Capítulo 46 - Déjame vivir mi vida

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— ¡Hijo! ¡Estás bien! — Francis trató de acercarse pero Micah lo detuvo.

— Suéltalo. — La voz de Micah estaba más fría que el hielo.

— Pero joven...

— ¡¡¡QUE LO SUELTES TE DIGO!!!

Horacio lo soltó tirándolo con fuerza. Los ojos de Micah se tornaron rojos de la ira.

— Ángel, ven aquí. — le dijo abriendo sus brazos.

El muchacho corrió hasta él envuelto en llanto y temblando. Micah lo abrazó liberando sus feromonas para tranquilizarlo.

— ¿Estás bien? — le preguntó acariciando la mejilla hinchada por el golpe.

Ángel asintió y lo abrazó de nuevo.

— Vete a la recamara y no salgas no importa lo que escuches. Trate de tranquilizarte, piensa en los bebés. — le dijo en voz baja.

Angel asintió y se dirigió hacia la recamara.

Lucia quien había presenciado toda la escena se quedó pasmada. Recuperando la compostura se lanzó sobre Micah para abrazarlo.

— ¡Amor! Por fin te encontramos.

Micah retiró los brazos de la mujer y la hizo a un lado. Fue directamente hacia Horacio y le cayó a trompadas.

— ¡¿Cómo te atreves a tocarlo?! ¿Te crees muy valiente por abusar de alguien más débil que tú, eh? ¡Levántate y pelea conmigo! 

Micah estaba lleno de ira. Al ver el rostro de Ángel golpeado y que Horacio lo haya tirado en el sofá de esa manera, le hizo hervir la sangre. ¿Y se le pasaba algo a los bebés? De solo pensar en eso le pegaba más fuerte. Horacio no se defendía, pues era el hijo de su jefe.

— ¡Micah, basta! ¡Ustedes hagan algo! — ordenó Francis a sus hombres para que separaran a Micah de Horacio. Tomó cinco hombres para detener la ira de Micah. Horacio estaba en el piso en un charco de sangre.

— ¡La próxima vez, te mato, ¿me entendiste? ¡Te mato!

— ¡Ya, Micah! Tranquilízate, por favor.

— ¡Fuera de aquí! ¡No los quiero ver a ninguno! ¡Fuera! 

— Amor...

— ¡No soy tu amor, Lucia! No me voy a casar contigo, ni ahora ni nunca. ¡Déjenme vivir mi vida! Váyanse o los saco a patadas. Ya vieron que estoy bien, estoy a salvo. Yo me comunicaré con ustedes cuándo desee hablarles. Por ahora, es mejor que se vayan.

— Hijo...

— Papá por favor. Por primera vez en tu vida, respeta mi voluntad.

— Micah...

— Está bien. — dijo sosteniendo a Lucia del brazo para que salieran.

— Nos iremos. Estamos hospedados en el hotel del centro. Búscame cuando estés más tranquilo.

Micah asintió y cerró la puerta como pudo. Corrió hasta la habitación para chequear a Angel. Cuando entró el muchacho se asustó.

— Amor.

— Uhh, perdóname, amor. Perdóname, todo esto es mi culpa. — le dijo entre lágrimas y abrazándolo fuerte.

— Déjame verte. Maldito, ¿cómo se atrevió a tocarte? Debí pegarle más duro. Ven, vamos al hospital.

— Estoy bien, amor. En serio.

— Horacio te lanzó contra el sofá muy fuerte y me preocupa que te haya lastimado. Por favor, compláceme, ¿sí?

En Lo Profundo del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora