CAPÍTULO 67

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Faith.

Camino hasta la cocina, seguida de Sam, y me apoyo en el marco de la puerta, observando a Can. Está de espaldas, removiendo algo en una sartén, mientras está pendiente de la infusión que está preparando, la cual parece ser de tomillo por el olor que reina en la cocina.
     -¿Estás mejor? – gira la cabeza y me mira.
     Asiento y camino lentamente hasta él.
     -¿Qué estás preparando? – le pregunto con voz rasposa.
     -Infusión de tomillo, limón y miel y tus adorados champiñones – responde.
     -Me cuidas demasiado bien, Can – le acaricio la barba.
     -Serán los efectos de estar enamorado hasta los tuétanos de ti – me mira sonriente -. Ve a sentarte al salón, si quieres. Yo termino esto enseguida y voy.
     Asiento ante sus palabras y me acomodo en el sofá después de sacar una manta del armario del pasillo para cubrirme con ella, mientras le espero.
     Cinco minutos después, Can sale de la cocina con una tetera llena de la infusión verdosa y una bandeja con dos platos humeantes que desprenden un delicioso olor a champiñones que me hace la boca agua, tenedores y dos vasos.
     -Listo – se sienta a mi lado.
     Coge uno de los vasos y vierte la infusión dentro antes de dármelo.
     -Cuidado, que quema – me avisa.
     Soplo un poco el líquido y le doy un pequeño sorbo que me suaviza la garganta al instante.
     -Está muy rica – le digo.
     -Me alegro – sonríe -. ¿Comemos? – asiento -. Pues al ataque.
     Can me da uno de los tenedores y uno de los platos y encendemos la televisión. Una vez nos zampamos el almuerzo y yo me termino el vaso de infusión y empiezo otro, Can me coloca de nuevo el termómetro y ambos nos sentimos aliviados cuando comprobamos que mi fiebre ha bajado hasta los treinta y ocho grados y tres décimas. No estoy bien, pero me siento algo mejor que esta mañana.
     -Sigues teniendo fiebre, pero parece que está bajando – dice Can, guardando el termómetro -. ¿Te apetece ver una peli o algo?
     -Dibujos – respondo, acurrucándome contra él.
     Por alguna extraña razón, cada vez que estoy enferma o deprimida, sólo quiero ver películas de dibujos o de Disney. Creo que si Can no se ha tragado Frozen unas doscientas veces, no la ha visto ninguna.
     Can abre la aplicación Prime Video en la televisión y empezamos a mirar las películas de animación. Vamos pasando de una a otra hasta que encontramos Madagascar.
     -¿Esta? – me pregunta.
     Asiento.
    -Voy a por el arsenal – menciona, levantándose, después de darle al play.
     <<Cómo me conoce>>, pienso.
     Una película sin chucherías, bombones, galletas y chocolate no tiene ningún sentido. Vuelve a sentarse conmigo y deja encima de la mesita de centro mis botes de galletas caseras, bombones, Filipinos, Oreos, tabletas de chocolate… azúcar en estado puro.
     Pasamos la película abrazados y tapados con la manta, comiendo chocolate y bebiendo infusión de tomillo, limón y miel hasta que nos terminamos la tetera.
     -¿Sabes qué me gustaría hacer algún día? – hablo cuando la película termina.
     Can mastica un trozo de chocolate negro y me mira, curioso.
     -¿Qué? – me pregunta.
     -Bailar y cantar el ‘yo quiero marcha marcha’ en las playas de Madagascar. Dicen que son preciosas – menciono.
     Toso un poco.
     Can apoya la cabeza en el respaldo del sofá y sonríe con ternura.
     -Un día lo haremos, prometido – responde -. Y sí, Madagascar tiene unas playas increíbles y unas selvas preciosas. Algún día iremos juntos.
     Sonrío. Sería precioso.
     Me acaricia el pelo rizado con los dedos y me besa la frente para abrazarme contra su cálido pecho. Le abrazo con fuerza y aspiro su olor.
     -Parece que la fiebre te sigue bajando. ¿Te encuentras mejor? – asiento -. ¿Quieres ver otra película? – me pregunta.
     Asiento.
     El resto de la tarde la pasamos viendo películas Disney de dibujos, desde el Rey León hasta Aladdin, atiborrándonos de dulces. Engin y Gamze nos mandan fotos de su llegada a Tokio y nos informan de que dormirán un poco para no sufrir demasiado el jet lag y que mañana nos harán una videollamada.
     Can al final tiene que levantarse para coger un par de chuches de Sam para dárselas porque no nos deja de pedir comida y luego volvemos a abrazarnos. La sesión cinematográfica la terminamos viendo Frozen.
      -Voy a por Olaf – dice Can, haciendo el amago de levantarse.
     -Puedo ir yo.
     -Voy yo, tú quédate ahí tranquilita y calentita – sonríe.
     Se levanta del sofá y desaparece por el pasillo para reaparecer segundos después con mi peluche de Olaf a tamaño real con la inscripción que él escribió en su barriga con un rotulador negro la primera vez que fuimos juntos al parque de atracciones. Nunca veo Frozen sin Olaf. Y Can lo sabe.
     Can coloca a Olaf entre ambos y nos vuelve a cubrir con la manta antes de poner la película. Can no deja de acariciarme el pelo ni un segundo y como cada vez que vemos la película, nos hartamos de reír con Olaf y con la mítica escena del ‘sí, ¿por qué?’.
     Cuando la película está casi terminando, Sam se levanta de golpe y corre hasta las escaleras moviendo el rabo con alegría. Creo que mis padres ya han llegado. Y sí, un minuto después suben las escaleras con algunas bolsas de compra.
     -¿Qué tal todo por aquí, chicos? – dice mi madre a modo de saludo.
     -Viendo Frozen y comiendo chocolate, seguro – responde mi padre. Mira la tele y la mesa - ¿Ves?
     Can y yo reímos. Ambos dejan las bolsas en la cocina y luego vuelven al salón.
     -¿Cómo te encuentras, hija? – me pregunta mi madre.
     -Mejor – carraspeo un poco -. Can es un enfermero de diez.
     Siento a Can sonreír. Mi madre también sonríe.
     -Jesús, ayúdame a colocar la compra y en un rato preparamos la cena - le dice mi madre a mi padre.
     Miro a Can.
     -¿Te quedas a cenar y a dormir? – hago una mueca suplicante y pestañeo repetidas veces.
     Mi maravilloso novio sonríe y me pellizca la mejilla antes de responder:
     -Claro.
     Yo aplaudo y, ya que me siento un poco mejor, nos levantamos para ayudar a mis padres con la compra, preparar la cena y comer mientras charlamos animadamente.

Después de más de una semana plagada de subidas de fiebre, tos, dolor de garganta, mocos y frío, mi catarro parece llegar a su fin y me recupero. La primera semana de la luna de miel de Engin y Gamze parece ser maravillosa. Todos los días nos mandan fotos, videos y mensajes de todo lo que hacen. Son muy felices. Además, durante la semana coincide con que es el cumpleaños de Gamze y lo celebran a solas en Tokio, aunque hacemos una video-llamada grupal para cantarle a mi amiga el ‘cumpleaños feliz’ y prometer que ya organizaremos algo para cuando vuelvan. Aún les quedan más de dos semanas de luna de miel, así que tendremos tiempo.
     Durante la semana también tiene lugar un seminario que imparte el chef Serdar Dinçer en Sapanca, al que quería ir, pero puesto que el día que se celebra sigo con fiebre y moqueando por los rincones, no me queda más remedio que perdérmelo, triste, porque quería conocerle y aprender cosas sobre él y sus técnicas. Supongo que tendré que esperar al siguiente.
     Hoy tengo cita con la psicóloga y Can propone ir a recogerme a la salida. Yo le digo que me parece una idea muy buena y que suba al edificio para presentarle a la doctora Aylin. Quiero que ambos se conozcan, creo que es importante.
     -Así que estás feliz – resume Aylin con una dulce sonrisa.
     Le ha crecido un poco el pelo en el tiempo que hace que no la veo y está muy guapa.
     -Sí – confirmo -. Al principio tenía la duda de si me estaba precipitando, pero ahora creo que hice lo correcto dándole una oportunidad a Can. Siento que ahora somos más fuertes, que tenemos más confianza el uno con el otro y que nos comunicamos mejor – hablo.
     Sonríe.
     -Eso es muy bueno, Faith. Todo lo que ocurrió fue porque no os comunicabais bien. Preferíais omitir lo que os molestaba por no discutir y eso no es bueno. Tenéis que hablar las cosas y arreglarlas juntos, no evitarlas. Evitar un problema no lo soluciona.
     <<Ahora lo sé>>, pienso.
     -¿Y has dejado de escribir los diarios? – me pregunta.
     -Sí, es como si ya no los necesitara, no sé. Pero reconozco que me han ayudado mucho a desahogarme.
     Asiente y escribe en su libreta.
     -Bueno, pues creo que estás lista para que te dé el alta, Faith – sonríe.
     -¿Usted cree?
     -Por supuesto. Te veo fuerte, decidida y muy feliz, además de tener claras las ideas. Y creo que tienes muy interiorizado cómo afrontar situaciones difíciles – me dice -. Ha sido un camino largo, pero lo has conseguido. Superar una depresión es complicado y hay personas que no llegan a recuperarse nunca - sigue hablando -. Pero ya sabes que si necesitas desahogarte, hablar o cualquier cosa, puedes llamarme cuando quieras y concertamos una cita.
      -Gracias por todo, doctora Aylin – le agradezco de todo corazón.
     -No me las des a mí, dátelas a ti misma. Mi trabajo no significa nada sin el tuyo – sonríe.
     El timbre suena y Aylin mira el reloj de la pared con el ceño fruncido.
     -¿Quién será? No tengo más citas hoy – se levanta.
     -Esto… puede que sea Can. Le he dicho que subiera cuando llegara para que la conociera – informo.
     Aylin sonríe y se levanta de su sillón para caminar hasta la puerta y abrir.
     -Tú debes ser Can – la escucho decir, mientras me levanto.
     -Y usted debe ser la señorita Aylin – escucho la voz de Can y mi corazón se llena de alegría -. ¿Interrumpo o habéis terminado ya?
     -Ya hemos terminado, pasa.
     Me asomo y los veo acercarse. Can sonríe al verme y me rodea con sus brazos. Yo le rodeo la espalda y cierro los ojos, aspirando su olor, al mismo tiempo que él me besa la mejilla.
     -¿Qué tal, cariño? – me pregunta.
     -Bien – respondo, separándome -. Ya estábamos terminando. Ya os habéis conocido, pero… Can, la doctora Aylin. Doctora Aylin, Can – los presento.
     Ambos ríen y se dan dos besos en las mejillas a modo de saludo.
     -Encantado – dice Can.
     -Igualmente – responde la doctora. Nos mira, tierna, y sonríe -. Hacéis una pareja muy bonita, chicos.
     Can me aprieta contra su cuerpo y yo sonrío.
     -Oye, Faith, ¿te importa si hablo un par de minutos con Can? Si te parece bien a ti también, Can – nos dice.
     -Por mí no hay problema – responde mi hombre.
     -Yo os dejo a solas de mientras. Voy a comprarme el donut de chocolate que he visto en la cafetería de al lado. Me sigue llamando para que vaya a comprarlo todavía – digo -. Ahora vuelvo. ¿Queréis algo?
     Ambos niegan y yo cojo mi chaqueta y mi bolso para colocármelos. Le doy un beso a Can en los labios como despedida y los dejo a ambos en la consulta para ir a comprarme mi donut.

VOLVER A TI (YSETE 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora