CAPÍTULO 37

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Faith.

Preparo los dos platos de ternera que han pedido los clientes de la mesa tres y los dejo encima de la encimera de aluminio para que los camareros los recojan.
     Mi móvil suena y al sacármelo del bolsillo del vaquero veo que es un mensaje de Azra, diciéndome que en un rato llegará con el resto para que comamos todos juntos. Yo le contesto que iré preparando el almuerzo y me vuelvo a guardar el móvil, para coger algunas verduras y trocearlas.
     Hace tres días que Can y yo fuimos al cine. Y no he podido dejar de pensar en el beso que ambos nos dimos en la mejilla, ni tampoco en nuestro abrazo y nuestra conversación en el puerto sobre el día de mi cumpleaños. Me prometió que iba a estar siempre a mi lado, que ninguno de mis cumpleaños volvería a ser como el del año pasado. Y yo le creo, o al menos quiero hacerlo.
     Y, bueno, esta semana he estado un poco liada con el restaurante y ayudando a mi madre en la tienda y no hemos quedado mucho. Pero hemos hablado cada noche por teléfono hasta que yo me quedaba dormida. Y eso me ha hecho acordarme de esas noches en las que hablábamos por Skype hasta que nos rendía el sueño porque queríamos ser lo último que nuestros ojos vieran antes de dormirnos.
     Tampoco he hablado mucho con mi padre en estos días. Cuando me levanto ya se ha ido al trabajo y cuando me voy a dormir aún no ha llegado. No sé si intenta evitarme porque está avergonzado de su comportamiento, o si sigue cabreado y no quiere hablarme.
     Un escalofrío me recorre la espalda y al girarme veo a Can apoyado en una esquina, mirándome con una sonrisa dulce. Va vestido con unos vaqueros azules, una camiseta blanca y encima lleva una chaqueta vaquera con estampado militar. Sus gafas de sol descansan sobre el collar del ojo de tigre y su pelo está recogido. Está muy guapo, guapísimo.
     -Hola – lo saludo, dejando de cortar los pimientos -. ¿Cuánto llevas ahí?
     -Desde que has sacado los pimientos – responde -. Siempre me ha encantado verte cocinar. Estás preciosa cuando te concentras – sonríe.
     Le devuelvo la sonrisa y continúo troceando los pimientos para verterlos en la sartén y mezclarlos con cebolla, aceite y un par de cosas más. 
     -¿Engin te ha dicho lo del almuerzo? – le pregunto.
     -Sí, me ha llamado cuando venía de camino – contesta, acercándose -. Te echaba mucho de menos.
     El tono bajo y lleno de dulzura que utiliza me acelera el pulso y hace que deje de remover el contenido de la sartén para ponerme de puntillas y besarle la mejilla.
     -Yo también – respondo cuando me separo, con las mariposas revoloteando en mi estómago.
     -¿Y qué estás preparando? ¿El almuerzo para cuando llegue el resto?
     -Sí – respondo -. La cosa no está muy atareada hoy, y así adelanto – le echo un poco de vino blanco a las verduras.
     Can se apoya en la encimera.
     -¿Quieres que te eche una mano? Así terminaremos antes – propone.
     -Vale – accedo -. Los delantales están en aquel mueble – señalo el armario blanco que está en el lado izquierdo de la cocina.
     Can se abre paso entre los cocineros con mucho cuidado de no interrumpir su labor y abre el armario para coger un delantal y luego cerrarlo. Vuelve hasta donde me encuentro y se coloca el delantal mientras yo le miro de reojo.
     <<Qué guapo está con el delantal puesto. Siempre está perfecto>>, pienso.
     -Listo. ¿Qué es lo que tengo que hacer?
     Durante unos treinta minutos, los dos nos encargamos de preparar un par de ensaladas, dolmas, una tortilla de patatas y kofte mientras, de vez en cuando, ayudo a Estefanía, Jordi y Kemal con los platos de los clientes. Cocinar con él después de tanto tiempo es algo que me produce nostalgia. Y sigo sintiendo lo mismo. Me quedo embobada en sus manos adornada con anillos y pulseras, incluida la que le regalé, en su expresión de concentración, mordiéndose el labio y frunciendo el ceño.
     -¿Te gusta lo que ves? – pregunta y me mira, pillándome con las manos en la masa.
     Aparto la mirada y siento que me sonrojo.
     -Sólo estaba pensando – miento, tartamudeando un poco.
     -Ya, ya – canturrea -. Me estabas mirando embobada, Faith – presume -. Reconócelo.
     -No, que va – sigo negándolo, terminando de aliñar las ensaladas.
     -Sí lo hacías – insistes.
     -Que no.
     -Que sí.
     -Vale, sí. Te estaba mirando. No es mi culpa que seas un puñetero Adonis andante – reconozco.
     Levanto la mirada y Can me observa con los ojos oscuros cargados de amor y una gran cantidad de deseo, además de una sonrisa ladeada pícara que me acelera el pulso y hace que un calor intenso me recorra por todas partes. Su olor llega hasta mí y respiro hondo, intentando calmar mis nervios. Me recoloco las gafas con los dedos temblando y la respiración enlentecida, y trago saliva, mientras él me sigue mirando fijamente, atravesándome con la mirada.
     El sonido del restaurante, los fogones y el resto del mundo se desvanece y sólo estamos nosotros dos mirándonos. Es tan abrumador que siento que las piernas me empiezan a fallar.
     -¡Pero míralos, qué monos! – una voz nos saca de nuestra burbuja, y hasta doy las gracias porque casi me desmayo.
     Me muevo rápidamente y veo a Gamze, Azra y Damla apoyadas en la encimera de aluminio, mirándonos con cara de bobas.
     -¡Sois monísimos, chicos! – añade Azra en un tono emocionado.
     -Esto… - me rasco el cuello -, ¿ya estáis todos? La comida está lista – hablo yo, nerviosa perdida.
     -Sí, están esperando en la mesa – responde Gamze -. Venga, que os ayudamos a llevarlo todo.
     Las chicas entran en la cocina y entre los cinco cogemos los platos de comida y los llevamos a la mesa en la que están esperando Engin, Ömer, Ahmet, Murat, Mesut y Cihan. Los saludo a todos con un abrazo cuando coloco los platos en la mesa y voy a quitarme el delantal, para luego sentarme en la mesa entre Azra y Gamze. Can está justo enfrente de mí y sonríe cuando nuestros ojos conectan. Yo le devuelvo el gesto.
     -Antes de que empecemos a comer – habla Engin, llamando la atención de todos -, Gamze y yo queremos deciros algo, ya que estamos todos.
     -¿Qué pasa? – pregunta Can.
    Me inclino hacia delante para poder verlos a ambos. Engin le hace señas a Gamze para que sea ella quien hable.
     -Pues… ya que Can ha vuelto, Faith está muchísimo mejor y su relación se está arreglando… ¡hemos decidido seguir adelante con la boda! – nos comunica, emocionada.
     Damla, Azra y yo nos levantamos de nuestras sillas emocionadas y abrazamos a mi amiga entre saltitos y gritos de alegría. Suspendieron la boda cuando Can se fue y yo me quedé destrozada. No querían casarse en medio de ese caos. Me alegro mucho de que vayan a seguir adelante. Algunos clientes nos observan, pero la verdad es que no nos importa. Esta gran noticia se merece unos buenos saltos.
     -¡Qué guay, tía! – chilla Damla -. ¡Por fin estrenaré mi vestido!
     Azra y yo nos reímos y volvemos a abrazar a Gamze. Los siguientes en achucharla son Mesut y Cihan, que le llenan la cara de besos, haciéndola reír.
Can, Ömer, Murat y Ahmet abrazan a Engin con fuerza, dándole la enhorabuena y bromeando sobre las pocas ganas que tienen de vestirse con traje y corbata. Luego nos intercambiamos y somos nosotras las que abrazamos a Engin.
     -Enhorabuena – le digo, sonriendo, abrazándole.
     -No podíamos celebrarlo sin ti, Faith. Necesitamos a la mejor chef de Estambul – me dice, haciéndome reír -. Además, así te pondrás ese vestido amarillo que me dijo mi hermano que te habías comprado para la boda.
     Recuerdo el vestido y el día que me lo puse para enseñárselo a Can. Se quedó embobado y me dijo que era mi color, que me quedaba precioso. Tendré que sacarlo del fondo del armario para quitarle las arrugas.
     -¿Y cuándo será el gran día? – pregunta Ömer cuando nos volvemos a sentar.
     -Como ya lo tenemos todo preparado y no vamos a invitar a mucha gente, hemos pensado que cuanto antes mejor.
     -Os recuerdo que estamos a punto de entrar en el invierno y hace un frío horroroso – hablo.
     -Y nuestros vestidos son sin mangas y con escotes – añade Damla.
     -¡El salón es cubierto, ponemos la calefacción y listo! – concluye Engin -. Pero os adelanto que no pienso esperar a verano para casarme.
     -Lo veo justo, tío – coincide Murat -. Vuestros chicos os prestan las chaquetas si tenéis frío – nos bromea.
     -Yo, encantado – dice Can, mirándome con los ojos brillantes.
     -Yo ni te cuento – dice Ömer, mirando a Damla.
     -Yo me apunto – dice Cihan, guiñándole el ojo a Azra, quien se sonroja. ¿Cihan guiñando un ojo? Inaudito.
     -Pues esto habrá que celebrarlo, ¿no? – pregunta Mesut -. ¿Por qué no vamos este fin de semana al pub?
     A todos nos parece una idea estupenda, puesto que hace mucho que no vamos por allí, y empezamos a comer, mientras hablamos de la boda, de los posibles días en los que puede celebrarse, y Can y yo nos miramos cada dos por tres.

VOLVER A TI (YSETE 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora