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LAUREN
El sitio donde más pasaba el tiempo ahora resultaba de lo más aburrido, mamá tenía un día malo y yo estaba sentada exactamente en el sitio donde no le estorbaba, para evitarme cualquier regaño de su parte.
No conocía muy bien mi recámara pero estaba segura de que había una cama y un mueble de noche junto a ella, un viejo radio con música clásica sonaba, me gusta bastante el piano así que escucharlo era uno de mis pasatiempos favoritos.
-¡Lauren!. Escuché que alguien me llamaba desde el pasillo.
-¡Lauren! Cuando escuché más cerca el grito me puse de pie y tomé el bastón recargado sobre la pared.
Alguien interrumpió en mi habitación.
-Detén esa cosa y camina a la sala, quiero que vayas a la pasteleria a traer algo.
Mamá salió y cerró la puerta de forma brusca, ~Demonios~ mi puerta debe tener ya muchas abolladuras. Estar en casa no resultaba tan dificil, a decir verdad conocía el sitio donde tenía cada cosa, cuantos pasos eran para llegar al baño y que mueble podía ser un sitio activo para golpearme, pasillos, puertas y hasta algunas ventanas, que eran inecesarias para mi. Solía caminar por la planta baja sin utilizar el bastón, ya que siempre terminaba tirando cosas al piso.
Me encaminé a la sala escuchando como alguien veía la televisión, mamá sonaba en la cocina y seguramente mi padre aún no llegaba del trabajo.
-Aquí esta la lista.
Mamá llegó entregandome un papel en la mano y se alejó.
Me quede analizando eso en mi mano y un gritó me saco de mis pensamientos.
-¡Venga niña que es para hoy!
Caminé de forma moderada a la pastelería sabía el camino a la perfección y bueno aún el suceso del otro día me ponía a pensar como había podido olvidarlo cuando la chica esa me seguía.
Aiden me saludó al llegar a la pastelería y antes de cruzar la puerta sentí que tomó mis hombros para dirigirme dentro.

-¿Comó estás Lau?
Su voz era algo graciosa así que me perecía divertido imaginarmelo de forma extraña, lo poco que lo conocí siempre tuvo esa actitud hiperactiva.
-Oh, ahora tu madre se a dignado a dejar la nota clara, me a puesto una amenaza al final del pedido. Soltó una pequeña risa y yo le seguí.
Escuché que abría una bolsa de papel y comenzaba a poner algo de pan dentro. Finalmente colocó la bolsa sobre el mostrador.
-Cuentamé ¿Como te ha ido en la escuela?

-Amm...algo normal, lo mismo de siempre, nada ver que sea interesante. Utilizaba bromas conmigo misma todo el tiempo, sobre mi ceguera.

-¿Ya les comentaste sobre el curso que quieres tomar?
Preguntó esta vez sobre mis padres.

-Claro que no, se burlaran de mi y desde luego se negarán.
Le contesté, hace días se me había metido a la cabeza tomar un curso se piano pero desde luego mis padres se negarían por que pensándolo bien quien querría pagar algo en lo que su hija ciega no daría el cien.

-Venga debes hacerlo. Me animó.
Se escucharon pasos detrás mío y yo solo me quedé quieta en mi sitio.

-Buenas tardes Aiden.
La voz me pareció conocida y decidí esperarme ahí de pie para platicar más con mi amigo.

-Hola Camila, ¿Como te va?

-Muy bien, gracias...me alcanzas una bolsa.
Los movimientos de Aiden y ella parecían a prisa. Y sentí como se alejó de donde estábamos, el mostrador quizás. Estaba tomando sus panecillos del otro lado de la tienda supusé. 

-Iré un segundo a la bodega no dejes que se vaya sin pagar. Dijo Aiden animado.

-Muy gracioso. Le dijé molesta.
Su olor a vainilla me parecía ya conocido, la sentía cerca y probablemente mirándome o quizás no. La última vez que nos saludamos yo había sido grosera, era el motivo por el cual ahora ya no me hablaba.
-Estoy aquí, así que sería una mala idea que intentes irte sin pagar. Le dijé y sonreí de lado.
No me contestó así que decidí guardar silencio y no molestar.

-Lo siento te hice esperar. Mi amigo había regresado.

-Esta bien.
Hubo un intercambio de dinero y finalmente ella se despidió.

-Gracias Aiden, nos vemos luego.

-A ti, hasta luego.
Mi cara debió ser un poema por que Aiden se rió un poco.

-Y ahora ¿Qué te hizo enfadar?
Negué y agaché la cabeza.

-¿Qué tipo de panecillos lleva ella, Camila?
Aiden soltó una carcajada.

-Esos de nuez con chocolate que te encantaron la última vez.

-Estan buenos. Me sinceré. Tratando de evitar el pequeño aguijón de dolor que sentí en mi pecho, me había ignorado de forma olímpica y yo lo merecía.
En ese momento llegó un cliente. Interrumpiendo también mis pensamientos.

Lo que no se ve Donde viven las historias. Descúbrelo ahora