Capítulo 8 - Aislado

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—Ángel, no olvides llamar al veterinario para que venga a revisar la vaca que está a punto de parir. Siento que en cualquier momento se presentará el parto.

— Si, mamaguela. Ya lo llamo.

Ángel caminó hasta la granja donde estaba el ganado. Con tan solo 20 años, era un experto en la vida de campo. Desde pequeño había aprendido sobre la cría de ganado.

La granja había empezado con solo un par de caballos, vacas, ovejas y unas cuantas gallinas. Hoy en día consiste de cuatro caballos de pura raza, 15 vacas, 6 terneros, más de 30 ovejas y 50 gallinas. También tenían varios huertos de manzanas, duraznos, cerezas y fresas.

Cuando su abuela adquirió la propiedad, se enamoró de los huertos. A pesar de que nunca vivió en el campo, siempre le gustaron las frutas. Obvio que la vida de campo en Quisqueya no es lo mismo que la vida de campo en el estado de Nueva York. El frío que azota esta zona es muy diferente al calor de mi patria

<<Mi patria.>> 

Que chistoso llamarla así cuando nunca en mi vida la he visitado. Pero la abuela siempre habla con tanto amor y añoranza, que siento como si hubiese vivido allí.

— Nada se compara con el calor tropical de Santo Domingo. Siempre amé caminar por el malecón y la zona colonial. Hay tanta historia y belleza en nuestro país. Te gustaría mucho visitarlo. Aunque las cosas han cambiado tanto desde que me fui.

Ver cómo los ojos de la abuela se iluminaban cuando hablaba de su tierra natal, era algo mágico. Mamaguela nunca muestra sus sentimientos y ver sus ojos brillar es algo que rara vez sucedía.

Ángel llegó hasta el corral donde estaban las vacas y vió como la que estaba preñada se movía inquietantemente.

— ¿Tienes dolor? Lo siento mucho. Debe ser muy difícil para ti. Solo aguanta un poco más. Pronto nacerá tu becerrito y lo podrás cuidar.

Ángel acarició la gran panza tratando de darle un poco de alivio.

<<Si tan solo pudiera tocarte con mis manos, estoy seguro que podrías sentirte mejor. Pero no puedo. Te mataría a tí y a tu bebé, y eso es algo que no me perdonaría.>>

Habían pasado 15 años desde que su abuela le confesó que estaba maldito. 15 años desde que mató a su pollito favorito con solo haberlo tocado con sus manos.

<<Maldito.>> 

Estaba maldito, con una habilidad que en vez de ayudar, destruía a todo lo que tocara. Toda su vida había sido así, una maldición que le negaba sentir el calor de los demás.

Siempre estuvo aislado de todo y todos. Su único contacto era con los campesinos que ayudaban en las tierras y los veterinarios. Pero nunca se permitió acercarse a nadie. Para ellos él es una persona odiosa y poco amigable. Todos lo tratan como el jefe y nada más. Hubo uno que otro que trató de acercarse, pero él inmediatamente le dejó en claro que sería imposible.

A sus 20 años Ángel era hermoso. Con el pasar de los años su piel se volvió más morena y bronceada. Su abundante cabello era una mezcla de negro y castaño rizado que le llegaba a las orejas. Cuando era chico su cabello era negro como el azabache pero con los años y el sol se fue aclarando. Cuando estaba bajo el sol parecía casi pelirrojo.

Lo más bello que Ángel tenía eran sus ojos verde oscuro. Se asimilaba mucho al bosque donde había crecido. El verde se volvía más potente cuando estaba concentrado en algo. Tenía la tendencia de perderse en sus pensamientos y eso hacía que sus ojos se intensificaran aún más. 

Sus largas pestañas eran la envidia de cualquier mujer u hombre. Labios carnosos y jugosos que invitan a perderse en ellos sin reparo. Pómulos altos y bien proporcionados lo hacían ver delicado. Su belleza le daba crédito a su nombre, parecía un ángel. Pero Ángel era todo menos delicado.

Sus manos estaban llenas de callos y su cuerpo estaba muy bien formado debido al trabajo del campo. No era muy musculoso pero tampoco era el enclencle que solía ser. Su esbelta cintura lo hacía ver como un triángulo invertido, algo que volvía locos a todos aquellos que lo conocían.

Su metro 1.80 era la medida exacta para ser un omega. Nunca se consideró guapo, al contrario, siempre se ha sentido menos dado a su color de piel y cabello rizado. Sin embargo, eso era lo que lo hacía más bello. Su tímida forma de ser era el misterio que todos querían descifrar.

No era blanco como su abuela o su madre. Su color fue heredado de su padre el cual nunca conoció. Al parecer la relación entre su madre y él fue tormentosa dado que la abuela lo odia. Siempre le sacó en cara que fuera negro. Y más que al crecer se pareciera tanto al padre que nunca conoció.

La abuela nunca fue cariñosa con él. Siempre le encontró faltas y nunca le ha dicho una palabra de aliento que le haga sentir que ha hecho un buen trabajo. Pensándolo bien, nunca le ha dicho que lo quiere pero él prefiere pensar que si lo hace a su manera.

Ángel no sabía lo que era tener amores con alguien. Es difícil saber lo que es estar enamorado cuando nunca en la vida has sentido el amor. Ni siquiera sabía lo que era dar o que le dieran un beso. Siempre ha mantenido su corazón cerrado a cualquier posibilidad de enamorarse. ¿Qué sentido tendría si nunca podría tocar a su ser amado? Miró hacia el cielo con nostalgia y añoranza deseando algo que nunca sería para él.

Luego de chequear la vaca, se dirigió a los caballos. Por alguna razón, hoy tenía ganas de montar. Así que fue directamente a donde se encontraba Chocolate, su caballo adorado.

Chocolate era un caballo de raza árabe de pura sangre. Como su nombre lo indica, era de un color marrón oscuro con una larga melena. Tenía una pinta blanca en el medio de la frente que parecía una estrella. Chocolate había sido un regalo de su abuela para su cumpleaños número 15. La química fue instantánea. Es como si hubieran nacido el uno para el otro y ninguno podría dejar que alguien más lo montara.

— Hola Choco. ¿Quieres ir a dar un paseo?

El caballo relinchó como si hubiera entendido la pregunta. A veces a Ángel le parecía que sí entendía cuando le hablaba. El grandioso animal sabía cuando Ángel se sentía feliz o triste. Sabía cuando estaba de mal humor y cuando solo quería estar en silencio.

Ángel lo ensilló y se montó en él.

— Vamos. Hoy quiero galopar rápido y olvidarme de mi puta vida.


¡Hola!

Pobrecito mi niño hermoso 🙁

Cuántas cosas le han pasado y las que le faltan.

¿Qué opinan de todo lo que está pasando?

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