CAPÍTULO 15

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Faith.

Cada vez que Can venía a casa y estábamos solos, una de las cosas que siempre hacíamos, aparte de cocinar, era meternos en la habitación donde tenía mis instrumentos y me pedía que le tocara canciones al piano o con la guitarra. Podía pasarme las horas así, cantándole y mirándole a los ojos mientras él sonreía y sus ojos oscuros me decían cuánto me quería. Pero esos momentos parecen muy lejos ahora mismo. Más de diez meses para ser exactos. Mi cuarto de instrumentos lleva diez meses sin usarse. Sólo entré una vez para dejar algunas cosas de Can que no fui capaz de tirar, y luego cerré con llave para no tener el impulso de entrar en un momento de debilidad. Sé dónde está la llave, pero me esfuerzo al máximo para no ir a buscarla.
     Ahora mismo me encuentro sentada justo en frente de la puerta de esta habitación. Tengo las piernas cruzadas y jugueteo con un trozo de hilo que me he arrancado de la sudadera, mientras miro la puerta una y otra vez. Llevo como una hora aquí, pensando. Pensando en Can, en las veces que lo he visto, en las miradas que me ha dedicado, en cómo se ha comportado… pienso en todo. Y pienso en cuánto me gustaría creer en sus palabras, en lo que me ha dicho desde que volvió: que me quiere, que lo siente, que no volverá a largarse… Pero no puedo. No puedo creerle. No puedo arriesgarme a pasar por lo mismo de nuevo.
     <<No confío en él>>, pienso. Antes confiaba en él más que en nadie en el mundo, pero ahora no puedo fiarme de él. No puedo dejarme llevar por las emociones que aún siento por él. Tengo que ser fuerte y olvidarle.
     <<No puedes olvidarle. Siempre estarás enamorada de él, Faith>>, me recuerda mi subconsciente. Y lo más jodido es que es verdad. Siempre le querré.
     El sonido de unas patas bajando la escalera me saca de mis tristes y melancólicos pensamientos y segundos después aparece Sam. Su pelaje color chocolate brilla con la luz que entra por las ventanas de la casa y sus ojillos verdes me escrutan con curiosidad, como si quisiera saber si me encuentro bien. Nunca se separa de mí, pero desde que todo este martirio comenzó lo hace aún menos. El tiempo que estoy en casa lo pasa tumbado a mi lado o dando vueltas para asegurarse de que todo va bien. Si ve que no hay ningún problema, se tumba a mi lado o simplemente se da la vuelta y se va hasta nuevo aviso, pero si me ve triste, llorando (mal, en definitiva), hace lo que está haciendo ahora mismo: se tumba a mi lado y pone su cabeza sobre mis piernas, mientras me mira con ojos comprensivos.
     ¿Qué haría si viera a Can de nuevo? ¿Se pondría contento de volver a verle o le ladraría, regañándole por lo que ha hecho, porque lo adoraba? Si bien es cierto que me he encontrado a Can alguna vez mientras le paseaba, nunca ha habido el tiempo suficiente como para que Sam se diera cuenta de que estaba allí. Así que técnicamente aún no le ha visto. Pero ¿sabrá que está aquí?
     -Estaremos bien, ¿vale? – le acaricio la cabeza color chocolate y él responde soltando un pequeño gimoteo seguido de un lengüetazo en mi mano.
     La cerradura de casa emite un sonido y me levanto a toda prisa del suelo. Seguramente es mi madre, que viene de la tienda, y lo que menos necesito ahora mismo es que me vea sentada en el suelo mirando una puerta.
     Me sacudo las mallas negras para deshacerme de los pelos y corro hasta la cocina. Me sirvo un té y me siento en la mesa a toda prisa para que mi madre crea que llevo horas sentada aquí bebiendo té. Es mejor eso que lo de la puerta, creedme.
     Mi madre aparece en la cocina cuando estoy dándole el segundo sorbo al té. Me mira confusa.
     -Faith, hija, ¿qué haces aquí? – me pregunta, soltando las llaves en la encimera.
     -Vivo aquí, mamá – contesto, bebiendo.
     -Eso ya lo sé. Me refiero a por qué estás aquí y no en el restaurante. Nunca quieres tomarte días libres – se sienta frente a mí.
     -Pues hoy me ha apetecido – contesto, dedicándole una fugaz mirada.
     En cierto modo es verdad, pero la realidad es que ya no me siento tan segura allí como antes, desde que Can vino el otro día y terminamos a gritos en la puerta, y yo llegué a casa hecha un mar de lágrimas, maldiciendo mi vida por hacerme sufrir tanto.
     El restaurante era el único sitio en el que me sentía un poco más tranquila, era mi refugio, el único sitio que Can no había pisado. Pero ya no lo es. Ahora cuando voy y entro en el almacén le veo allí ordenando cajas y apuntando en una libreta y le veo sentado en la mesa, mirándome. Y no es justo. No es justo que yo me pase el día pensando en él, extrañándole cuando en realidad debería partirle la cara, queriéndole cuando debería odiarle. Y eso me pone tan furiosa que no me queda otra que enfadarme conmigo misma por ser tan débil.
     Y, volviendo al tema de por qué me he quedado en casa, el restaurante es mío, soy la jefa. Puedo tomarme un día libre o dos si lo necesito. Para eso tengo gente a la que le pago por trabajar allí.
     -Pues me parece muy bien, tesoro – dice mi madre -. Ya era hora de que te tomaras un respiro. Pasas más tiempo en ese local que en casa.
     <<Será porque cada rincón de esta ciudad me hace revivir momentos felices que ya no volverán a suceder>>, pienso con el corazón en un puño.
     Los ojos color café de mi madre me analizan cuando me ve pensativa y yo le doy otro sorbo al té antes de decirle:
     -Deja de hacer eso, mamá.
     Mi madre frunce el ceño y se atusa el pelo rizado.
     -¿Hacer qué? – sabe de más a lo que me refiero, pero se hace la tonta.
     -De mirarme así, como si fueras una X-Men y quisieras leerme el pensamiento – contesto -. Estoy bien.
     -Que me lo repitas constantemente no significa que yo me lo crea, Faith. Soy tu madre. Te conozco mejor que nadie – me dice. Apoya el codo sobre la mesa y deja caer la barbilla sobre su mano.
     Suspiro y empujo el vaso de té hacia el centro de la mesa.
     -¿Y qué quieres que te diga, mamá? ¿Que sigo pensando en él a todas horas? ¿Que se me abre el pecho en canal cada vez que lo veo? ¿Que a pesar de todo y de haber sido un capullo le sigo queriendo? ¿Eso quieres que te diga, mamá? – le suelto mientras la voz se me quiebra por las ganas de llorar.
     Los ojos se me humedecen y hago el enorme y costoso esfuerzo por no romper en llanto aquí mismo. No quiero que mi madre me vea llorar más.
     Su mirada se vuelve triste, compasiva, llena de dolor y de pena e incluso sus ojos se humedecen. Y eso me mata. No lo soporto. 
     -¿¡Ves por qué no quiero hablar del tema?! – me levanto de la silla, cabreada -. Porque no soporto que todos me miréis así, con esa pena en los ojos. No soporto que me miréis con esa compasión – me tiro del pelo y doy vueltas por la cocina, furiosa con el mundo y conmigo misma.
     Y cuando me giro me encuentro a mi padre justo detrás de mi madre, mirándome de la misma forma. Genial, lo que me faltaba. Supongo que habrá llegando del trabajo justo cuando he empezado a gritar. Coloca una mano sobre el hombro de mi madre, quien ya ha empezado a llorar y me dice:
     -Sé que es duro, reina. Pero lo superarás, sabemos que lo harás – intenta hacer que me sienta mejor utilizando un tono dulce y suave, lleno de amor paternal.
     Pero lo único que consigue es enfurecerme más.
     -¿No lo entendéis, verdad? – los miro, agotada y rota -. ¡Nunca voy a superarlo, papá! ¡Nunca le superaré por mucho que lo intente, porque he hecho todo lo que he podido para hacerlo! ¡He tirado sus cosas, he borrado su número, las fotos que tenía con él! ¡Me esfuerzo cada puto segundo para conseguir que deje de doler! – grito, dejando que las lágrimas empiecen a caer de mis ojos -. ¡NI SIQUIERA ME ACERCO A LA ZONA EN LA QUE ESTÁ SU CASA! ¡Pero nada funciona, papá! ¡Nunca voy a dejar de estar enamorada de él, ni podré olvidarle, y menos superarle! Y mucho menos podré rehacer mi vida con otro hombre porque nunca habrá nadie como él – sollozo -. Tengo más que asumido que voy a quererle mientras viva.
     Cuando termino de gritar y decir todo lo que llevo dentro me percato de que mi madre está llorando a moco tendido y que mi padre me mira con los ojos anegados en lágrimas, pero estas no caen. Y lo prefiero así.
     <<Necesito salir a tomar el aire>>, me digo cuando empiezo a sentir que me falta el aire aquí dentro.
     Me limpio las lágrimas por debajo de las gafas y me paso las manos por el pelo, recolocándome el flequillo.
     -Voy… voy a dar un paseo – digo.
     No les dejo contestar. Sólo salgo de la cocina con Sam pisándome los talones. Pero ahora no puedo llevármelo. Necesito estar sola. El pobre se queda un poco triste cuando le digo que no puede venirse, pero se queda más tranquilo cuando le prometo que le haré galletas de las que le gustan cuando vuelva.
     Me coloco los zapatos y cojo mi chaquetón del perchero de la entrada para luego salir por la puerta y cerrar con un fuerte portazo. Suspiro con fuerza cuando ya estoy en la calle y meto las manos en los calentitos bolsillos del chaquetón y saludo a una de las vecinas antes de empezar a andar. Camino por el barrio, saludando a algunos vecinos y clientes de la tienda de mi madre y a otros que han ido al restaurante y que me halagan por lo bien que está todo.
     Me aguanto las ganas de llorar hasta que llego a las rocas del puerto, y una vez que me siento sobre ellas, me rompo por completo. Dejo que las lágrimas me caigan de los ojos y me empapen las mejillas, mientras los sollozos se hacen cada vez más fuerte, agitando mi pecho con fuerza. Creo que ha sido la primera vez que he admitido todo lo que realmente siento dentro de mí en voz alta. Y eso lo hace mucho más real de lo que creía. Demasiado real.
     Encojo las rodillas y me las rodeo con los brazos para esconder la cabeza entre ellos y llorar hasta que no me quedan lágrimas.

VOLVER A TI (YSETE 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora