¡Me estaba sumergido en lo patético! Aclaremos: la loca en suceso (hola, que tal) siempre suele persuadir su persona cuando conoce a alguien. ¡¿Por qué ahora tenía que ser lo contrario?! Le sonreí. Con la poca dignidad que le queda a mi faceta frívola de personalidad quise irme, tenía que evitarlo, quería salir de ahí ¡Era patético! Me invadió la indignación. ¿Por qué el que no conocía venía a hacerme sonreír?
Y no quedó de otra, me encerré en el baño, lloré y vomité abruptamente. Me di cuanta que ya no había más comida en mi cuando hilos de sangre se despedían de mi interior. Me estaba destruyendo por dentro y lo disfrutaba. ¡Cuanto placer! ¡Alguien que me traiga un vaso de agua, se lo vómito encima también! Me reí de mi misma y me coloqué la máscara de "¡mírenme, irradió felicidad!"
Grité en el baño y enseguida Cristina entró con un vaso con agua, rutina amistosa, yes. Me dejó tomar agua y me cepilló los dientes a la fuerza, no me dijo nada porque sabía que si llegaba a pronunciar palabra yo iba a ser capaz de romperle el vaso de vidrio en la cabeza. En esa escena aparecieron varias personitas que adornaron mi desesperada infancia. Dos ejemplos rapidísimos:
Escena 1
Rebeca. ¡Cómo olvidarte! En algún momento pensé que era mi amiga. Resultó ser una imbécil, como todas. Y además, la protagonista de uno de los peores recuerdos del maldito primer colegio al que fui. Ella, delgada y morena. Yo casi obesa y blanca como los dientes de mi gato.
Una profesora nos pidió que alguien le alcanzase, por favor, la guitarra que estaba detrás de un mostrador de madera. Para acceder a la guitarra había que pasar por un estrecho (bueno, no tan estrecho) espacio entre la pared y el mostrador. Yo, voluntariosa y alumna predilecta, me levante para hacerlo y sucedió lo obvio: no pasé. Era un tanque, he de admitirlo.
Entonces, Rebeca —morena, graciosa, con una sonrisa resplandeciente— se acercó dando saltitos al cántico de:
"Yo voy a Slim, voy a Slim. Yo voy a Slim, voy a Slim".
¿Qué más puedo agregar? Rebeca, alcanzó la guitarra y yo me puse colorada. Y a llorar, supongo. Intento, porque no me acuerdo. Si me acordara de todas las humillaciones por las que pasé, no tendría que estar viva en este momento. Bueno, como si no hubiera intentado autoeliminarme.
Escena 2.
Felípe. Esto es peor.
Todavía no les conté, pero me cambié de colegio cuatro veces. Rebeca y Felípe iban a mi primer colegio. Yo ya estaba en el segundo, pero como mis primas seguían yendo al primero y las maestras me habían pedido que no me fuera, decidí visitarlas. Entonces pasé por el maldito Pedagógico y sentí el olor de la humillación.
Estaba más gorda que nunca. Me habían crecido unos pechitos de grasa que eran bastante desagradables. Era verano, pero tenía vergüenza de mostrar mi cuerpo, entonces tenía una remera mangas largas. Todavía no usaba corpiño, así que mis tetitas eran bastante antiestéticas. Me sofocaba el calor. No miento, entré sigilosamente al aula y no había nadie. Fui al patio y vi a los chicos, sorpresivamente estaban acompañados de las chicas.
Hasta ese momento siempre había sido muy femenina, o al menos creía que lo era. No se me cruzaba por la cabeza la idea de jugar al fútbol, eso era cosa de hombres. Me invitaron a jugar y me negué (otra vez excluida). Me quedé sentada cortando el pastito del patio del colegio y digo "patio" para no tener que explicar que eran varias hectáreas de hermoso parquizado, lleno de árboles, pinos y demás. Después de todo se fueron a trepar árboles.
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LOUDER | RM
Ficção AdolescentePasamos mucho tiempo preguntándonos si lo que sentimos es amor, es simple. Si lo que quieres es cambiar al otro no lo es, si lo que quieres es cambiar por el otro... Es amor. - Mi vida es un conjunto de gente ausente, gente que no está. - Pe...