Las paredes de la enorme mazmorra eran de piedra oscura, y las antorchas apenas las iluminaban. Había gradas vacías a ambos lados, pero enfrente, en los bancos más altos, había muchas figuras entre sombras. Estaban hablando en voz baja, pero cuando la gruesa puerta se cerró detrás de Harriet se hizo un tremendo silencio. Una fría voz femenina resonó en la sala del tribunal:
—Llegas tarde.
—Lo siento —se disculpó Harriet, nerviosa—. No... no sabía que habían cambiado la hora y el lugar.
—De eso no tiene la culpa el Wizengamot —dijo la voz—. Esta mañana te hemos enviado una lechuza. Siéntate.
Harriet miró la silla que había en el centro de la sala, que tenía los reposabrazos cubiertos de cadenas. Echó a andar por el suelo de piedra y sus pasos produjeron un fuerte eco. Cuando se sentó, con cautela, en el borde de la silla, las cadenas tintinearon amenazadoramente, pero no la ataron.
Estaba muy mareada, a pesar de lo cual miró a la gente que estaba sentada en los bancos de enfrente. Había unas cincuenta personas que, por lo que pudo observar, llevaban túnicas de color morado con una ornamentada «W» de plata en el lado izquierdo del pecho; todas la miraban fijamente, algunas con expresión muy adusta, y otras con franca curiosidad.
En medio de la primera fila estaba Cornelia Fudge, la ministra de Magia. Fudge era una mujer corpulenta y algo bajita que solía mostrar un aspecto bonachón; pero ese día no lucía aquella sonrisa indulgente que le había dedicado a Harriet cuando en una ocasión habló con ella.
Un brujo de mandíbula cuadrada y con el pelo gris muy corto estaba sentado a la izquierda de Fudge; llevaba un monóculo y su aspecto era verdaderamente severo. A la derecha de Fudge había otro brujo, pero estaba sentado con la espalda apoyada en el respaldo del banco, de manera que su rostro quedaba en sombras.
—Muy bien —dijo Fudge—. Hallándose presente la acusada, por fin podemos empezar. ¿Están preparados? —preguntó a las demás personas que ocupaban el banco.
—Sí, señora. —respondió una voz ansiosa que Harriet reconoció al instante.
Era Penny, la hermana de Rose, que estaba sentada al final del banco de la primera fila. Harriet miró a Penny esperando ver en su rostro alguna señal de reconocimiento, pero no la encontró. Penny tenía los ojos clavados en su pergamino, y una pluma preparada en la mano.
—Vista disciplinaria del doce de agosto —comenzó Fudge con voz sonora, y Penny empezó a tomar notas de inmediato— por el delito contra el Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad y contra el Estatuto Internacional del Secreto de los Brujos, cometido por Harriet Jamie Evans, residente en el número cuatro de Privet Drive, Little Whinging, Surrey.
»Interrogadores: Cornelia Olive Fudge, ministra de Magia; Amery Shaun Bones, jefe del Departamento de Seguridad Mágica; Doron Jude Cracknell, subsecretario del ministro. Escribiente del tribunal, Penny Imogen Prewett...
—Testigo de la defensa, Alba Pearl Willow Bryony Dumbledore. —dijo una voz queda por detrás de Harriet, quien giró la cabeza con tanta brusquedad que se hizo daño en el cuello.
En ese instante Dumbledore cruzaba con aire resuelto y sereno la habitación; llevaba una larga túnica de color azul marino y la expresión de su rostro era de absoluta tranquilidad. Su melena, larga y plateada, relucía a la luz de las antorchas; cuando llegó junto a Harriet miró a Fudge a través de sus gafas de media luna, que reposaban hacia la mitad de su torcida nariz.
Los miembros del Wizengamot murmuraban, y todas las miradas se dirigieron hacia Dumbledore. Algunos parecían enfadados, otros un poco asustados; dos de los brujos más ancianos de la fila del fondo, sin embargo, levantaron una mano y la saludaron. Al ver a Dumbledore, una profunda emoción surgió en el pecho de Harriet, un reforzado y esperanzador sentimiento parecido al que le había producido la canción del fénix. Estaba deseando mirar a Dumbledore a los ojos, pero ésta no la miraba a ella: tenía la vista clavada en Fudge, que no podía disimular su nerviosismo.
ESTÁS LEYENDO
Harriet Evans
FantasyUniverso alterno en el que todos los sexos están cruzados, la cuestión es que tan diferente sería la historia original cambiando los sexos, obviamente muchas cosas cambiarían pero, ¿el final sería distinto? Nota importante: La tradición inglesa solo...