CAPÍTULO 22

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Can.

Pulso el botón de la cámara y les hago unas fotos a unas ardillas qué están peleándose por una bellota en lo alto de uno de los árboles del jardín. Si Faith las viera le encantarían y probablemente le recordaran a las películas de Ice Age. Sonrío y hago otra foto.
     <<Sólo cuatro días más y podré saber una respuesta de su parte>>, pienso.
     Han pasado tres días desde que Faith se fue a España y, como prometí, no la he llamado ni le he enviado mensajes, aunque me muera de ganas. Sé cómo está por lo que los chicos me cuentan que ella les dice. Hoy al parecer han ido de compras o algo por el estilo, según me ha dicho mi hermano.
     Mentiría si dijera que no estoy nervioso por la incertidumbre de no saber qué me dirá. Pero tengo claro que si me dice que sí voy a esforzarme hasta que no pueda más, respetaré cada decisión que tome, cada paso y la velocidad a la que quiera ir. Sin embargo, si (y espero que no) me dijera que no, creo que lo mejor sería irme de aquí. No podría soportar sentirla cada día más y más lejos y descubrir que un día se enamore de otra persona con la que comparta su vida.
     -¡Hermano! – me llama Engin desde la cocina.
     Giro la cabeza y le miro.
     -¿Jugamos un partido de baloncesto? – me pregunta -. He quedado luego con Gamze para cenar.
     -Sí, claro – contesto, levantándome del césped y sacudiéndome el pantalón.
     Me cambio de ropa en un santiamén y jugamos un partido, mientras mi padre hace de árbitro. Gano yo, lógicamente. Lo mejor es que nos echamos unas risas cuando Engin se frustra por no poder seguirme el ritmo. Una vez nos hartamos y ya estamos algo cansados, nos sentamos en la cocina a beber un poco de té. Nada como un buen té para reponer fuerzas.
     -¿Cómo lo llevas, hijo? – me pregunta mi padre -. ¿Nervioso?
     -Un poco – reconozco -. Pero me tranquiliza saber que aún hay posibilidad de arreglarlo todo.
     -Te dirá que sí, ya lo verás, hermano – asegura Engin en un tono optimista -. No podéis vivir el uno sin el otro, aunque ella esté cabreada.
     Eso es cierto, al menos por mi parte. Pero sé que a ella le pasa igual. Si no, no creo que lo hubiera pasado tan mal, ¿no?
     -Eso espero – murmuro para mí mismo, bebiendo de mi vaso de té y manteniendo la vista fija en la pared.
     Mi hermano se mete en la ducha cuando se termina de beber el té, porque como me ha dicho antes, ha quedado con Gamze para cenar. Al menos ellos pueden disfrutar de su bonita relación. Ahora mismo son jodidamente envidiables. Pero envidia sana, ojo. Me encanta que mi hermano sea tan feliz con ella.
     Mi padre también tiene que irse porque ha quedado con unos amigos para cenar y ponerse al día, amigos a los que conoció hace años haciendo negocios y que ahora son imprescindibles para él. Lo único que le falta es rehacer su vida con alguna mujer que de verdad merezca la pena, porque mi madre, aunque suene mal decirlo, no merecía ni una pizca del sufrimiento que él sintió por ella. Desde que se fue yo no he vuelto a saber de ella y mi hermano tampoco desde que se vino a Estambul para estudiar en la universidad. Mejor eso que tenerla dando la tabarra, la verdad.
     Cuando mi hermano y mi padre se van, yo me quedo solo en casa y me doy una buena y relajante ducha cuando me bebo mi segundo vaso de té. Me planteo avisar a los chicos para que vengan un rato, pero recuerdo que todos tienen planes y no lo hago.
     Preparo algo para cenar, porque la sesión de baloncesto me ha dejado agotado y luego me siento en el jardín a mirar el cielo mientras me bebo una copa para bajar la cena.
     La luna está en lo alto del cielo, brillante y preciosa, y las estrellas la rodean. Y pienso en Faith. ¿Qué estará haciendo ahora? En España es una hora menos que aquí. Y son las once y media de la noche. Probablemente esté cenando con su familia o haya ido a ponerse al día con sus amigos, los cuales ahora mismo probablemente me odien a muerte. Y su familia también, para qué engañarme. ¿Estará pensando en mí y en lo que hablamos, o preferirá no pensar?
     Mis ojos van directos a mi móvil, colocado sobre la mesita de cristal y me muerdo los labios, pensando. Prometí que no iba a llamarla, ni a mandarle mensajes. Pero es que me muero por escuchar su voz. Aunque sea la del contestador.
     <<Llamarla para preguntarle cómo está no es insistirle>>, me recuerda mi cerebro. Ya, pero prometí no llamar, y si lo hago igual se siente incómoda.
     Alargo el brazo muy lentamente y agarro el móvil entre mis dedos, y le doy vueltas, debatiéndome en si llamar o no. Una parte de mí me dice que no lo haga, que le dé el espacio que le he prometido y que me espere a que vuelva. Y otra me dice que la llame, sólo para preguntarle cómo está y escucharla.
     Me devano los sesos, intentando ser racional y escoger la mejor opción, pero al final desbloqueo el móvil y busco su número en la agenda. Igual ni siquiera contesta. Trago saliva antes de pulsar el icono de llamada y me llevo el móvil a la oreja, nervioso, escuchando los tonos.

VOLVER A TI (YSETE 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora