CAPÍTULO 1

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9 meses después.

Faith.

Nueve meses… Han pasado nueve meses desde que se fue. Nueve meses en los que no he sabido nada de él. No sé si está bien, si sigue en Tailandia o si se ha ido a recorrer el resto del mundo. No sé nada. Nueve meses en los que no he vuelto a ser yo, desde el instante en que el avión al que se subió despegó.
     Los primeros meses fueron un verdadero infierno. No podía parar de llorar, de mirar sus fotos, de echarle de menos. Apenas salía de mi habitación y el poco tiempo que lo hacía era para ducharme o comer lo poco que me entraba y que mi madre me obligaba. Poco a poco dejé de ser yo. Empecé a tener pesadillas cada noche, reviviendo una y otra vez el instante en que se fue, cuando no llegué a tiempo a impedir que se marchara. Dejé de comer, de dormir, de cocinar, de cantar, de reírme e incluso de hablar. Me convertí en un cuerpo sin alma. Me pasaba las horas mirando la ventana de mi cuarto, deseando y esperando que él apareciera con su coche y viniera a por mí. Pero eso no sucedió. Incluso había días en los que escuchaba su voz, le veía mirara donde mirase y olía el aroma de su piel, como si aún estuviera allí, conmigo.
     Cuando pasaron tres meses había perdido mucho peso, tenía unas ojeras terribles de no dormir por las noches y me dolía todo el cuerpo. No quería moverme, ni hablar, ni comer, ni hacer nada. Sólo quería estar sola, llorar y hundirme en mi desgracia. Y mis padres ya no pudieron soportarlo más. Terminaron llevándome al hospital, donde me derivaron al ala de psiquiatría al ver lo mal que estaba, y allí un psiquiatra me hizo una evaluación. El diagnóstico fue Trastorno Depresivo Mayor. Y decidieron, con el apoyo de mis padres, que lo mejor era que me ingresaran un tiempo hasta que me sintiera mejor.
     A los dos días estaba en una habitación de la unidad de trastornos del ánimo del Hospital Psiquiátrico Bakirköy. Pasé allí otros tres meses, yendo cada día a terapia, tomando tres tipos de pastillas al día y haciendo todo lo que me decían. Poco a poco fui mejorando, dejé de tener alucinaciones en las que lo veía o escuchaba, las pesadillas fueron desapareciendo, empecé a comer, descasaba mejor y mi humor fue cambiando. Y la doctora Lale, mi terapeuta, me dio la gran noticia de que podía volver a casa, con la condición de ir a terapia tres veces a la semana, seguir tomando las pastillas para dormir y que hiciera todo lo posible por recuperarme. Y yo acepté.
     Ya llevo tres meses fuera de allí. Me gustaría decir que estoy bien, que me he recuperado y que ya no duele, que no le echo de menos y que no sigo pensando en él. Pero estaría mintiendo descaradamente. Simplemente estoy. Ya como, duermo bien gracias a las pastillas, no tengo alucinaciones y, aunque sigo llorando mucho, me siento mejor.
     -Faith, ¿dónde colocamos esto? – la presencia de Cihan y Mesut en la cocina del restaurante con las cajas de las verduras que acaban de llegar me devuelve  a la realidad.
     -Dejadlas aquí – señalo la encimera de acero inoxidable que está a mi derecha -. Las necesito para la salsa.
     Por si os sentís perdidos, os lo explicaré. Ahora tengo un restaurante. Cuando salí del psiquiátrico mis padres me habían comprado un local cerca del puerto que se vendía a muy buen precio y los chicos se encargaron de prepararlo todo para que empezara a funcionar cuanto antes. Damla, Azra y Gamze se encargaron de la decoración, Mesut y Cihan del marketing con los carteles y demás con la ayuda de Ahmet y su imprenta, Murat se convirtió en nuestro abogado, y yo me encargué de la carta con la ayuda de Ömer y mi madre, decidiendo que finalmente sería una mezcla de la gastronomía tradicional turca y española, porque yo soy ambas cosas, aparte de algunas recetas propias. Y, además, Engin invirtió mucho dinero para que todo fuera sobre ruedas y que toda la ciudad descubriera el nuevo restaurante que estaba a punto de abrir. Golden Flavour, así lo llamé. Quería que los sabores que los clientes probaran fueran lo mejor que comieran nunca. Y es una preciosidad. Me paso las horas y las horas aquí cocinando, tomando té, haciendo inventario y asegurándome de que los clientes estén satisfechos.
     Mis dos amigos hacen lo que les indico y sueltan las cajas llenas de tomates, pepinos, pimientos, calabacines y demás.
     -Gracias – sonrío levemente.
     -Así me gusta, Faith. Esa sonrisa me ha gustado mucho – me dice Ömer, acercándose a mí, para pellizcarme las mejillas.
     -¡Quita, hombre! – me quejo, apartándome -. Vas a reventarme los pómulos – me sobo las mejillas, dolorida -. ¿Tú no tienes una carnicería que atender?
     -Sí, pero me he escapado un rato para verte. Además, Damla viene ahora con las chicas para comer – me cuenta.
     Sí, se pasan el día entero aquí. Salen de clase, vienen a comer y luego se tiran toda la tarde aquí estudiando o haciendo cualquier cosa para estar cerca de mí. Para tenerme vigilada, básicamente. Y no sólo lo hacen las chicas, Mesut y Cihan también hacen lo mismo, cuando no van a buscar carne, pescado u otras cosas que saben que suelo utilizar. Engin también se pasa cada tarde cuando sale de la oficina para verme y de paso recoger a Gamze, y Murat y Ahmet vienen cada vez que pueden.
     El móvil me suena en el bolsillo del pantalón y cuando lo saco me encuentro el nombre de mi madre parpadeando en la pantalla. Ella ya es el tope. Me llama al menos siete veces al día, viene al menos tres y cuando estoy en casa se asegura de forma concienzuda de si he comido, si me he tomado las pastillas…
     En definitiva, me tienen bien controlada. Y les entiendo. Estos meses han sido muy duros también para ellos y comprendo que no quieran que me ponga peor.
     Descuelgo la llamada y me coloco el móvil en la oreja, sujetándolo con el hombro para poder hacer cosas y hablar con ella a la vez.
     -Dime, mamá – contesto.
     -Hola, cielo – saluda ella con voz alegre -. ¿Cómo estás?
     -Pues igual que hace veinte minutos – suspiro -. Mamá, de verdad que no hace falta que llames a cada hora para preguntarme lo mismo una y otra vez – le digo.
     -Me quedo más tranquila, Faith. Estos meses han sido muy duros y no quiero que vuelvas a recaer – el tono de su voz se entrecorta un poco.
     -Lo sé, mamá. Pero estoy bien, de verdad. Ya me encuentro mucho mejor.
     Cojo un par de ajos y perejil de una de las cajas que han traído los chicos y busco guindilla, ajo y el delicioso aceite de oliva de mi querida España para las gambas al ajillo que estoy preparando.
     -Y sé que acabarás superándolo, cariño – me dice en un tono optimista.
     <<Ojalá…>>, deseo en mi interior.
     -Oye, tengo que colgar, mamá. Estoy cocinando y se me está resbalando el móvil – cojo el teléfono con la mano -. Esta noche te veo.
     -De acuerdo, cariño. Recuerda que tienes cita con la doctora Aylin esta tarde. No llegues tarde – me recuerda.
     -De acuerdo. Un beso – cuelgo la llamada y me guardo el móvil en el bolsillo de nuevo.
     El horno pita, indicándome que el cordero asado está listo. Saco la bandeja con cuidado de no quemarme y cojo un buen trozo para deshilacharlo y preparar las dolmas con las hojas que ya tengo preparadas. Las dolmas rellenas de cordero asado es uno de los grandes platos. Todo el que lo prueba repite. Dejo los dos platos en la encimera y uno de los camareros se lo lleva. Hay tres camareros en la terraza, dos en el interior (sin contar al que está en la barra) y cuatro cocineros, contando conmigo.
     Observo la cocina y veo a los chicos cocinar. Somos cinco. Seyma y Kemal se encargan de la parte turca de los platos, mientras que Estefanía y Jordi, una andaluza y un catalán, se encargan de la parte española. Y yo, bueno, yo me encargo de que todo funcione, de poner orden, de cocinar y de darles a los platos el último toque a lo Faith. No paro, básicamente. Pero merece la pena por ver que los clientes están muy satisfechos. Y eso me hace feliz.
     <<Sería mucho más feliz si él estuviera aquí también… ¡No, no, no, no, no! Él se fue, él me abandonó y por él he pasado los peores meses de toda mi vida. No quiero volver a verle jamás>>, me digo.
     Respiro hondo, intentando calmar el nudo que se me ha formado en el estómago al pensar en él. Siempre que lo hago parece que me quedo sin respiración. Y me entran escalofríos. Y, aunque no quiero verle ni saber nada, no puedo negar que sigo enamorada como una idiota. Nueve meses después sigo amándole.
     -Jefa, quieren tres salmorejos más  – Ozan, uno de los camareros, rubio, con el pelo corto y los ojos azules, deja la hoja con las comandas y sonríe.
     -Marchando – contesto, cogiendo el papel.
     Ozan se marcha y dos segundos después aparecen Azra, Damla y Gamze, quienes se apoyan en la encimera. Me dedican una sonrisa y luego entran para achucharme con fuerza.
     -Chicas, me estáis aplastando – digo con la voz entrecortada por el apretón que me están dando.
     -¿Cómo estás, cielo? – pregunta Damla -. ¿Te echamos una mano?
     -Estoy bien – contesto -. Y no, no hace falta. Esperadme en la mesa con los chicos y voy cuando acabe esto, ¿vale?
     -De acuerdo, pero no tardes, ehh. Que tenemos hambre – me pide Azra, poniendo ojitos de cordero degollado.
     -Oído, cocina – respondo.
     Me liberan del abrazo y yo le pido a Estefanía que siga con las gambas mientras yo preparo el salmorejo. Cojo unos tomates bien maduros, ajo, pan, más aceite, sal y vinagre y lo meto todo en el robot para triturarlo mientras pongo a cocer unos huevos. Añado agua y compruebo que está en su punto. Vierto el líquido rojizo en unos cuencos de cerámica y añado los huevos duros y trocitos de pan crujiente.
     Una vez está todo listo, comunico a los cocineros de que voy a sentarme, como todos los días con mis amigos, y que me avisen si necesitan cualquier cosa. Ellos me contestan que está todo controlado y que no me preocupe por nada. Son todos majísimos y unos compañeros estupendos.
     Me quito el delantal blanco que llevo puesto y salgo de la cocina y me siento en la mesa que está junto a la puerta de la terraza, como siempre. Ya cuando comemos los chicos suelen quedarse aquí el resto de la tarde y como yo por la tarde estoy en la barra, no tienen que hacer más que levantar la mirada para verme.
     -Ya estoy aquí – comunico, sentándome en la silla que han dejado libre.
     -¿Qué tal el día, Faith? – me pregunta Gamze, en un tono dulce.
     -Pues bien, igual que siempre – contesto, acomodándome en la silla.
     -¡Hola, guapetona! – Murat aparece acompañado de Ahmet y se sientan junto a Ömer -. ¿Cómo estás? Y sé sincera.
     Apoyo los codos en la mesa y me encojo de hombros.
     -Estoy – contesto -. Voy mejorando. Estoy mejor – esbozo una leve sonrisa, que desaparece un segundo después.
     La mesa se queda en silencio durante unos minutos y yo me pierdo en mis pensamientos de nuevo. Pienso en qué habría dicho él del restaurante, si le hubiera gustado, qué ideas me habría dado… ¡NO! Él no está, se fue. Y no va a volver. Así que lo que hubiera pensado de mi restaurante importa bien poco.
     <<Te destrozó la vida, recuérdalo>>, me dice mi mente. Exactamente. Me abandonó y mandó mi vida a la mierda por egoísmo y orgullo.
     -Bueno – habla Gamze -, ¿comemos?
     -Sí – dicen todos al unísono.
     Entre todos decidimos lo que almorzar y me levanto para ir a la cocina a prepararlo todo con la ayuda de Ömer y Gamze, que adoran cocinar. Bastante trabajo tienen ya los chicos como para prepararnos el almuerzo a nosotros también.
     Una vez preparamos el pescado, las dos ensaladas, el kofte y el resto de cosas, lo llevamos todo a la mesa y almorzamos mientras me cuentan qué tal les ha ido el día, qué han hecho y que planean hacer aquí durante la tarde.
     A las tres y media cerramos la cocina y Jordi, Estefanía, Seyma y Kemal se van a casa para volver luego a la hora de la cena. Algunos camareros se van a descansar y yo me meto en la barra para servir lo que haga falta, mientras Azra y Gamze estudian lo que han estado viendo en la universidad, Damla hace unos dibujos de diseños para una de sus clases y Mesut y Cihan preparan un proyecto de marketing para otra asignatura. Ömer decide quedarse un rato más y Murat y Ahmet se van para seguir trabajando.
     -Chicos, tengo que irme – anuncio cuando son las seis y cuarto de la tarde -. Tengo cita con la doctora Aylin.
     -¿Quieres llevarte mi coche? Nosotras podemos volvernos con Cihan y Mesut – me pregunta Damla, mientras yo cojo mi chaqueta verde y mi mochila.
     -Sí, además Engin vendrá luego y trae su coche – menciona Gamze.
     -De acuerdo. Pero cuando salga tengo que pasarme por aquí un rato.
     Damla saca las llaves de su Mini blanco del bolso y me las tiende para que las coja.
     -De acuerdo, pero luego vienes a cenar a casa, ¿no? – me pregunta Azra -. Lo prometiste, Faith.
     Suspiro, cogiendo las llaves de la mano de Damla.
     -Que síii, que iré luego a cenar – contesto.
     Las tres sonríen, satisfechas por mi respuesta.
     -Pues me voy ya.
     -Tú tranquila, que nosotras nos encargamos de todo – me asegura Damla -. Que vaya bien.
     Le doy un abrazo a cada una y salgo de mi restaurante. Camino por la acera en dirección al coche de Damla y me subo en el asiento del conductor. Dejo mi mochila en el asiento del copiloto e introduzco la llave en el contacto, la giro y el motor arranca. Me coloco el cinturón de seguridad y salgo de allí, conduciendo en dirección a la consulta de la doctora Aylin.

VOLVER A TI (YSETE 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora