Capítulo 93: Salud Mental.

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93.

— ¡¿Qué hiciste?! -exclamé.

Comencé a golpear las metálicas paredes, veía muy poco ya que, probablemente, la luz se había ido. Tendré problemas si esto no se resuelve.

— ¿Yo?, ¡yo no hice nada! -se atajó.

Apenas le presté atención a sus palabras, quiero salir de aquí.

— ¡¿Y entonces, qué pasó?!, ¿qué tocaste? A ver, quitate. -lo empujé a un lado y comencé a presionar todos los botones a mi alcance.

— A ver, a ver... Ya, tranquilizate mujer. -dijo posando sus manos sobre mis hombros.

— ¡No me toques! -grité.

— Jari, cálmate. Gritándome no conseguirás salir. -dijo.

— Y tú tampoco ayudas mucho con ese papel de pasivo patético que haces. -respondí.

— Oye, tampoco me agredas. -dijo

Suspiré y continúe golpeando las paredes.

— Ay, no puede ser... ¡¡¡Ayuda!!!, ¡¡¡estamos encerrados, por favor!! -grité a las puertas.

— ¡Deja de gritar así! No van a oírte, estamos en el subsuelo no hay nadie a ésta hora.

— ¿Y entonces qué?, ¿nos quedaremos aquí hasta que alguien se digne a aparecer?

— Alguien vendrá, tranquila...

— ¡Todo esto es tu culpa! -le dije.

— ¿Mía?, ¿y mía por qué?

— Porque fue tu idea traerme aquí, por ende, tú provocaste todo esto.

— A ver, ¿y qué culpa tengo yo de que el maldito ascensor que averíe? -dijo, acercándose a mí.

— ¡Podríamos haber ido por la escalera! -dije.

Se rió.

— Eres tan tierna.

— Y tú tan idiota.

De pronto, se oyó una voz desde el comunicador.

— ¿Hola?, ¿me escuchan? Habla Raúl.

— ¡Por fin!, ¡Raúl, Raúl, estamos encerrados! -exclamé.

— ¿Me dejas hablar? -dijo Abraham, mirándome con una ceja levantada.

Lo miré mal.

— Raúl, escuchame. Soy Abraham, del cuarto, ¿nos puedes sacar de aquí?

— Tranquilos, hubo una falla técnica. No se preocupen. Llamo al técnico y viene enseguida, en un ratito están afuera.

— Bien, gracias Raúl.

Él suspiró. Y mi vista comenzó a distorsionarse, el aire comenzaba a faltarme y veía como las paredes venían hacia mí con muchísima rapidez. Mi pecho subía y bajaba y tuve que recurrir a morder mis mejillas internas para no gritar.

Dios, una crisis ahora no...

Me dejé deslizar por la pared, hasta que mi cuerpo llegó al suelo, coloqué mis manos sobre mis rodillas e hice el intento de regular mi respiración.

— ¡Hey, hey, hey tranquila! -dijo agachándose ante mí.

Lo miré mientras luchaba con que mi pecho no se cierre del todo. Lo que menos quiero es un ataque cardiaco.

— Mírame, respira conmigo, así...

Tomó mi rostro entre sus manos y comenzó a respirar profundo, inhalaba y exhalaba mientras yo no despegaba la mirada de sus ojos preocupados. Comencé a llorar y a respirar por la boca como un perro sediento. Cerré los ojos y puse mis manos sobre las suyas.

LOUDER | RMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora