Capítulo 12 - ¿Qué es ese olor?

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Ángel se quedó pasmado unos segundos y luego se espabiló. Estaba contra el reloj para poder salvar a este hombre. El no era médico pero Ángel sabía que no se podía mover a una persona accidentada. Pero si no salían de ahí rápido, el avión podría estallar y morirían los dos.

Con un gran esfuerzo sujetó al gran hombre del brazo colocándolo sobre sus hombros y sacó del avión casi cargado. Como pudo, lo arrastró rápidamente alejándose del avión para ponerse a salvo. Sólo pudo dar unos pasos cuando el avión explotó lanzándolos a ambos hacia adelante.  Ángel amortiguó el impacto con su cuerpo evitando que el hombre se golpeara la cabeza. El impacto lo dejó sin aire por unos minutos y un poco aturdido.

Luego de recuperar el aliento fue a buscar a Chocolate para subir al herido y llevarlo a su casa. Ángel era grande para ser un omega, pero este hombre era enorme y él no tenía la fuerza suficiente para subirlo al caballo.

— Vamos, ayúdame un poco. — le suplicó al herido. — Necesito que me ayudes a subirte al caballo, no puedo solo.

Como si por instinto, el hombre volvió a abrir los ojos e intentó apoyarse en el hombro de Ángel para impulsarse sobre el caballo. Con mucha destreza Ángel pudo subirlo acostado sobre Chocolate. Los pies y la cabeza colgaban de cada lado.

Ángel se montó detrás de él sosteniéndolo de la cintura con una mano, mientras que con la otra sostenía las riendas. A paso lento se dirigieron hacia la cabaña.

— Despacio, Chocolate. No sabemos si tiene algún hueso roto. — le dijo Ángel al caballo.

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Media hora después, llegaron a la cabaña. Ángel desmontó al gran hombre con cuidado ya que no sabía dónde estaba herido exactamente. Fue todo un desafío bajarlo del caballo sin que cayera al suelo.

Con mucho esfuerzo y destreza pudo bajarlo y llevarlo adentro de la casa. Lo llevó hasta su habitación y lo acomodó como pudo en el medio de la cama.

Rápidamente Ángel se dirigió al baño para buscar el botiquín de primeros auxilios junto con una toalla pequeña y un envase con agua para limpiar las heridas del hombre. Se detuvo un momento observándolo y buscando más heridas. Por suerte solo parecía estar sangrando de su frente, aunque claro, las heridas podían ser internas. Ángel sacudió la cabeza tratando de alejar ese pensamiento.

Colocó el envase con agua y la toalla en la mesita de noche y se sentó en la cama a su lado. Luego se dispuso a quitarle la ropa al hombre para limpiarlo. Sus mejillas ardieron en llamas cuando le desabrochó la camisa y se topó con un abdomen plano con músculos que Ángel ni siquiera sabía que el cuerpo tenía. Detuvo sus manos un momento y lo analizó de pies a cabeza.

Su piel era dorada cómo el sol que cae cuando el verano le da paso al otoño. No tenía nada de vello excepto por la sombra de cinco en punto. Su cabello era rubio miel muy lacio qué caía desordenado sobre la nuca. 

Ángel recorrió su rostro detalladamente percatándose de sus escasas pero largas pestañas que caían sobre sus mejillas. Su nariz era muy refinada y puntiaguda. Tenía una mandíbula entre cuadrada y rectangular que parecía como si la hubieran moldeado a mano. Sus pómulos eran altos y prominentes e invitaban a ser acariciados. Continuó recorriendo su rostro hasta llegar a sus labios. Se detuvo en ellos un momento y su corazón se estremeció.

No eran tan carnosos como los suyos pero tenían un color rosa que invitaban a chuparlos de todas las formas posibles. Ángel se imaginó mordiendo y chupando el labio inferior sin descanso y se imaginó que sabría dulce como el jugo de una fresa. Ángel brincó de la cama ante semejante pensamiento.

En Lo Profundo del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora