CAPÍTULO 21

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Faith.

Respiro hondo unas cinco veces y me armo de valor para girar la llave y abrir la cerradura de la puerta de la habitación de mis instrumentos. Me he llevado dos horas despierta, dándole vueltas a si entrar o no. Y al final me he levantado, he cogido la llave y he bajado a la planta baja.
     Las manos me tiemblan cuando abro la puerta y me muerdo el labio con fuerza antes de dar un paso y entrar dentro. Cierro la puerta detrás de mí y me apoyo en ella, intentando calmar los latidos desbocados de mi corazón. Es la primera vez que entro desde que lo guardé todo aquí.
     El piano está lleno de polvo, al igual que la guitarra. Las baquetas reposan en el sillín de la batería, tal y como las dejé la última vez que las cogí. Y a un lado de la habitación, en una esquina, está todo lo que aquí guardé, todo lo que tenía que ver con Can, excepto su sudadera burdeos, que sigue en el fondo de mi armario.
     <<Acércate, vamos>>, me anima mi subconsciente.
     Trago saliva y me humedezco los labios con la punta de la lengua. Doy pasos pequeños y lentos hacia la esquina de la habitación, al mismo tiempo que las manos me empiezan a sudar, el cuerpo me tiembla por el nerviosismo y el latido de mi corazón me perfora los oídos.
     Llego a las cajas de cartón y me siento muy lentamente en el suelo frente a ellas. Las losas están frías y un escalofrío me recorre la espalda, pero a los pocos segundos mi cuerpo se acostumbra a la temperatura.
     Agarro una de las cajas y la abro. Hay fotos. Muchas fotos. El pulso me tiembla cuando meto la mano en la caja y saco las fotos muy lentamente, con cierto temor. Trago el nudo que tengo en la garganta y empiezo a ver las fotos una a una. En la primera salimos Can y yo abrazados, sentados en las sillas de un restaurante, mirándonos el uno al otro y sonriéndonos. En otra Can me está abrazando por la cintura, su cabeza está escondida en mi cuello y yo me río a carcajadas, feliz. Y en la siguiente salimos en su piscina, yo le abrazo el cuello y él me rodea con sus brazos, y nos besamos. Recuerdo que su hermano Engin nos hizo la foto sin que nos diéramos cuenta y cuando nos la envió dijimos que era perfecta.
     Una lágrima me rueda por la mejilla y me la limpio por debajo de las gafas, mientras una sonrisa triste se forma en mi boca. Sigo pasando una foto tras otra y todas están llenas de momentos felices y llenos de puro amor. Salimos riéndonos, bromeando, besándonos, abrazándonos el uno al otro, en la cama, en su sofá, en mi casa… y con cada una que miro lloro más. Y sonrío con nostalgia al recordar esos maravillosos días.
     Cojo otra foto y en esta sale Can solo. Se la hice una noche cuando se estaba vistiendo para salir a cenar. Sale abrochándose la camisa negra que se puso, mirando hacia los botones, con el pecho al aire y una pose tan sugerente como perfecta. La última foto que veo es de él con Sam. Can está sentado en el césped de su casa, sonriendo, y Sam está sentado al lado de él, con la lengua fuera y una expresión muy alegre. Y debajo de la foto escribí con un rotulador: "los dos amores de mi vida".
     Me limpio las demás lágrimas que me caen de los ojos y los cierro para tomarme unos minutos y calmar mi pulso y mis nervios. Ver todo esto es doloroso y a la vez nostálgico. Son tantos momentos vividos que mi cerebro casi no los puede procesar.
     Una vez termino las fotos que no tiré, cojo otra caja, y en esta está su ropa. Hay una camisa que un día me puse y él terminó regalándome, una de sus bandanas, de color amarillo con dibujos negros, una camiseta blanca con algunos agujeros y algunas otras prendas más. Huelo cada una de ellas y me sorprendo al comprobar que aún conservan su aroma. La piel se me eriza al sentir ese olor que tanto adoraba y que me hacía sentir en casa, y se me acelera el pulso.
     <<Me encantaba olerle. Siempre me hacía sentir protegida cuando lo hacía>>, pienso, sujetando su bandana. Recuerdo que me la regaló un día que la cogí para recogerme el pelo y me dijo que me quedaba tan bonita que la bandana se merecía quedarse conmigo para siempre.
     Por último cojo la caja donde guardé algunos regalos y lo primero que saco es el peluche de Olaf. Sonrío al verlo y mi mentón tiembla un poco. Había días en los que dormía abrazada a él por el simple hecho de que Can me lo había regalado. También saco un chupachups gigante que me compró y que estaba lleno de chucherías.
     Siento nostalgia, pena, y también dolor. Pero también amor, porque aun cuando estoy enfadada y dolida, le quiero.
     Termino la noche sentada contra la pared de la habitación, abrazando el peluche de Olaf.

VOLVER A TI (YSETE 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora