Séptimo capítulo.

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Le cerró la puerta de la entrada en su cara, sin importarle lo que sintiera.

Estaba molesta.

No, más bien, furiosa.

Aunque el tipo sabía como moverse, era un metiche al que le gustaba inmiscuirse en donde no lo llamaban.

No necesitaba a ningún terapeuta para que la escuchara, tampoco era para tanto. Porque sí, estaba triste, pero por eso no quiere decir que se lanzaría de un puente o se cortaría las venas por un maldito corazón roto.

Eso tarde o temprano, tenía que sanarse, como cualquier otra cicatriz.

Le enardecía saber que otros veían la tristeza reflejada en su rostro.

No tenía nada más que hacer. Así que entró a su baño, se duchó y se acostó aún mojada y desnuda sobre su gran cama, y se dejó llevar por el sueño.

Mientras tanto Damon se encontraba desnudo, con un vaso de brandy en su mano izquierda, ya que la otra estaba lastimada por su arrebato, dándole vueltas con sus largos dedos, en su despacho.

Hacía ya rato que despachó a su amante, la pobre no había podido soportar más, así que le pidió dejarla ir. Y él no era del todo un imbécil, la dejó ir, prometiéndole enviarle un regalo.

Eran pasadas las tres de la mañana, y no tenía ni un ápice de sueño, por eso, decidió tomarse un trago, pero eso ni siquiera podía calmarlo después de la llamada que recibió.

Un hombre estuvo en el departamento de Allyson.

Estaba abrumado y muy molesto porque ese hombre, claramente no estaba en su hogar para hablar.

Le molestaba saber que Alem no era el único en la vida de Ally, pero a la vez le alegraba saber que ella solo utilizó a aquél hombre para olvidarse por un rato de la escoria aquella.

Desde que la vió aquel día no había podido olvidarla, era como la medicina para los enfermos, como la melodía para los músicos, como agua para los peces.

El punto era, que ella se había convertido en algo completamente indispensable para él.

Su mente le pertenecía sin que ella lo supiera, porque no existía un momento en el cual él no pensara en ella.

Nadie nunca se había metido así en su piel, hasta que ella llegó.

Y lo más absurdo era que ni siquiera había entablado una conversación con ella.

Aunque costara admitirlo, tenía cierto temor de que cuando la tuviera para él, lo que sentía se volviera más fuerte de lo que ya era.

Sabía que lo que sentía no era sano, porque no solo deseaba su cuerpo y sus sentimientos, sino que también deseaba ser el causante de su dolor, el dueño de sus lágrimas.

Damon era un hombre sumamente frío.

Apático, arrogante, sarcástico, amargado y muchas cosas negativas más.

Pero lo que más negativo tenía, era su enfermedad.

Aunque su difunta madre decía que eso era un regalo de Dios, que eso lo convertía en un ángel y debía sentirse afortunado, él pensaba todo lo contrario.

Y sabía con certeza que era un monstruo.

Y que todos esos demonios que tenía escondidos, habían salido cuando la rubia estuvo frente a sus ojos.

Desde hace ya años tenía su enfermedad a raya, pero cuando ella apareció, su monstruo interno pedía salir a flote en cada momento.

Esas vibras negativas que poseía se querían abrir paso a través de él, y cada día se volvían más fuertes y más insistentes.

Pensaba que se revelaban porque ellas supieron que Ally podía ser su cura, su salvación.

Porque percibieron lo que él no era.

Alguien positivo y lleno de vida.

Querían mezclarse con su luz, con su luminosidad.

Fundir luz con oscuridad.

Mezclar lo amargo con lo dulce.










« La tentación de Damon» #2 COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora