Capítulo 90: Príncipe azul.

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90.

— Gracias. -le agradecí en un murmullo, mientras avanzaba hacia la puerta.

Antes de que pudiera entrar, posó su mano en mi hombro, deteniéndome.

— De nada. Pero haz que vuelva, por favor. -me dijo.

Yo lo miré fijamente, y pude llegar a comprenderlo. Él está enamorado, realmente la ama y no lo culpo, pero tampoco lo justifico. 

Dando un suspiro entré a la sala, donde me hicieron colocarme un barbijo y un uniforme azul para prevenir cualquier tipo de complicación física. Una idea estúpida se cruzó por mi cabeza y es que yo me imaginaba usando algo como esto el día que tuviéramos  un hijo, y así, en esta situación. Ignorando eso, la observé allí, postrada, inmóvil, toda entubada. Contuve mis ganas de llorar y me acerqué a ella.

— Creo que nunca te había visto tan callada... -mencioné- ni cuando lo nuestro iba mal.

La observé fijamente, manteniendo la esperanza de que un milagro sucediera.

— Ni cuando me porté tan mal contigo... nunca. -susurré- ¿Sabes?, el dolor que sentía cuando creí perderte, es el dolor más grande que puede sentirse.

Suspiré.

— Y es que últimamente me cuesta todo, todo. Me esfuerzo por salir adelante, pero es que me cuesta todo y me... cuesta entender por qué lo hiciste.

Acaricié su rostro.

— Pero necesito que regreses, no hagas esto, necesito que regreses. Hablar... necesito qué... nos digamos la verdad. Aclarar las cosas.

Acaricié su mano suavemente y la sujeté.

— Te amo, te amo mucho... -murmuré.

Tomé la carta de mi bolsillo y volví a leer mi nombre en ella. Levanté la mirada hacia ella. Y es que quizá Lara tenga razón...

Decidido, tracé el papel en dos, en cuatro, en ocho... la rompí. Cuando ya tenía los restos en mis manos, volví a tomar la suya y los coloqué debajo de ella, para después sujetarla con fuerza.

— Sé que no soy tu príncipe azul, y que quizá esto no sirva de nada... -murmuré.

Me incliné ante ella y con la dificultad de la estorbosa sonda que interrumpía en su boca. Besé sus labios delicadamente. Me relamí los míos y observé su cuerpo aún inmóvil, sin obtener respuesta ante mi acto.

Me quedé mirándola una segundos más. Esto es absurdo, no va a regresar de su coma porque yo la haya besado, esto no es un ridículo cuento de hadas. Es la realidad, mi dolorosa e injusta realidad.

Resignado, me enderecé y antes de ir hacia la puerta, volví a mirarla. Me volteé del todo, me quité el camisón de padre primerizo que me habían dado todos estos masoquistas y salí de la habitación. Sentí la expectante curiosidad de todos allí cuando salí.

— ¿Qué sucedió? -preguntó Tony.
— Nada, hay que esperar. -respondí.

— Pero, ¿cómo la viste? -insistió su madre.

— Por ahora no reacciona.

Ella suspiró y comenzó a llorar, siendo consolada por su esposo tiempo pasado y todos comenzábamos a desesperarnos, dos horas habían pasado y ella no daba indicios de estar avanzando. Mi hermano llevó a su esposa a casa, y Nicolás y Adrián habían llegado hace una media hora, yo estaba que no me despegaba del cristal, mientras acariciaba el cabello de Julián, quien se había dormido en mi regazo. Cuando menos lo esperaba, los pitidos del monitor cardíaco comenzaron a hacerse muchísimo más altos y estruendosos.

LOUDER | RMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora