PRÓLOGO

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Faith.

Durante los primeros días desde la partida de Can lloro sin parar hasta que el sueño me vence. Sam se pasa las horas a mi lado para que no esté sola y mis padres suben a mi habitación cada pocos minutos para preguntarme cómo estoy. Yo sólo digo que quiero estar sola.
     El día de mi cumpleaños lo paso metida en la cama llorando y ni siquiera abro los regalos que me traen.
     El primer mes lo paso llorando, metida en la cama y sin ganas de nada. No cocino, ni bajo a tocar ningún instrumento. Me paso las horas sentada en la cama, mirando la ventana, esperando que Can aparezca por alguna parte, esperando que venga a decirme que me quiere. Pero no lo hace. Cada noche tengo pesadillas y me despierto llorando.
     El segundo mes también lo paso llorando, pero empiezo a dormir cada vez menos y casi no como. La comida no me entra, tengo el estómago cerrado y los sabores no son iguales, han perdido el encanto. Y tampoco vuelvo a cocinar. Las chicas vienen cada día a verme, pero casi no les hago caso, porque me quedo perdida en mis pensamientos. Sólo quiero llorar y hundirme en mi propio dolor. Las pesadillas siguen.
     En el tercer mes empeoro. No como, no duermo, sigo llorando y tengo muchos cambios de humor. No quiero hablar, no quiero estar con nadie, no tengo ganas de nada y cada segundo que pasa me convenzo más de que él no volverá. Mis padres deciden que debo ir al médico. La doctora que me ve decide que me valore un psiquiatra al ver mi estado y cuando éste lo hace, me diagnostica una fuerte depresión y cree que es conveniente ingresarme en un centro. Yo no digo nada, sólo miro fijamente la pared blanca de la consulta, ida y perdida en mis pensamientos autodestructivos y llenos de dolor y rabia.
     El cuarto mes lo paso en el psiquiátrico. Me han dado una habitación individual. Hay tele, pero nunca la pongo. No me apetece. Sólo quiero dormir y llorar. Las enfermeras son muy majas y me traen tres tipos de pastillas diferentes al día, además de acompañarme a mis sesiones de terapia con la doctora Lale y obligarme a comer cuando toca, pero yo no quiero. Mis padres vienen una o dos veces a la semana para verme y contarme qué tal está todo. Con cada día que paso aquí soy más consciente de que él nunca me quiso de verdad. Vuelvo a tener pesadillas.
     El quinto mes empiezo a mejorar. Llevo dos meses en el psiquiátrico, tomando pastillas, yendo a terapia y haciendo todo lo que me dicen aquí. Empiezo a dormir mejor, como más y hablo con las enfermeras, con la doctora y con algunos compañeros. Pero el dolor sigue ahí, presente, intenso y abrasador, por todo mi cuerpo. Las pesadillas siguen, pero son menos intensas. La doctora Lale dice que es normal, que lo estoy haciendo muy bien, y que poco a poco el dolor pasará y acabaré por superarlo. Pero yo no creo que lo supere nunca.
     En el sexto mes, cuando llevo tres meses aquí dentro, ya estoy muchísimo mejor. Como bien, duermo gracias a las pastillas que tomo y no tengo tantas pesadillas. La doctora Lale me dice que está muy orgullosa de mí y me da la gran noticia de que puedo elegir entre seguir aquí hasta recuperarme del todo o volver a casa con la condición de seguir tomando las pastillas para dormir, ir a terapia psicológica tres veces a la semana, hacer todo lo que la terapeuta me diga, y si empeoro volveré aquí. Yo le digo que quiero volver a casa y le prometo a ella y a mí misma que me recuperaré de esto, cueste lo que cueste.
     Pero sé al cien por ciento que nunca dejaré de amarle y que jamás habrá nadie como él.

VOLVER A TI (YSETE 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora