tejón y una serpiente rodeando una gran H.

- ¡Date prisa, niña! - le gritó el tío Peter desde el comedor.

Harriet entró a la cocina aún contemplando su carta, dejó la postal y la factura en la mesa y se alejó para abrir su carta. Tío Peter tomó la postal y la factura pero notó que Harriet tenía algo más. Mientras Harriet sacaba la carta del sobre, el tío Peter logró vislumbrar el sello e inmediatamente reconoció la procedencia de la carta, por unos segundos se puso de un color gris pálido, semejante a la avena reseca, pero rápidamente se impulsó hacia Harriet y le arrebató la carta antes de que pudiera leerla, lo que es más, sin siquiera mirarla la destrozó de inmediato y arrojó los restos a la basura.

- ¡ERA MI CARTA! - gritó Harriet tomando valor de quién sabe dónde.

- ¡FUERA! - le respondió tío Peter, quien ahora estaba más rojo que un tomate.

- Jajajaja, eso te pasa por tonta. - opinó Dulcie.

- ¡FUERA LAS DOS! - resopló tío Peter.

Lógicamente, ambas chicas quedaron atónitas, jamás le había gritado a Dulcie y mucho menos le había dado una orden. Al quedarse inmóviles, tío Peter tomó a ambas por el brazo y las sacó a la sala, cerrando la puerta para que no entraran. Ambas chicas seguían atónitas, pero pronto empezaron a forcejear para escuchar detrás de la puerta hasta que finalmente se acomodaron ambas, Dulcie en la mirilla y Harriet tumbada para usar la rendija debajo de la puerta.

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora