CAPÍTULO 11

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Faith.

El corazón casi se me sale del pecho cuando Can intenta tocarme el pelo, y lo único que soy capaz de hacer es salir corriendo de allí. Ya ha pasado casi una semana desde que volvió y sólo le he visto una vez más aparte de la noche que me lo encontré en el puerto cuando volvía del restaurante. Fue cuando yo paseaba a Sam y lo vi corriendo por allí. Me fui antes de que pudiera acercarse o decir nada.
     Me coloco la sudadera negra cuando salgo a la puerta del gimnasio y me apoyo en la pared, cerrando los ojos e intentando controlar el latido desbocado de mi corazón y la presión que siento en el pecho.
     <<Tranquila, Faith. Te has ido, no pasa nada. Ahora vuelve a casa con tus amigas y ya está>>, me digo.
     Respiro hondo unas cuantas veces y cuento hasta diez para relajarme un poco. Una vez lo hago abro los ojos y dos segundos después las chicas salen del gimnasio, acompañadas de Engin y... Can. Damla, Gamze y Azra se acercan a mí.
     -¿Nos vamos ya? - pregunto, impaciente, esquivando la mirada de Can, quien se encuentra apoyado en la pared sin quitarme ojo.
     -Mi padre necesita que vaya a buscar algo a su trabajo que le hace falta y no voy a poder acompañaros - habla Gamze, en un tono triste -. Engin me llevará.
     -Y nosotras tenemos que pasarnos por la tintorería a recoger una chaqueta de mi padre. Y vamos a ir también con Engin - anuncia Damla, refiriéndose a ella y a Azra.
     Respiro hondo cuando terminan de hablar y asiento.
     -Vale, pues iré dando un paseo. No me apetece dar vueltas con el coche, la verdad - contesto, cansada. Hemos venido andando hasta aquí, así que por volver del mismo modo a solas no pasa nada.
     -¿Seguro? - pregunta Azra.
     -Sí, seguro. Iros tranquilos - les contesto.
     Las chicas me dan un abrazo y Engin me da un beso en la mejilla y un pequeño abrazo antes de despedirse de Can con un choque de puños y subirse a su coche con Gamze en el asiento del copiloto y Damla y Azra en los asientos traseros. Engin acelera el coche y me despido con la mano antes de verles desaparecer a la vuelta de la esquina. Bueno, pues volveré dando un paseo.
     Meto las manos en los bolsillos de mi sudadera oscura, porque hace un poco de frío, y respiro hondo antes de darme la vuelta, dándole la espalda a Can, y empezar a caminar para volver a casa.
     -Oye - escucho su voz a mi espalda y me freno en seco -, ¿quieres que te lleve a casa? - pregunta en un tono suave y un poco inseguro.
     Giro la cabeza lo justo para mirarle. Está separado de la pared con una expresión nerviosa y ansiosa en el rostro y juguetea con sus dedos.
     -No, gracias - contesto cortamente.
     Me giro de nuevo y sigo andando.
     -Es de noche y no es seguro que vayas sola. Y de aquí a tu casa hay una buena caminata, Faith - pronuncia, insistiendo.
     -Sé cuidarme sola. No te necesito - elevo la voz para que me oiga bien mientras camino, alejándome.
     -Ya lo sé - Can también eleva su tono de voz -. Sé que sabes cuidarte sola. Pero deja que te lleve a casa. Por favor - utiliza un tono tan suave, tan intenso y tan vulnerable al mismo tiempo que se me eriza la piel por completo -. Sólo llevarte a casa - repite.
     <<No seas idiota. Sigue andando. No vayas a decirle que sí. Ni se te ocurra>>, me ordena mi cerebro una y otra vez.
     Respiro hondo y cierro los ojos, deteniendo el paso y mordiéndome los labios, sabiendo que voy a arrepentirme sobremanera por lo que estoy a punto de hacer. Me giro y miro a Can, que me observa con ojos suplicantes.
     -De acuerdo - acepto su propuesta.
     <<Eres idiota>>.
     Los labios de Can forman una preciosa sonrisa que me hace temblar y sus ojos se llenan de alegría y brillan cuando me escucha pronunciar esas dos palabras. Parece emocionado de verdad. Yo aparto mi mirada de la suya y me muerdo los labios, incómoda.
     Can me pide que le siga hasta el coche y saca las llaves cuando llegamos a su Mercedes clase X gris metalizado, el mismo coche en el que me recogía cada día que hacíamos algo juntos. El corazón se me encoge un poco cuando Can me abre la puerta del copiloto y casi estoy a punto de salir corriendo. Sin embargo, mi cuerpo se mueve solo y se mete en el coche. Can cierra la puerta y rodea el vehículo para subirse en el asiento del conductor.
     El aroma que reina dentro del coche me pone los pelos de punta y hace que el estómago se me haga un nudo. Huele a él.
     Me coloco el cinturón a toda prisa y agarro la mochila con fuerza sobre mi regazo sin apartar la vista del frente.
     Can arranca el motor del coche y acelera para salir del hueco en el que ha aparcado. Durante los primeros minutos del trayecto ninguno de los dos pronuncia una palabra, pero puedo sentir los ojos de Can mirarme cada pocos segundos, mientras mi mente recuerda miles de momentos vividos en este coche. Recuerdo esos días en los que me recogía en casa para llevarme a la suya y pasar el fin de semana con él, las despedidas llenas de besos y caricias antes de entrar en casa, los trayectos cantando y bromeando mientras él me acariciaba la pierna o me daba besos en la mano... Todos esos momentos pululan por mi cabeza, haciéndome sentir rota. Esos momentos que para mí lo significaban todo, para Can en realidad no fueron nada, porque se fue a la primera de cambio.
     Cierro los ojos, aguantándome las ganas de llorar y respiro hondo para calmar la presión que siento en el pecho.
Segundos después, Can habla:
     -¿Cómo estás? - pregunta en un tono suave.
     Suspiro.
     -Viva - contesto con un hilo de voz, pero en un tono duro.
     <<Y no gracias a ti, precisamente>>, me falta decirle.
     Volvemos a quedarnos en silencio unos segundos y le siento tomar una profunda respiración antes de volver a hablar:
     -¿Cuánto llevas yendo a zumba?
     -Ha sido el primer día - contesto sin apartar los ojos de la carretera. No puedo mirarle.
     -Pues para ser el primer día, lo has hecho de maravilla. Parece que llevas años allí metida - intenta halagarme.
     -Gracias, supongo.
     Can detiene el coche en un semáforo en rojo y yo me muerdo los labios, presa de los nervios. Quiero llegar ya a casa y bajarme de este coche cuanto antes. Hay demasiados recuerdos y emociones aquí dentro. Y pensar en ello no me está haciendo ningún bien.
     -Me gustan las gafas. Te quedan muy bien. Aunque creo que las rosas siempre van a ser mis favoritas - me suelta en un tono lleno de dulzura, que me eriza la piel, igual que ocurría cada vez que usaba ese tono para cualquier cosa que me dijera.
     <<No le dejes engatusarte de nuevo, Faith>>, me dice mi cerebro.
     -Déjalo de una vez, Can - me encojo un poco en el asiento y me toco el pelo, tirándome de las raíces.
     El semáforo se pone en verde y Can acelera el coche de nuevo, tomando la segunda bocacalle a la derecha.
     -¿El qué? - me pregunta él, como si no supiera a qué me refiero.
     -Este estúpido intento de sacar conversación y fingir que te importa una mierda lo que hago o cómo estoy - le espeto en un tono mordaz, bufando.
     -Me importa - dice a la milésima de segundo -. Todo lo que tenga que ver contigo me importa, Faith.
     Ya, claro. Se nota mucho que le importo (nótese el sarcasmo).
     -Pues no lo parecía cuando te largaste, ¿no crees? - gruño.
     El corazón me late con fuerza por la ira que estoy empezando a sentir en estos instantes. Que intente sacar conversación como si le interesara de alguna forma mi estado me cabrea y me duele. Nueve meses atrás no le importó nada si estaba bien para irse.
     <<Te duele porque aún estás loca por él, aunque te empeñes en no querer estarlo>>, me recuerda mi subconsciente. Y es la puta realidad, aunque me joda.
     -La cagué - admite en un tono bajo e incluso avergonzado -. Y lo siento.
     Me muerdo los labios con fuerza.
     -Sí, la jodiste por completo. Lo mandaste todo a la mierda. Así que sentirlo ahora no vale de nada - suspiro y trago saliva.
     El cuerpo me está temblando por estar sentada de nuevo en este coche, el olor de Can pululando por el habitáculo no me ayuda nada y tenerle a veinte centímetros y sentir su calor me hace sentir aún peor, porque recuerdo lo que experimentaba hace unos meses cuando le tenía al lado, cuando todo era perfecto, o al menos lo parecía. Y también me siento fatal porque soy tan tonta que sigo queriéndole y no me fío de mis propias acciones.
     <<Necesito salir de este coche>>, pienso, empezando a hiperventilar.
     -¿Puedes parar el coche aquí? - le pido cuando llegamos a la entrada de mi barrio.
     -¿Aquí? - parece confuso y un tanto apenado, pero lo cierto es que ahora mismo me da igual -. Aún faltan unas calles para llegar a tu casa.
     <<Vaya, si hasta recuerda dónde vivo>>, bufo internamente.
     -Sí, aquí - repito.
     -Puedo llevarte hasta casa, Faith. No tienes que bajarte aquí - sigue insistiendo, intentando que no le haga detener el coche.
     -Es que no quiero que me lleves a casa, Can. Para el puñetero coche aquí ya - le espeto de forma brusca.
     Can suspira y hace lo que le pido. Se echa a un lado en la calle y detiene el coche. Desactiva los seguros de las puertas y yo me desbrocho el cinturón de seguridad a toda prisa antes de dedicarle una mirada fugaz y bajarme del coche tan sólo pronunciando un escueto 'adiós'.

VOLVER A TI (YSETE 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora