CAPÍTULO 33

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Faith.

Los últimos días de noviembre pasan volando y diciembre entra con fuerza, y mi madre pone el árbol de Navidad sin pensárselo un segundo. Y yo aún no les he dicho a mis padres que estoy quedando con Can. Nunca encuentro un momento en el que estén ambos juntos. No quiero tener que contarlo dos veces. Lo malo es que no sé cómo van a tomárselo. Pero deduzco que no muy bien.
     He llegado del restaurante hace un rato y estoy esperando a que mi padre vuelva del trabajo. De hoy no pasa. No puedo dejarlo estar más tiempo porque alguna vecina cotilla puede verme con Can y venirle con el cuento a mis padres. Y lo que menos necesito es que se enteren por terceros en vez de por mí.
     Ahora estoy hablando con Raquel, Pedro, Bea, Melisa e Ismael por Skype mientras espero. Mi madre ha insistido en preparar la cena hoy, así que me he subido a mi habitación para hablar tranquilamente con ellos.
     -Entonces, se lo vas a decir a tus padres hoy – repite Raquel.
     Asiento.
     -Tienen que saberlo. Sé que no les hará mucha gracia, pero no quiero ocultarles nada – respondo.
     -Pero ¿estáis juntos o no? – me pregunta Bea.
     -Estamos intentando hacer que todo vuelva a ser como antes. Necesito recuperar mi confianza en él. A ver, confío en Can, pero necesito asegurarme de que nada de lo que ha pasado volverá a ocurrir. No podría soportarlo una segunda vez – se me quiebra la voz y el pecho se me encoge al imaginarme pasar por lo mismo de nuevo.
     -Pues entonces no sé qué mierda haces volviendo con él, Faith – espeta Ismael -. Se largó nueve putos meses y ni siquiera te llamó una sola vez. ¿De verdad piensas que no volverá a largarse en cuanto se aburra otra vez allí?
     Sus palabras me sientan como una patada en el estómago. Nunca ha estado muy de acuerdo con la idea de que volviera con Can, pero la decisión es mía, no suya.
     -Si no vas a decir ninguna mierda productiva, pírate, Ismael – le suelta Melisa de mala gana.
     -Da igual – suspiro -. Así me hago una idea de lo que me dirán mis padres.
     -Tú ni caso, Faith. Si estar con Can es lo que quieres, adelante – me dice Pedro, sonriendo a través de la pantalla -. Además, hay que ser tonto del culo para no darse cuenta de que estás mucho mejor desde que estás quedando con él. Hasta te han quitado las pastillas para dormir.
     No me las han quitado del todo. El otro día tuve la revisión en el psiquiatra y al ver que estaba mucho mejor decidió retirarme las pastillas y me dijo que tan sólo las tomara el día que me sintiera más agobiada o no pudiera conciliar el sueño.
     -¡Faith, tu padre ya ha llegado, a cenar! – escucho a mi madre gritarme desde la cocina.
     Respiro hondo. Llegó el momento.
     -Chicos, tengo que irme. Voy a hablar con mis padres – les digo -. Por cierto, Ismael, yo siempre apoyo tus decisiones a pesar de que el noventa por ciento de las veces la cagas. No estaría de más que tú lo hiciera por mí una sola vez – le suelto, dolida.
     -¡Espera, Faith! – intenta hablar Ismael, pero yo cuelgo la video-llamada antes de que pueda decir nada más.
     Apago el ordenador y lo dejo encima del escritorio. Allá vamos.
     Salgo de mi habitación y camino hasta el comedor con el estómago hecho un nudo. Sé que mi madre se lo tomará bien, o casi bien. El problema es mi padre. A mi padre no va a gustarle un pelo que esté viendo a Can después de todo lo que ha pasado.
     Llego al comedor cuando mis padres ya se han sentado a la mesa. Me siento frente a mi padre y cojo el tenedor para empezar a comer el pastel de pollo que ha cocinado mi madre para cenar. Sólo me como un par de trocitos, porque no es que tenga mucho hambre ahora mismo. Estoy nerviosa. Más nerviosa que cuando les dije que estaba saliendo con Can.
     <<Suéltalo del tirón, Faith. Que sea lo que Dios quiera>>, me dice mi cerebro.
     Miro a mis padres, que están hablando de qué tal le ha ido a mi padre en el trabajo y respiro hondo, cogiendo fuerzas.
     -Papá, mamá – ambos dejan de hablar y me miran -. He… he decidido darle una oportunidad a Can – suelto de golpe.
     Mi madre abre los ojos como platos y a mi padre le cambia la cara por completo. Trago saliva al ver que no dicen nada y sigo hablando:
     -En realidad… llevamos unas semanas quedando. No hemos vuelto, pero estamos intentando arreglarlo – explico.
     Vuelven a quedarse en silencio unos minutos más y yo empiezo a preocuparme bastante. Sin embargo, esa preocupación se va al traste cuando mi padre da un golpe en la mesa y se levanta hecho un basilisco.
     -¡Cómo que le has dado una oportunidad, Faith! – grita, desencajado -. ¡Después de todo lo que has pasado estos meses ¿vas a volver con él?! ¿¡En qué coño estás pensando?! – me grita.
     -Jesús, cálmate – le pide mi madre.
     Sam se aleja de la mesa y se tumba con las orejas hacia atrás, asustado por las voces de mi padre.
     -¡No me pidas que me calme, Miriam! – exclama él -. ¿¡Tengo que recordarte que nuestra hija ha estado tres meses en un manicomio por culpa de ese capullo?! ¡Y tú! – se dirige a mí -. ¡Eres masoquista o qué coño te pasa! ¡Hace unos meses llegaste llorando y diciendo que estaba de vuelta y que no querías saber nada de él y ahora nos dices que vas a darle una oportunidad! ¿Es que ya se te ha olvidado lo que te hizo?
     -No, no se me ha olvidado, papá – respondo con un hilo de voz.
     Esto está siendo más complicado de lo que me esperaba.
     -¿¡Entonces?! – grita más fuerte -. ¿Qué pasa, que ya ha vuelto a engatusarte, no? ¿¡O es que te has vuelto a abrir de piernas cuando te ha dicho tres palabras bonitas, Faith?! ¿¡Tan estúpida eres de verdad?!
     Sus palabras y el tono ponzoñoso que usa empiezan a hacerme mucho daño. Que me trate como si fuera una tía sin autoestima que se acuesta con un chico cuando le dicen tres tonterías duele más que si me diera una bofetada. Duele porque él más que nadie sabe cómo soy, y sabe que si no fuera porque sé que Can me quiere, jamás volvería con él.
     -Jesús, te estás pasando – le gruñe mi madre, levantándose de su silla y encarándole -. No le hables así a la niña.
     Me muerdo el labio inferior, aguantándome las inmensas ganas que tengo de llorar, intentando soportar el pinchazo que siento en el pecho.
     -¡Que no le hable así! ¡Ha pasado un infierno por culpa de ese tío y nosotros hemos pasado otro viendo cómo se dejaba morir porque se enamoró de un tío que acabó abandonándola al primer contratiempo! ¡Me niego a que vuelva con él, Miriam! – grita, como si yo no estuviera escuchándole.
     Y eso me cabrea un huevo.
     Doy un golpe en la mesa, llamando la atención de mis padres y me levanto. Camino a pasos muy lentos hacia mi padre, quien me observa furioso y con el cuerpo irradiando tensión.
     -Para empezar, que insinúes que me abro de piernas a la primera de cambio es cuanto menos repugnante, papá – le gruño, dolida -. Para seguir, no he vuelto con Can, sólo estamos quedando para ver si podemos arreglarlo, porque aunque te parezca mentira, nos queremos, y tengo mis propias razones para perdonarle. Y, para terminar, quédate tranquilo, que si me vuelvo a dar la hostia, me iré a llorar a otro sitio para no molestar tu perfecta y armoniosa vida. Y para que te enteres, no te estaba pidiendo permiso, te estoy informando – le dedico una mirada de absoluta decepción -. Me voy a la cama. Se me ha quitado el hambre.
     -Faith, hija, espera – mi madre intenta detenerme.
     Yo esquivo su cuerpo y salgo del comedor con las lágrimas empapándome los ojos. Camino a paso ligero hasta mi cuarto, con Sam detrás de mí. Cierro la puerta de mi habitación cuando Sam entra y me tiro en la cama a llorar. Escondo la cabeza en el cojín y descargo mi decepción. Tenía claro que mi padre no se lo tomaría bien, pero jamás pensé que me hablaría de ese modo. Ha sido muy cruel.
     Sollozo y veo a Sam colocarse a mi lado y apoyar la cabeza en mi cama. Yo sonrío, entre lágrimas, y le acaricio la cabeza con cariño. Siempre es tan bueno y sabe cuándo necesito de su apoyo.
     Mi móvil suena a mi lado en la cama, indicándome que me ha llegando un mensaje y al abrirlo, veo que es de Ismael.
     ‘Siento haberme comportado como un idiota, Faith. Si tú quieres volver con Can, yo te apoyo’.
     Dejo el móvil donde estaba y apoyo de nuevo la cabeza en la almohada para seguir acariciando a Sam, que no deja de mirarme con sus ojillos verdes. El móvil me vuelve a sonar de nuevo y bufo. Ahora mismo no quiero hablar con nadie. Sin embargo, al coger el móvil y ver que es Can, mis dedos se mueven por sí solos y descuelgan la llamada.
     -Hola, sé que es un poco tarde, pero tenía ganas de hablar contigo un rato antes de dormir – habla por la otra línea antes de que yo diga nada.
     -Hola – respondo con la voz entrecortada.
     Can se queda en silencio unos segundos.
     -¿Estás llorando? ¿Qué te pasa, Faith? – me pregunta, alarmado y preocupado.
     -Acabo de hablar con mis padres – respondo y sollozo -. Y mi padre no se lo ha tomado nada bien – tiro de un hijo del cojín.
     -Lo siento… - se disculpa en un tono afligido.
     -No es culpa tuya, Can. Sabía que se lo tomaría mal. Pero ha sido muy duro – me limpio las lágrimas.
     -¿Quieres que vaya y hable con él? – propone.
     -No – me apresuro a responder -. Más adelante mejor, ¿vale?
     -Vale. ¿Quieres que vaya y me cuele por la ventana? – bromea.
     Suelto una risa en medio del llanto.
     -Mejor no. A ver si va a venir mi padre y te va a encontrar aquí. Y se va a poner aún peor la cosa. Aunque creo que vas a tener que convencerle a él y a mi madre para que te perdonen también.
     -No dudes que lo haré – asegura -. Oye, he visto que el viernes se estrena Bad Boys for life. ¿Te apetece que vayamos a verla? – propone.
     Una sonrisa se forma en mi boca al recordar el día que vimos las dos primeras películas de Bad Boys. Fue aquí en mi casa, un día en el que mis padres se fueron a cenar con unos compañeros de trabajo de mi padre. Nos tiramos en el sofá después de comprar chucherías a mansalva y nos cargamos las dos películas casi sin pestañear. Nos pasamos todo el tiempo riéndonos a carcajadas, comiendo y besándonos. Y luego me hizo el amor en el sofá. Fue un día increíble.
     -Sí, me encantaría – respondo -. Pero prefiero que sea el sábado. El viernes tengo terapia y vamos a ir muy justos de tiempo.
     -Pues el sábado, entonces. ¿Paseamos mañana a Sam? – pregunta otra vez.
     -Después de zumba. Con la discusión con mi padre me va a venir bien quemar energía – mi voz se apaga un poco al final.
     -¿Seguro que estás bien, cariño? – escuchar después de tanto tiempo ese apelativo de su boca me eriza la piel de una manera increíble y me acelera el pulso -. Perdón, Faith – se corrige a sí mismo al darse cuenta.
     -Sí, estoy bien, de verdad – insisto -. Y… no me molesta que me llames cariño, Can. Me sigue encantando.
     Le siento sonreír a través del móvil y yo cierro los ojos, imaginándole, sentado en el salón frente a la chimenea, vestido con un pantalón de deporte y una sudadera, y sonriendo de esa forma tan maravillosa.
     En ese momento, unos golpes en la puerta de mi cuarto llaman mi atención, y segundos después mi madre abre la puerta.
     -Tengo que colgar. Nos vemos mañana, ¿vale? – le digo a Can en un tono suave.
     -Vale, cariño – repite el apelativo y vuelvo a sonreír -. Buenas noches. Te quiero.
     -Buenas noches - <<te quiero>>.
     Cuelgo la llamada y lanzo el móvil al otro lado de la cama. Luego miro a mi madre, que me observa desde la puerta con una mirada llena de culpabilidad, y me tumbo de nuevo.
     -No quiero hablar ahora, mamá. No es el momento – me tapo la cabeza con el cojín.
     -¿Hablabas con Can? – la escucho acercarse y se sienta en una esquina de mi cama.
     Suspiro.
     -Sí. ¿Algo más que quieras añadir? ¿También me vas a decir que soy una insensata, una estúpida y una facilona por querer intentarlo de nuevo con él? – alzo la voz, dolida, para que me oiga mejor por el cojín.
     Si va a decir algo que lo diga ya y se vaya.
     -No, Faith, no voy a decirte eso. Que quiera a tu padre no significa que esté de acuerdo con todo lo que dice – la escucho hablar -. Sé que si le has dado una oportunidad a Can es porque estás segura de que funcionará esta vez. Te conozco y preferirías morirte de la pena antes que volver a ver cómo se va todo al traste – dice.
     <<Menos mal que hay alguien sensato en esta casa>>, pienso.
     -Y puede que yo aún esté un poco dolida y enfadada con Can por lo que ocurrió, porque tú estuviste muy mal. Pero si tú quieres estar con él, yo te apoyo, cielo.
     Me destapo la cara y la miro sin poder creerlo.
     -¿De verdad? – le pregunto, sorprendida.
     Mi madre asiente.
     -Estás mucho más feliz desde que quedas con él. Y ya no tienes que tomar pastillas todos los días. Lo único que te pido es que no te lo tomes a la ligera. Ve despacio – me dedica una mirada maternal.
     -Mamá, llevamos quedando más de dos semanas y lo máximo a lo que hemos llegado ha sido a darnos la mano – le explico -. Me lo estoy tomando con mucha calma porque no quiero que vuelva a irse al carajo, a pesar de que quiero lanzarme encima de él y comerle la cara a besos.
     Mi madre sonríe y suelta una risa muy dulce, que me hace reír a mí. Ella se inclina y me da un beso en la frente.
     -Me voy ya y te dejo descansar – me dice, levantándose de la cama -. Oye, sé que estás dolida con tu padre, pero no le hagas caso. Es sólo que no quiere que vuelvas a pasarlo mal y se frustra y dice tonterías. Pero lo único que quiere es que seas feliz, Faith. Y sabe que tu felicidad está con Can. Dale un poco de tiempo y lo aceptará.
     Asiento con la cabeza gacha. Tiempo no sé, pero yo pienso estar al menos dos días sin dirigirle la palabra. Se ha pasado mucho con todo lo que ha soltado por la boca. Y me ha dolido mucho.
     -Buenas noches, cielo – me dice mi madre cuando llega a la puerta.
     -Buenas noches, mamá – sonrío a medias.
     Mi madre abandona la habitación y cierra la puerta cuando sale. Yo me cambio y me coloco el pijama calentito, voy al baño a lavarme los dientes y me coloco la funda dental.
     Una vez vuelvo a mi habitación, veo la caja de las pastillas para dormir encima del escritorio y me debato en si tomarme una o no, porque la discusión con mi padre me va a dar qué pensar esta noche. Sin embargo, hago buen uso de mi razón y me digo que no la necesito, que puedo conciliar el sueño y no darle vueltas a nada yo sola sin ayuda de químicos.
     Así que me meto bajo las calentitas mantas de mi cama, busco la posición correcta para estar cómoda y cierro los ojos, intentando descansar.

VOLVER A TI (YSETE 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora