CAPÍTULO 70

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Can.

Salir a las ocho de la mañana es una buena decisión porque hay mucho menos tráfico en las carreteras. Si hubiéramos salido a las nueve querríamos morirnos por los atascos en el puente y a la salida de la ciudad.
     Conduzco saliendo de Estambul y dirijo mis ojos hacia Faith durante unos segundos. Está preciosa. Lleva unos vaqueros blancos rotos por las rodillas, un jersey rosa, una chaqueta verde militar y los deportes que los chicos le regalaron el día de su cumpleaños. Y está nerviosa. Lo sé porque no deja de retorcerse los dedos y de agitar las piernas. Suelto una pequeña risa y vuelvo a mirar la carretera.
     Voy a llevarla a pasar el fin de semana a Sapanca. La semana pasada el chef Serdar Dinçer, un chef al que Faith admira mucho, ofreció un taller de cocina al que ella quería ir, pero como coincidió con los días en los que ha estado enferma, se lo ha perdido y ha estado un poco triste. Y puesto que conocí a Serdar el año pasado, trabajando con él en su libro de cocina, y me dio su número, le llamé y le pregunté si era posible que le diera el taller en privado a Faith antes de que se fuera. Por suerte, me dijo que iba a estar en la ciudad hasta esta tarde, así que en cuanto lleguemos a Sapanca le daré la sorpresa a Faith. Estoy deseando ver cómo reacciona.
     -¿No piensas decirme adónde vamos? – me pregunta después de veinte minutos.
     No ha abierto la boca hasta ahora, sólo ha tarareado la música de la radio y me ha hecho algunas fotos conduciendo.
     -Lo verás cuando lleguemos – respondo, colocándome las gafas de sol.
     Ya está empezando a salir el sol y me molestan los ojos.
     -¡Pero no es justo! – se queja, cruzándose de brazos -. Sólo dime adónde vamos.
     -Que nooo – repito.
     Faith bufa y se cruza de brazos, con el ceño y los labios fruncidos en una expresión molesta. Yo suelto una carcajada y separo una de las manos del volante para pellizcarle los labios.
     -No te enfades, tonta – le digo en un tono suave.
     -No me enfado, Can – habla sin mirarme -. Sólo dime el sitio y te juro que no te pregunto nada más – vuelve a pedirme, dirigiéndome una mirada de súplica fingida.
     <<Y dale…>>.
     Suspiro, pero no digo nada. No pienso decirle nada.
     -¿Vamos a Bursa? – pregunta.
     -No.
     -¿Edirne? – pregunta dos segundos después.
     <<No va a parar hasta que se lo digas>>, me dice mi cabeza. Lo sé. Puede ser muy insistente cuando quiere conseguir algo.
     -No – repito.
     -¿Şarköy?
     -Que noooo – suspiro -. ¿No vas a parar, verdad?
     -Nop – contesta -. ¿Antalya?
     -¡Ay, Dios! – me lamento -. ¡Que no te voy a decir nada, pesada!
     Suelta un grito silencioso que me hace gracia, pero me aguanto la risa. Me gusta chincharla. Se pone monísima cuando se enfada. Durante al menos diez minutos se mantiene callada sin decir nada. Luego saca un paquete de filipinos de su mochila y se pone a comérselos.
     -¿No vas a hablar más en todo el camino? – le pregunto, extrañado.
     -Si no me vas a decir nada, ¿para qué? Voy a gastar saliva – mastica el trozo de galleta -. ¿Quieres? – me ofrece.
     Cojo un filipino y me lo meto en la boca. La miro mientras lo mastico y enciendo el intermitente derecho cuando tenemos que tomar una salida de la autopista. Lo único que se escucha en el coche es la música que suena y los tarareos de Faith, pero no habla más, ni pregunta ni nada.
     -¿Zumo o agua? – pregunta, sacando una botella de su mochila y un zumo de melocotón pequeño.
     -¿Qué coño tienes ahí? ¿El bolsillo de Doraemon? – río -. Zumo.
     -¡No sé adónde me llevas, Can! Tengo que estar prevenida por si acaso – abre el zumo y me lo acerca a la boca para que le dé un sorbo y luego ella le da otro.
     Durante un rato más comemos galletas caseras y magdalenas que hizo ayer y bebemos zumo, mientras yo conduzco y ella canta por lo bajo.
     -¡Ya sé adónde vamos! – exclama, moviéndose en el asiento.
     <<Y volvemos a lo mismo>>, me digo.
     Giro la cabeza para mirarla a través de mis gafas de sol y veo su mirada brillante y decidida y su sonrisa. Inclino la cabeza, instándola a que me diga lo que cree y ella toma aire antes de decir:
     -Sapanca.
     <<Mierda, lo sabe. ¡No digas nada, Can!>>, me ordena mi subconsciente.
     Suspiro y miro de nuevo a la carretera.
     -No has dicho que no, así que vamos a Sapanca. Está cerca, es preciosa en invierno, tiene uno lago increíble y es muy romántica. Me cuadra todo – sigue hablando sola.
     Su entusiasmo aumenta cuando pasamos el cartel que pone ‘Sapanca 12’, y ella suelta una exclamación diciendo ‘¡lo sabía!’ y yo sonrío, feliz de verla tan contenta. Es tan adorable y tan dulce. Agarro su mano y le doy un beso en el dorso, a lo que ella responde acercándose y besándome la mejilla y dejándome ese delicioso cosquilleo que solo ella provoca.
     Cruzamos la entrada de la ciudad unos minutos más tarde y conduzco hasta el hotel que he reservado cerca del lago para el fin de semana y donde el chef Serdar nos estará esperando ya.
     Aparco el coche en una plaza vacía del parking subterráneo y Faith y yo nos bajamos. Cojo ambas bolsas de viaje, a pesar de que ella insiste en cargar con la suya, y nos subimos al ascensor que lleva hasta la recepción.
     -Buenos días, ¿tienen reserva? – nos pregunta el recepcionista, bajito y pelirrojo, cuando nos acercamos.
     -Sí, a nombre de Can Doğan – respondo.
     El chico mira el ordenador, buscando la reserva que hice hace un par de días, y yo me entretengo observando a Faith, quien analiza cada rincón del hotel. La verdad es que es muy bonito y acogedor. Adornos de metal, lámparas de cristal, grandes ventanales…Tiene la decoración suficiente como para ser elegante, pero sin llegar a ser pomposo.
     -Sí, aquí esta – se da la vuelta y coge una tarjeta para meterla en una ranura del ordenador, pulsar un par de teclas y sacarla -. Habitación seiscientos veintiséis, sexta planta – me tiende la tarjeta -. Que disfruten de la estancia – sonríe.
     -Gracias – respondemos Faith y yo al unísono.
     Nos subimos a otro ascensor y pulso el botón de la sexta planta. Tardamos unos quince segundos en llegar y dejo que Faith pase primero.
     -Por aquí – me dice.
     Yo la sigo y la veo detenerse delante de la puerta de nuestra habitación. Coge la tarjeta de entre mis dedos y la pasa por el detector, haciendo que la cerradura se ponga de color verde y emita un pitido antes de abrirse. Los dos entramos y ella espera a que yo pase para cerrar. Dejo las maletas en el suelo y la miro.
     -Vaya – abre la boca, asombrada -, es preciosa – sonríe.
     La habitación es muy bonita. Paredes blancas, suelo de madera, un pequeño salón con una mesa, dos sillas y un cómodo sofá, una puerta corredera de cristal que da a una pequeña terraza y otra de madera que da al dormitorio, donde hay una cama de matrimonio enorme con una colcha roja burdeos, dos mesitas de noche y una puerta que supongo que es el baño.
     -Lo más bonito para la mujer más bonita – le digo, observándola embobado.
     Faith se acerca a mí y me rodea el cuello. Yo rodeo su cintura y acaricio su nariz con la mía. Va a ser un fin de semana precioso. Todo con ella es perfecto. Su simple presencia hace que todo sea más bonito.
     -Con una habitación normal me habría conformado, ¿lo sabes, no?
     -Sí, pero me gusta mucho mimarte – le retiro el pelo de la cara -. Feliz San Valentín, mi amor.
     -Feliz San Valentín, Can – responde en un tono intenso.
     Acerca su preciosa boca a la mía y une nuestros labios en un cálido y suave beso. Afianzo mi agarre a su cuerpo e intento mantener todo mi autocontrol para no retrasarnos y llegar tarde a su verdadera sorpresa.
     -¿Estás cansada? – le pregunto sobre la boca. Niega -. Estupendo, porque tenemos que irnos.
     -¿Ahora? – pregunta, frunciendo el ceño.
     Me acerco a mi maleta para sacar mi cámara de fotos, la cual llevo a todas partes sin falta, y vuelvo hasta ella. Tengo que inmortalizar este momento.
     -Sí, ahora – agarro su mano y tiro de ella -. Deja las cosas, no hace falta que cojas nada, Faith. Vamos.
     Camina detrás de mí fuera de la habitación y me guardo la tarjeta en el bolsillo mientras caminamos por el pasillo enmoquetado y nos subimos de nuevo al ascensor, esta vez para bajar.
     -¿Tampoco me vas a decir adónde vamos ahora?
     -Tienes que cerrar los ojos – respondo cuando salimos del ascensor, ya en el vestíbulo.
     Ella hace lo que le digo sin rechistar, puesto que sabe que no voy a soltar prenda, y yo me coloco delante para guiar sus pasos, asegurándome de no tropezar con nada. La llevo hasta la enorme cocina del hotel, ahora vacía gracias a mis contactos, donde Serdar Dinçer nos espera listo para darle su taller a Faith.
     Lo saludo en silencio para no levantar sospechas y él sonríe.
     -Quieta aquí – digo, haciendo que Faith detenga sus pasos -. Espera un momento – me hago a un lado, sin soltarle la mano -. Ya puedes abrir los ojos.
     Y el brillo tan bonito que llena su mirada cuando los abre no tiene precio.

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Hola, sé que he tardado un poco en actualizar, pero he estado algo ocupada. Espero que os esté gustando mucho la historia de Can y Faith.

Si podéis compartirlo con más gente, os lo agradecería muchísimo. Prometo subir otro capítulo en cuanto pueda.

Besitosssss 🫶😘

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