Capítulo 89 - Hasta siempre, mis amores

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Ángel y Derek se dirigieron al cementerio donde estaba sepultada Mariel. Habían comprado dos hermosos ramos de amapolas rojas e iris púrpura. Ambos manejaron en silencio. Ambos tenían sentimientos encontrados. Ambos sufren por la muerte de Mariel. Llegaron a la tumba de Mariel y se quedaron pasmados. Esto era real. Su madre se encontraba ahí dentro.

Derek fue el primero en moverse sentandose de cuclillas para poner las flores sobre la lápida. Se levantó y tomó la mano de Ángel para que pusiera sus flores junto a las de él. El muchacho lo hizo como en un trance. Derek lo abrazó haciéndolo volver en sí. Ángel le devolvió el abrazo rompiendo en llanto. Ambos lloraron las lágrimas que habían guardado durante todos estos años. Sus corazones estaban rotos en mil pedazos por perder el ser que más amaban. Derek palmeaba su espalda con ternura dándole contención, brindándole apoyo y refugio. Se separaron unos segundos para que Derek le secara las lágrimas.

— Mamá, perdóname por no haber venido hasta ahora. No sabía donde estabas. Te extraño tanto. Si vieras a tus nietas, son hermosas. Estoy seguro que serías una abuela muy consentidora.

— Yo también te he extrañado mucho, Mariel. Pero como me lo pediste, estoy rehaciendo mi vida con Diane. Espero no herir tus sentimientos con lo que voy a contarte, pero vamos a tener gemelos. Ya te podrás imaginar lo agridulce que fue escuchar esa noticia. Los nuestros tendrán veintidós años. Seguro serían tan hermosos como nuestro Ángel. Estoy feliz pero a la misma vez tengo mucho miedo. No se si podría soportar otra pérdida como esa. — los ojos de Derek se llenaron de lágrimas nuevamente. Una luz brillante alumbró detrás de ellos, haciendo que ambos voltearan a mirar.

— No tienes porque tener miedo, cariño. Todo saldrá bien esta vez.

— ¡Mamá! — Ángel se lanzó entre sus brazos envuelto en llanto.

— Mi niño hermoso. ¿Cómo estás?

— Feliz de poder verte y abrazarte. Por favor perdóname.

— No tengo nada que perdonarte, corazón. No sabías donde estaba y eso no fue tu culpa. Gracias por venir de todos modos. Gracias por traer mis flores favoritas.

— Son las mías también.

— Lo sé. Tu jardín es hermoso. Tienes buena mano para las plantas, como yo. Te has convertido en todo un hombre. Estoy tan orgullosa de tí. Gracias por ser tan fuerte y no dejar que el rencor se apoderara de tu corazón. Gracias por perdonar a mamá, ella por fin pudo descansar.

— ¿Hablaste con ella?

— Sí y no sabes lo feliz que estaba. Me alegro que le dieras paso al perdón, mi amor.

— Quería empezar mi felicidad sin rencores ni resentimientos.

— Hiciste lo correcto. — Mariel besó sus mejillas. — Cuidate mucho y cuida mucho a mis nietas preciosas. Son una belleza. Ellas también son muy especiales.

— Lo haré. — Ángel la abrazó con todas sus fuerzas, llenándose de su dulce y delicado aroma a flores y miel.

— Derek. No tienes porque sentirte mal de que vayas a tener gemelos. Ellos son una gran bendición que te mereces. Los nuestros no estaban destinados a nacer. Gracias a eso, tuvimos a nuestro Ángel y es la mayor bendición que la vida nos pudo dar. Disfrutalos. Tu y Diane son unos padres excelentes y esos bebés son muy afortunados de tenerlos. — tomó las manos de Ángel y Derek uniéndolas con las suyas.

— Ustedes son lo más bello que me pasó en vida. Aunque nuestro tiempo juntos fue muy breve, me sentí la mujer más amada del mundo y no cambiaría nada de lo que fue mi vida. Siempre los voy a amar. Sean felices y siempre cuídense el uno al otro. Esta será la última vez que puedan verme así. He cumplido mi misión de velar por ustedes hasta que pudieran encontrarse. Ahora es mi turno de descansar en paz. Los amo. — los abrazó a ambos con todas sus fuerzas y besó sus frentes. Ángel y Derek eran un mar de lagrimas. La imagen de Mariel se desvanecía poco a poco.

En Lo Profundo del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora