Sexagésima novena parte

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Entre refunfuños siguió el auto rojo que Allyson tanto quería. Observaba como las chicas reían en el auto. No, realmente miraba como su angelito se reía, se veía tan dulce y auténtica.

Allyson le fascinaba en la mayoría de los aspectos a excepción de cuando lo desafiaba y se comportaba como una niña rebelde. Aquello le provocaban unas ganas descomunales de darle un buen castigo, la rubia era incontrolable y Damon era alguien que siempre buscaba tener todo en control, así que su angelito ponía todas sus emociones de patas arriba, y eso lo desquiciada.

Debido su enfermedad, la necesidad irracional de tener todo correctamente era inmensa, por lo que todo en su vida estaba en control absoluto. Sin embargo desde que llegó Allyson a su vida todo había cambiado de una forma muy abrupta.

Cuando llegaron al departamento Allyson abrió la puerta, dejando que Maya y Damon entraran. Se encaminaron hasta la sala y Maya preguntó donde se hallaba el baño, Ally le dio las instrucciones y la chica se perdió por el pasillo- Y bien. ¿Qué es lo que tanto me quieres decir que me has sacado del club?- preguntó, quitándose el saco de Damon por más que le gustara el olor que desprendía y se lo lanzó. Aún el olor se sentía latente en la piel que hizo contacto con el saco y expiró discretamente. Ambos estaban de pie en la sala, mirándose intensamente en una pequeña batalla. La rubia sostenía con esfuerzo la mirada pesada e intimidante de Damon, no iba a permitir que unos simple ojos la amedrentaran, ni tampoco el hecho de que él era muchísimo más alto que ella.

La rubia medía un metro sesenta y cinco, no era ni alta ni pequeña, pero Damon medía al rededor de un metro noventa y tres. Era alto, intimidante, elegante, frío. Le provocaba una debilidad en las piernas, debilidad que había aumentado según se miraban, así que para disimular aquello, se sentó lentamente en uno de los sofás rojos de su sala y tomó uno de los cojines blancos que lo decoraban para abrazarlo- ¿Hablarás o solo te quedarás mirándome, Damon?- gruñó.

- ¿No me darás algo de tomar?- preguntó, socarrón, tratando de hacer que ella se relajara, se veía tensa, a la defensiva.

Ally pestañeó- No le doy nada de tomar a alguien que se autoinvitó a mi departamento- contestó, dando una sonrisa ladina y que detonaba rencor- Me dirás lo que tienes que decirme y luego te irás- se encogió de hombros, dando su ultimátum.

Damon apretó la mandíbula y sus ojos se oscurecieron. La actitud de ella le molestaba, ya que ella no tenía nada por lo cual enojarse. ¿Es que acaso ella no lo veía? ¿No había entendido con todo lo que él le confesó? Amelia, ni las demás, ni ninguna otra mujer le llamaban la atención, solo ella. Allyson. Su angelito. O de lo contrario nunca se habría esforzado tanto para acercarse.

Allyson observó claramente como el semblante de Damon que hace unos segundos detonaba picardía, ahora se hallaba sombrío, tuvo que aclarar su garganta y apretar discretamente el cojín. Se estaba arrepintiendo de haberle hablado de esa forma, pero el enojo seguía ardiendo en su interior y era inevitable no manifestarlo. Sin embargo, debía cuidar un poco sus palabras y su tono.

« La tentación de Damon» #2 COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora