Capítulo 60

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Al abrir los ojos mire a mi alrededor, intenté mover mi cuello, pero eso sólo hizo que me doliera. Sentí un terrible dolor de cabeza.

― ¿Dónde estoy? ―Pregunté un poco desorientada.

―En el cielo, soy dios, tu dios.

―Tú eres el diablo lo que quiere decir que estoy en el infierno. ―Dije.

― ¡Mierda! ni enferma dejas de estar molestando.

―Vete no tienes por qué estarme soportando. ―Dije.

―No, no me voy a ir nunca, me convertiré en tu sombra e iré siempre contigo.

― ¿Qué pasó?

― ¿Crees que eres de hule? ¿Por qué nunca miras cuando cruzas la calle?

―Seguridad. ―Grité.

―No me pueden sacar de aquí soy un paciente.

Abrí los ojos para mirarlo, me senté de inmediato cuando observé que traía un yeso en su mano de la misma manera que yo.

― ¿Qué te paso? ―Pregunté preocupada.

―Creí que era el protagonista de Crepúsculo e iba a poder detener el auto, un poco más y no hubiera quedado nada de ti. ―Dijo y sonrió.

―Eso es lo que quisieras, soy inmortal, Daniel no me hagas reír, me duele el estómago. ¿Has visto crepúsculo?

―Hay pasados que quiero olvidar, sólo miré un poco y después coloqué una película porno. Deja les digo que despertaste.

―Gracias. ―Susurré.

― ¿Por qué?

― Porque otra vez evitaste que cayera más fuerte. ―Susurré.

― ¿lo hiciste a propósito?

―No, pero gracias por salvarme otra vez.

―Sólo me estaba salvando a mí mismo. ―Dijo y salió de la habitación.

Observé que me dijo adiós a través del vidrio, yo hice lo mismo, sonrió un poco triste y siguió caminando, lamí mis labios mientras observaba que en mi mano tenia colocado el reloj que le había regalado, lloré porque él jamás se iba a volver a aferrar a mí, ¿era lo mejor? Lo era, pero no era lo que quería. En algún lugar de mi corazón había construido la idea de que iba a cambiar e iba a pedirme que regresara con él, pero eso significaba todo lo contrario, el cuerpo me dolía demasiado debido al golpe que me había ocasionado la caída. Lamenté el hecho de que él hubiera estado cerca otra vez.

Observé a la enfermera entrar a la habitación, sonreí cuando me di cuenta que era Miriam.

― ¿Cómo te encuentras?

―Bien.

―No lo pareces. ¿Y Evan?

―Ya se fue y por la manera en que me miró, siento que jamás va a volver.

―Sólo permitió que le enyesaran su mano y salió corriendo hacia aquí.

― ¿No hay nadie más? ―Cuestioné.

―No, ¿tienes a dónde ir? ―Ella preguntó mientras acercaba mis zapatos.

―Con mi hermano.

― ¿tienes un hermano?

―Si.

― ¿quieres que le hable?

―No tengo nada grave, ¿o sí?

―No. ―Respondió.

―Entonces ya me voy. ―Avisé.

―La cuenta ya fue pagada.

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