Capítulo 62: Sesión acaramelada.

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62.

Los días transcurrían abruptamente en Madrid, yo me pasaba la mayoría del tiempo con Cris porque Abraham estaba todavía en revisión médica y cuando no iba a visitarlo (que eventualmente eso no pasaba) yo estaba con Cris. Estar con ella era un oasis. Siempre preocupada por mi estado, pero no demasiado para hacerme notar su preocupación. Ella sabía que yo había vomitado, y sin embargo no me decía nada. Seguramente lo analizaba por su cuenta y esperaba al momento necesario para hablarlo, o quizá no quería meterse. Ella quería que yo me sintiese bien, cómoda. Mis padres estaban tranquilos al saber que yo vivía con ella , y en este sentido todos coincidimos: nunca conocimos a una persona más bondadosa.
Ella era así: simple, dulce y por sobre todo desinteresada. Está dispuesta a brindar siempre ayuda, a soportar, a conversar, a entender o simplemente a escuchar o alojarte en su casa. Cuando vivíamos en New York (y cuando yo vivía mi anorexia en todo su esplendor), era hasta gracioso vernos caminar por la calle. Yo vestida de señora seria, flaca escuálida, con polleras y botas largas siempre de colores sombríos. En cambio, Cristina al lado mío era pequeñísima, usaba zapatillas y jeans rotos, remeras de colores y pulseras, relojes y mochilas que yo nunca hubiera usado. Éramos tan distintas y, sin embargo, nos entendiamos y nos queriamos tanto. Una enana de pelo lacio y rubio miel abrillantado que te mira con ojos que te entienden, que te escucha con oídos sinceros, que siempre, siempre tendrá tiempo y lugar para los problemas de los demás.

Así pasé una semana a base de su compañía y por suerte Abraham ya estaba en su casa, vivito y coleando. Y yo, todavía naufragando en conflictos mentales, no volví a arrodillarme frente a un váter, ni volví a probar un yogur, estaba bien, moribunda, pero bien. Tomé la decisión de no decírselo todavía pero conociéndome, tarde o temprano se lo terminaría diciendo porque mi petulancia no servía con él. Pero sí, estaba decidida a hacer algo, iría a ver a Esther y se lo contaría todo, ella fue mi doctora desde que todo esto comenzó, la llamé y me dijo que ella estaba para lo que necesitara, que vaya cuando quisiera, y hoy iría. Le mandé un mensaje a Abraham diciéndole que saldría con amigas a tomar algo, mentira, no iba decirle que iría a ver a mi nutricionista por qué había vomitado un yogur, claramente, no quería alterarlo. Él está en una recuperación armoniosa con su mami cariñosa y una familia conformada por el mismísimo amor sobre la tierra, suerte la tuya, bebito. Me tomé un taxi en la esquina de un bulevar mientras mantenía conversación nula con el taxista, llegué al hospital y esquivando todo contacto visual con alguien y con las puertas que me dirijan a un baño condenador de pecados, llegué al consultorio de Esther, la saludé amablemente y tomé asiento.

-Y dime, ¿qué es lo que te trae por aquí? -me preguntó, con un semblante serio.

-Hace unos días comí un yogur y lo vomité -dije puntualizando.

-¿Esto pasó otras veces? -preguntó.

-No, esta es la primera vez desde que salí -confesé- Y tengo miedo.

-¿Lo provocaste tú?

-No intencionalmente, no me metí dedo ni nada de eso. Sólo que estaba en una situación inestable y viví algo no muy agradable con ese maldito yogur -dije.

-¿Te dio asco al comerlo? -dedujo.

-No, pero me obligaron a comerlo -dije- Y después si vi una situación desagradable con eso.

-¿Tú crees que eso fue el desencadenante? -preguntó- ¿qué te obligaron?

-Si, y me arrepiento mucho de eso, demasiado. Tengo miedo de... Recaer -dije.

-¿Tu familia lo sabe? -preguntó.

-No -negué.

-¿Y Abraham?

LOUDER | RMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora