LXXIX

21 5 1
                                    

Me fui.

Busqué a Han y me fui.

No han sido más de dos días, pero realmente pareció una eternidad. Sin risas escandalosas en los desayunos, sin quejas estúpidas en las comidas...

Incluso Hannie llora menos y nos deja en un profundo silencio.

Hay un caos en mi interior. Lloro y río, muero y revivo. En cada nuevo llanto sólo rondan dos personas en mi cabeza.

No hace falta mencionarlas.

Y es tan estúpido...

Me siento tan mal porque Gyeom no ocupa ni uno de esos pensamientos. Sus recuerdos no me traen consuelo, y su voz me parece irritante...

En cambio, las otras dos... Joder...

El fantasma de Hobi a veces me da paz y alegría. Otras, ira y culpa... Pero, la mayoría de las veces, el sentimiento es pesar puro.

A veces le hablo, sintiéndome loco de remate. A veces trato de tocarlo, de abrazarlo y que me llene de calor... Pero nunca recibo respuesta y siempre traspaso su cuerpo.

Es un infierno.

Por suerte, Hannie siempre logra sacarme de él. Es por ella que he dejado de llorar y mejor reflexiono sobre lo que he hecho mal.

Mi dulce ángel...

-¡princesa, ya es de día! Hoy iremos al parque y te compraré muchas, muchas cositas, ¿sí?

Con una sonrisa quito la manta que cubre la cuna que he rentado.

Está vacía.

Describir los siguientes segundos sería caótico. Realmente no sé qué pasó. Cada recuerdo está mal, en el tiempo equivocado. Estoy seguro que salir de esa habitación de hotel no fue lo primero que hice, ni borrar mi sonrisa y gritar lo último.

Da igual, sólo quiero encontrar a mi niña...

Busco por todo el edificio, pido ayuda a cualquier persona que me encuentro, grito el nombre de mi pequeña.

Tres horas tardo en volver a mi habitación. Todos los empleados del hotel se han dado por vencidos, y me recomiendan que haga una alerta amber de inmediato.

Pero no quiero esa alerta... Quiero a mi cielo, mi Luna, mi nuevo sol...

Mis manos comienzan a temblar. La respiración se me hace más pesada. Mis ojos se llenan de lágrimas.

Y la danza vuelve a empezar...

Muerdo mis uñas con desesperación, buscando calmar de algún modo esos temblores que me atacan, y boqueo por aire entre lágrimas de frustración.

Mis piernas me dejan caer, y cada vez siento que la vista se me nubla más y más.

Me estoy ahogando.

No de forma retórica, me estoy ahogando de verdad.

La tos que me ataca vuelve todo más difícil. El poco aire que logro tomar se escapa en esa inoportuna tos, y me deja sin nada.

Grito por ayuda.

Más bien susurro...

Ruego entre sollozos y débiles bocanadas de aire que alguien me salve.

Un ligero llanto me hace abrir los ojos.

¿Morí? Estoy casi seguro que sí, porque un pequeño ángel golpea torpe y suavemente mis mejillas con sus regordetas manos.

Tres segundos después me doy cuenta que desgraciadamente no he muerto. Sigo en el infierno que es el planeta Tierra, y esas grandes y perfectas manos tomando a Han me lo confirman.

Matar O MorirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora