Septuagésimo tercer capítulo

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Al amanecer sus ojos se abrieron, con dificultad. Sorpresivamente había sol, lo cual era muy difícil, siempre llovía. Los rayos de aquella esfera de fuego molestaban en sus ojos sensibles y su cabeza era colonizaba por el dolor. Se acarició las sienes con su mano y dio varias respiraciones.

Cayó en cuenta el hecho de que no había dormido sola, ya que el perfume de Damon aún perduraba en las sábanas. Sin embargo este no se encontraba allí, se preguntó donde estaba y qué hora era. Miró si veía su celular, pero probablemente este se hallaría en la sala, metido en el bolso que traía anoche. Se sentó y estiró para luego bajar de la cama y notar que tanto la ropa de ella, como la de Damon, habían desaparecido de la habitación. Agradeció el hecho de que fuera sábado y que no trabajaba, porque no sería capaz de tener la fuerza suficiente para levantarse y prepararse rápidamente, como lo acostumbraba a hacer. Salió de la cama y se dirigió hacia el baño para ducharse, tratando de echar a un lado la incógnita de si Damon se había ido de su departamento o simplemente rondaba por el lugar.

Al salir del baño se colocó una camiseta de alguna banda que le quedaba como un vestido, unas bragas blancas y unos shorts de mezclilla, ató su cabello húmedo en una coleta alta y semi envuelta. Luego salió hasta la cocina y encontró unas aspirinas junto a un vaso de agua en la meseta, supuso que el pelinegro lo dejó allí y se las tomó, esperando que surtieran efecto rápidamente y se giró para abrir el refrigerador. No estaba de ánimos para cocinar algo así que simplemente tomó un vaso y lo llenó de jugo de mango, cerró el refrigerador e iba a beber de su jugo, pero la puerta de la entrada se abrió. Detuvo su vaso a mitad de camino y observó como entraba un Damon que llevaba ropa deportiva que consistía en un jersey sin mangas y unas bermudas, ambas prendas eran bastante pegadas y revelaban la complexión musculosa del hombre. Tenía un brazalete deportivo para celular, unos audífonos inalámbricos y una liga blanca y delgada que recogía levemente su cabello, dejando que se apreciara más sus cejas tupidas y sus ojos con unas pestañas que cualquier mujer envidiaría- Buenos días, traje el desayuno- levantó una bolsa de papel, acercándose a la encimera y colocándola allí. La abrió y sacó unas tostadas francesas, croissants y dos cafés en sus respectivos vasos para llevar.

Allyson iba agradecer, sin embargo no pudo abrir su boca para articular alguna palabra con sentido. No podía, no al ver el brazo derecho de Damon, se preguntaba como demonios no se dio cuenta de ello la noche anterior, pero recordó que la poca luz que había en su recámara proveniente de la calle apenas iluminaba y que el alcohol en su sistema la tenía lo suficientemente atontada para no poder verlo, también el hecho de que no lo había visto sin camisa, ni siquiera lo había visto desnudo, lo más desnudo que pudo verlo fue cuando tuvieron sexo en la oficina y él solo se había bajado los pantalones.

- ¿Desde cuando tienes el brazo tatuado, Damon?- cuestionó anonadada, observando como su brazo se hallaba completamente tatuado y casi pudo asegurar que sus bragas se humedecieron un poco al apreciar lo bien que se veía un Damon tatuado. Debía reconocer que aquello le daba más atractivo y que le quedaba de maravilla con su cara que permanecía la mayor parte del tiempo seria o era sustituida por una sonrisa ladina que dejaba entrever malicia.

« La tentación de Damon» #2 COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora