CAPÍTULO 7

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Faith.

Entro en mi habitación y cierro la puerta tras de mí para dejarme caer en ella y resbalar hasta el suelo con las lágrimas cayendo de mis ojos de nuevo. He vuelto cuando me he tranquilizado un poco y he tenido que fingir delante de mi madre que todo sigue igual que hace veinticuatro horas, cuando no es cierto. Él está aquí.
     Sollozos silenciosos salen de mi cuerpo y hacen que mi pecho queme y se agite con fuerza. ¿Por qué ha vuelto? ¿Qué hace aquí?
     Me limpio las lágrimas por debajo de las gafas y miro mi habitación. Ya no hay nada de él. No hay fotos, no hay regalos que me hizo, no hay nada. Fue uno de los consejos que la señora Aylin me dio en una de nuestras primeras sesiones: que me deshiciera de todo lo que me hacía daño. Así que cogí una caja y metí todas las fotos que tenía con él, los regalos que me hizo como el peluche de Olaf con su inscripción, su ropa, todo lo que me recordaba a él y que al mismo tiempo me hacía daño. Recuerdo que me pasé los quince primeros días llorando abrazada al peluche de Olaf, leyendo una y otra las palabras ‘te quiero mucho, bebé, C.D.’, queriendo creérmelas, cuando en realidad sólo eran eso, palabras sin ningún significado.
     Quemé algunas cosas, pero otras fui incapaz de tirarlas y las guardé en la habitación en la que tengo los instrumentos y en la que no entro desde que esta pesadilla empezó. Y lo dejé todo ahí. También borré todas las fotos que tenía con él en Instagram y en otras redes sociales, dejé de seguir su perfil, borré su número y todas las fotos que tenía en la galería. Y lo hice mientras me mataba el dolor por dentro, porque me estaba deshaciendo de lo que para mí fueron los mejores meses de toda mi vida. Y sabía que nunca más se repetirían, porque nadie me hará sentir lo que él. Incluso le devolví a Engin el colgante con el corazón de cuarzo rosa que Can me regaló la primera vez que fuimos a acampar juntos. Le dije que se lo diera a Can si lo volvía a ver para que se lo diera a la que realmente fuera la mujer de su vida, porque está comprobado que yo no lo soy. 
     Sólo hay una cosa de la que no he podido deshacerme. Su sudadera. Esa sudadera burdeos que un día le quité y que me ponía casi todo el tiempo porque olía a él.
     Camino hasta el armario y abro el último cajón de la parte inferior y rebusco en el fondo. Mis dedos tocan la tela y un escalofrío me recorre por dentro. Es la primera vez que la toco desde que la guardé aquí hace casi tres meses. La saco del cajón y me siento en el suelo con ella en brazos, acariciándola. Mi mente vuelve a esos días en los que era feliz con él. Recuerdo que un día estábamos en su casa. No hacía frío, pero yo estuve todo el día con la sudadera, porque me encantaba ponérmela. Recuerdo que estaba en la cocina, preparando unos smoothies y él se sentó en la isla y me dijo:
     -Voy a empezar a pensar que quieres más a esa sudadera que a mí – bromeó, cogiendo un trozo de pera.
     Se lo llevó a la boca y le dio un sugerente mordisco sin apartar la mirada de mí, devorándome con esos ojos oscuros que yo tanto adoraba por el amor que siempre había en ellos.
     -Adoro esta sudadera porque es TU sudadera – recalqué la palabra ‘tu’ -. No me gustaría tanto si no fuera así.
     Mis palabras le hicieron sonreír, con esa sonrisa tan especial y perfecta, que te hacía sonreír a ti también por instinto. Y sólo le bastó eso para levantarse y venir  a mí para darme un besazo con sabor a pera.
     -Te quiero mucho, amor – me dijo sobre los labios.
     -Y yo a ti – contesté yo.
     Lanzo su sudadera con fuerza al otro lado de la habitación al recordar eso y me tiro del pelo mientras lloro en silencio. No quiero que mis padres sepan que estoy llorando porque Can ha vuelto. ¿Por qué ha tenido que volver? ¿Por qué ha tenido que venir al sitio en el que yo estaba?
     <<No dejes que te destroce la vida de nuevo, Faith. No dejes que juegue contigo de nuevo>>, me ordena mi subconsciente. No, no pienso dejar que me arruine la vida de nuevo. No pienso dejar que vuelva a utilizarme. No puedo dejar que lo haga.
     Me quito las gafas y limpio los cristales con la tela de la camiseta negra que llevo puesta y luego me limpio las lágrimas de la cara antes de volver a colocármelas. Lo siguiente que hago es levantarme del suelo y, sin mirar la sudadera de Can, que sigue tirada en el suelo, me siento en mi escritorio y saco mi cuaderno del primer cajón y lo abro, buscando una nueva página en blanco. Cuando la encuentro cojo un bolígrafo del lapicero y empiezo a escribir:
     "14 de septiembre.
Empiezo a pensar que tengo un sexto sentido para atraer desgracias. Él ha vuelto. Mi día ha empezado como cualquier otro desde los últimos meses. Me he levantado, he tomado el desayuno con mis padres, me han preguntado cómo he dormido y qué tal me encuentro y yo he respondido, como siempre, que he dormido bien y que estoy mejor. Luego he ido a pasear a Sam y después de dejarlo en casa me he ido al restaurante y he pasado allí todo el día, hasta la hora de irme a mi cita con la doctora Aylin. Después he ido a casa de Ömer y Azra para cenar con todos porque lo prometí. Pero nada más entrar empecé a sentir una sensación rara en la boca del estómago, como si algo fuera a pasar. ¡Y vaya si ha pasado! Can ha vuelto. Me lo he encontrado de frente, tan guapo e imponente como siempre ha sido. ¿Cómo se atreve a volver como si nada, como si no me hubiera hundido la vida para siempre? Me estaba recuperando, estaba mejor. Sólo le he visto unos segundos, pero a mí me han parecido horas. Y ahora no sé explicar qué es lo que siento. Bueno, sí. Siento que ese enorme agujero de mi pecho ha crecido, que mis ganas de llorar son más fuertes y que el dolor que siento ha aumentado hasta casi alcanzar el de los primeros días. Lo único que tengo claro es que no puedo dejarle entrar de nuevo en mi vida para que me la destroce una vez más. No pienso dejar que se acerque a mí".
     Cierro el cuaderno y lo guardo en el cajón de nuevo. Suelto el bolígrafo en su sitio, me levanto de la silla y me cambio de ropa para ponerme el pijama, tomarme la pastilla que necesito para descansar, lavarme los dientes y ponerme la funda y meterme en la cama. Creo que hoy no podré dormir, ni siquiera con la pastilla.

-¡Faith! – el grito de Gamze me devuelve a la realidad y necesito restregarme los ojos por debajo de las gafas.
     -Perdona – suspiro -. Es que no he dormido muy bien – digo en un tono cansado, trémulo.
     Estamos sentadas en la barra del restaurante. Ya ha pasado la hora de la comida y ahora el ambiente se queda un poco más tranquilo, aunque no nos faltan clientes.
     La mirada de mi amiga se vuelve triste y se atusa el pelo oscuro y ondulado antes de volver a hablar.
     -¿Estás bien? Y no me mientas, por favor – me dice.
     Mis ojos se empiezan a humedecer y bebo un poco de mi té, intentando aguantarme las lágrimas. Le doy vueltas al vaso entre mis dedos y niego con la cabeza cuando la primera lágrima cae.
     -No, no estoy bien. ¿Por qué, Gamze? – sollozo y caen más lágrimas -. ¿Por qué ha vuelto? ¡No es justo!
     -Lo sé, cielo, lo sé – Gamze me acaricia el brazo con cariño -. No llores. Ven aquí – me atrae a sus brazos y me abraza con fuerza -. Tranquila.
     Me desahogo entre los brazos de mi amiga mientras ella me susurra palabras tranquilizadoras al oído. Sus manos me acarician la espalda y poco a poco me voy calmando. Los sollozos van parando y me separo de ella cuando me siento más sosegada.
     -¿Habéis hablado con él? – no sé por qué lo hago, pero se lo pregunto.
     Gamze asiente.
     -Ömer le dio un puñetazo en cuanto le vio. Le partió el labio – me cuenta.
     Me gustaría decir que me da igual eso, que se lo merece por lo que hizo, pero soy tan idiota que hasta siento pena por su labio, porque adoraba morderlo y darle besitos. ¡No, ni hablar! Eso se acabó y ya no quiero volver a besarle ni a morderle el labio jamás.
     -Se sentó un rato con nosotros y luego se fue – me sigue diciendo -. ¿Quieres saber lo que nos dijo?
     Niego con la cabeza.
     -No, gracias – contesto -. No quiero saber nada de él. Ni tampoco quiero verle.
     -Lo entiendo, cielo – me acaricia la espalda -. ¿Te parece si nos tomamos otro té?
     Asiento.
     -Sí, claro – respiro hondo -. Ahora vuelvo.
     Cojo su vaso y el mío y me meto en la cocina para rellenarlos con té y agua. Una vez lo hago salgo y me siento de nuevo con Gamze y seguimos hablando durante un rato más en el que me habla sobre sus clases en la universidad y el proyecto para Psicología del desarrollo en la infancia que está preparando con Azra. Yo intento prestarle toda la atención que puedo, pero cuando quiero darme cuenta estoy pensando de nuevo en Can, y eso me jode sobremanera.
     Unos veinte minutos después llegan Azra y Damla, que han estado ayudando a la madre de esta última a embalar unas cosas que ha encontrado en el sótano y que le da pena tirar y así las dona. Hoy nos apetece tener una noche de solo chicas, así que cuando nos entra hambre me meto en la cocina y preparo algo para cenar, mientras Kemal, Seymaz Estefanía y Jordi preparan las comandas de los clientes, aunque yo entro a ayudarles cada vez que lo necesitan.
     Cuando llega la hora de cerrar, entre todos limpiamos el restaurante y lo recogemos todo antes de volver a casa dando un paseo en compañía de las chillas.

VOLVER A TI (YSETE 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora