Capítulo 15

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Sebastian

Ambas mujeres se giraron hacia mí, el alivio inunda el rostro de Annalise mientras la ira de Zaia se desvanece un poco. Su rostro palidece y su pecho sube y baja rápidamente antes de mirar a Annalise.

—Yo... No la empujé, ¡se cayó sola!—, dice. Mi corazón se aprieta mientras la miro, inclinando la cabeza. Desearía que no dejara que sus celos y su ira se apoderaran de ella.

A Annalise le cuesta ponerse en pie y yo la ayudo a levantarse. —Entra allí y límpialo—. —ordeno, en voz baja.

Me mira con lágrimas en los ojos mientras le aprieta el brazo, y siento una punzada de culpa. De hecho, la estoy usando...

—Annalise, dile la verdad. ¡No te empujé!— Zaia responde mirando a su hermana.

—Fue un accidente. Yo... Debo haber tropezado.—susurra Annalise, evitando la mirada de su hermana.

Cierro los ojos, deseando que Zaia al menos se dé cuenta de que, por muy molesta que sea Annalise, la ama.

—¡Deja de actuar como si fueras inocente!— Dice Zaia, con clara frustración en su voz. —¡Eres un idiota, Sebastián, si le crees!

—Ya he visto suficiente... Annalise vete.— Le ordeno

Me mira antes de susurrarle un "lo siento" a Zaia y sale corriendo, tratando de amortiguar sus sollozos.

—¿De verdad crees que la empujé? —me pregunta Zaia.

La miro, odiando lo mucho que la echaba de menos ¿Cómo puedo pararme aquí frente a ella y no acercarla?

Se me revuelve el estómago cuando mi mirada se posa en su vientre.

—¿Qué haces aquí, Zaia?—, le pregunto en voz baja, acercándome a ella.

Ella retrocede. —No cambies de tema. ¿Crees que la empujé, no?—, me pregunta enojada. Hay una intensa ira y odio en sus ojos y por un momento me pregunto a dónde se habrá ido mi Zaia.

—Zaia

—¡No! No hasta que me respondas. ¿Crees que la empujé, no es así?

—La vi caer—. Digo con calma.

—Probablemente, te vio y lo hizo a propósito. Ella es una serpiente y tú eres un idiota por enamorarse de ella. Su secuestro...

—Zaia, detente.— Le advierto en voz baja.

—¡No! Por una vez, ¡al menos intenta escucharme! Llámala y pregúntale a tú mismo.

—¡Deja de hacer una escena!— Gruño, mirando a mi alrededor mientras agarro sus brazos y la acerco.

Los hormigueos se precipitan a través de mis manos en el momento en que la toco  y mi corazón se acelera, cuando su respiración se entrecorta, nuestras miradas se entrelazan, suspendidas en un tiempo que se dilata.

Solo su vientre está entre nosotros mientras miro esos ojos únicos de amatista.

—Zaia, cálmate.— Digo en voz baja.

Sus ojos brillan con ira, pero también hay dolor

¿Por qué te duele cuando aparentemente también me engañaste?

—¿Qué quieres?—, me pregunta venenosamente.

Todavía está sufriendo, pero es difícil ver ese lado de ella.

Dejé ir uno de sus codos. Al levantarme, jalo la cinta de su máscara, tirando de ella y mirando el rostro de la mujer que significa el mundo para mí.

Yo soy la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora