CAPÍTULO 35

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Faith.

La película ha sido increíble. Ir con Can al cine después de tanto tiempo ha sido precioso. He de reconocer que estaba muy nerviosa, y que aún lo estoy, porque siento tantas emociones dentro de mí cuando estoy con él que no me fío de mí misma. Mi confianza en él ha aumentado considerablemente en estas semanas, pero aún no me siento del todo segura. Es como si una parte de mí siguiera dándole vueltas a la posibilidad de que Can se vuelva a ir algún día. Y eso me mata por dentro. Porque no quiero estar haciendo esto para nada. Quiero hacer esto para que funcione de verdad, para pasar el resto de mis días a su lado. Y, además, hoy ha sido la primera vez desde que empezamos a quedar que yo he sido la que le ha cogido la mano a él. Y me he sentido pletórica.
     Can y yo entramos en la pizzería del barrio y nos sentamos en una mesa alejada de la puerta. Cada vez que alguien entra o sale hace un frío horroroso y me congelo. Es lo malo de ser tan friolera. Can me ha propuesto que fuéramos a mi restaurante, pero he preferido venir aquí. No me malinterpretéis, mi restaurante es como mi segunda casa y me encanta. Pero me paso el día allí y me apetecía un cambio de aires, y hace mucho que no vengo.
     -¿De qué te apetece pedir la pizza? – le pregunto a Can, quitándome el chaquetón.
     Se encoje de hombro y deja su chaquetón junto al mío en la silla que sobra.
     -Elige tú. Ya sabes que a mí me gusta todo – sonríe.
     -¿Qué te parece mitad carbonara y mitad hawaiana? – propongo.
     -Todo sea por los champiñones – bromea y yo suelto una carcajada -. Me parece genial.
     Can levanta la mano, llamando a uno de los camareros y este nos toma nota de la pizza y de las bebidas, para luego irse y volver a los pocos minutos con dos vasos de té. Le doy el primer sorbo y cuando levanto la mirada veo a Can mirándome fijamente, con la barbilla apoyada en su mano y una preciosa sonrisa que me corta el aliento. Sus oscuros ojos brillan y la intensidad que manifiestan hace que el cuerpo me tiemble.
     -¿Qué pasa? – pregunto.
     -Que te quiero muchísimo, Faith – murmura sin dejar de mirarme a los ojos -. Y que eres preciosa. Siempre lo has sido.
     Una pequeña sonrisa se forma en mis labios y un leve sonrojo vuelve a cubrir mis mejillas.
     -Y sonrojada lo eres todavía más – añade en el mismo tono.
     Can alarga la mano y cubre mi mejilla con ella, brindándome calor. Cierro los ojos instintivamente y levanto la mano para entrelazar mis dedos con los suyos. Él sonríe y aprieta mi mano con cariño.
     -¿Puedo preguntarte algo? – habla, dibujando sobre la palma de mi mano con su dedo índice.
     Asiento, mirándole.
     -¿Qué es el nuevo tatuaje que te hiciste?
     Recuerdo que el primer día que fui a zumba y me lo encontré al terminar la clase vio parte de la tinta en mi hombro y me preguntó, pero yo solo le dije que me lo había hecho hacía tiempo.
     -Es… un Vegvisir. ¿Sabes lo que es? – respondo.
     Asiente.
     -Me contaron la historia cuando estuve en Noruega – me cuenta -. Seguro que te quedó precioso.
     -Sí, quedó muy bonito. Quería hacerme algún tatuaje que simbolizara lo que estaba sintiendo. Y cuando lo vi pensé que era mejor que tatuarme un corazón roto o alguna cursilada de esas – suelto una risa triste -. Me lo tatué por su significado. Probablemente tendré más malos momentos en la vida y me gusta saber que llevo algo que me dará fuerzas para superarlos – le cuento.
     Can no deja de acariciarme la mano ni un solo segundo y, justo cuando va a hablar, el camarero llega con nuestra pizza. Le damos las gracias y Can coge las tijeras que ha traído para cortar la pizza en porciones. Tal y como pedimos, es mitad carbonara y mitad hawaiana, así que cada uno coge los trozos que más le gusta.
     -Te prometo que voy a estar contigo en todos los malos momentos que haya – me promete, masticando su trozo de pizza hawaiana -. Y esta vez de verdad. Nada va a volver a separarme de ti jamás.
     Sonrío a medias y muerdo un trozo de pizza carbonara.
     Nos comemos el resto de la pizza mientras comentamos la película y qué escenas nos han gustado más, aparte de la del coche que comentábamos al salir del cine. La verdad es que ha sido tronchante ver a Mike y Marcus montados en un coche medio destartalado por el centro de Miami.
     Can y yo nos pedimos un segundo vaso de té cuando nos terminamos la pizza y, después de discutir por quién paga la cena, deja que esta vez sea yo quien invite, ya que él ha pagado el té casi todos los días que lo hemos tomado en el puerto y también pagó el día que fuimos a la cafetería de la señora Ikbal.
     -¿Te apetece dar una paseo por el puerto? – pregunta Can cuando salimos de la pizzería.
     -Vale – me subo la cremallera del chaquetón.
     Él sonríe y me tiende la mano. Yo entrelazo nuestros dedos y su sonrisa se hace mucho más grande.
     Caminamos por las calles del barrio hasta llegar al puerto y andamos de la mano por el asfalto del paseo marítimo, admirando el mar iluminado por la luna. Algunas personas pasean al igual que nosotros, pero teniendo en cuenta que estamos en diciembre y hace un frío horroroso, es lógico que la mayoría prefiera quedarse tranquila con la estufa. Y yo también lo prefiero, porque mi cuerpo empieza a temblar con fuerza por el frío. Incluso con el chaquetón estoy helada.
     -Faith, ¿tienes frío, cariño? – me pregunta Can, preocupado, usando de nuevo ese apodo que tanto he adorado siempre y que me sigue poniendo el corazón a mil.
     -Un poco, sí – tiemblo. Suelto una risa nerviosa -. Odio ser tan friolera.
     -A mí siempre me ha encantado. Gracias a eso te abrazaba todo el tiempo para darte calor – responde él, sonriendo.
     Se detiene en medio del paseo y yo imito su acción.
     -Toma, ponte mi abrigo – empieza a quitárselo.
     -¿Estás loco, Can? Hace un frío de muerte y vas a helarte si me das el abrigo – le digo, negándome.
     -No tengo frío, de verdad. Póntelo, por favor. Estás temblando, Faith – insiste.
     Niego con la cabeza. No quiero que pase frío por darme su abrigo.
     -Entonces – abre los brazos –, no te va a quedar más remedio que dejar que te abrace y te dé calor. Porque vas a acabar con contracturas hasta en los pies si sigues temblando así.
     Y ni siquiera me lo pienso. Camino hasta él y me refugio entre sus fuertes y cálidos brazos, y no por el frío, si no porque en el fondo me muero de ganas de volver a abrazarle. Los brazos de Can me rodean el cuerpo con fuerza y apoya sus labios en mi pelo. Yo apoyo la cabeza en su pecho y cierro los ojos, aspirando su olor a tierra mojada, mezclado con ese perfume de Dior que siempre he adorado. Y me siento como en casa de nuevo, con él. Pensé que nunca más volvería a abrazarle y a escuchar el latido desbocado de su corazón como estoy haciendo ahora.
     El cuerpo me hormiguea a causa del roce de sus brazos por encima del chaquetón, el corazón me late muy fuerte y las piernas me tiemblan.
     -¿Mejor así? – me pregunta. Asiento, incapaz de hablar -. ¿Prefieres que nos sentemos un rato?
     -Sí, mejor – acepto.
     Caminamos abrazados hasta un banco cercano y nos sentamos para mirar el mar mientras Can me pasa las manos por encima del chaquetón, dándome calor.
     -En un par de semanas es tu cumpleaños – le escucho decir.
     -Sí… - murmuro.
     Pensar en mi cumpleaños no es que me guste mucho, porque el año pasado fue horrible.
     <<Eso ya es pasado, Faith. Ahora Can está aquí contigo y eso es lo que importa>>, me digo.
     -¿Sabes? Ese día lo pasé fatal. Ni siquiera fui capaz de coger la cámara. Estuve todo el día viendo tus fotos y llorando a moco tendido porque te echaba mucho de menos. Porque me sentía fatal por haberme largado. Me pasé todo el día pensando en cómo habría sido tu cumpleaños – al ver que me quedo callada, sigue hablando -. Probablemente me habría pasado las semanas anteriores vuelto loco sin saber qué regalarte y ese día te habría despertado con besos y un pastel de chocolate con una vela para ser el primero en felicitarte – le siento sonreír -. Y después de celebrar el año nuevo y todo eso, te habría llevado a algún sitio para que pasáramos la noche juntos sin que nadie nos molestara.
     Imagino cada una de sus palabras en mi cabeza y una pequeña sonrisa se forma en mis labios. Sí, habría sido un día maravilloso. Habría sido perfecto.
     -Yo también me pasé el día llorando en la cama, así que estamos empatados – murmuro y luego suspiro.
     Can me acaricia el pelo en respuesta y me abraza más fuerte contra su pecho.
     -Este no va a ser así. Ni ninguno más – me asegura en un tono firme y confiado.
     Pasamos casi una hora más sentados en el banco y mirando el mar en silencio, disfrutando del sonido del oleaje, hasta que el frío nos puede a los dos y volvemos andando hasta la puerta de mi casa.
     -Bueno, pues ya hemos llegado – dice, guardando las manos en los bolsillos del abrigo -. ¿Lo has pasado bien?
     -Sí, me ha encantado todo, de verdad – sonrío -. Gracias por acompañarme, no hacía falta. Ahora tendrás que andar más para coger tu coche – digo.
     -No me importa. Prefiero pasar frío si con eso estoy contigo dos minutos más, Faith – dice, mirándome a los ojos con ese brillo tan especial -. Oye, ¿cómo sigue todo con tu padre?
     Mi expresión se vuelve un poco tensa.
     -Bueno, ahí va – respondo, cruzándome de brazos y subiéndome en la acera -. Sigo un poco cabreada y él puede ser muy orgulloso, así que… - veo que sus ojos se llenan de culpabilidad -. No es culpa tuya, Can. Se le pasará pronto, supongo.
     -En cierto modo le entiendo, ¿sabes? – da un paso hacia mí -. A mí tampoco me gustaría que mi hija volviera con el hombre que le rompió el corazón.
     -Supongo que cuando lo sepa todo cambiará de idea – murmuro. Y ojalá sea así -. Bueno, tengo que entrar ya. ¿Hablamos mañana?
     -Por supuesto – sonríe de oreja a oreja.
     Está tan increíblemente guapo con esa sonrisa y la luz de la luna iluminando su piel morena, que me sorprendo apoyando una mano sobre su pecho y dándole un suave beso en la mejilla. Siento que su cuerpo se queda petrificado y que la respiración se le entrecorta. Mantengo mis labios sobre su piel durante unos segundos y un intenso hormigueo me recorre los labios y el corazón me da un vuelco. Separo los labios muy lentamente de su piel para alejarme y volver a mi posición con su olor envolviéndome.
     Can me observa con los labios entreabiertos por la sorpresa y los ojos brillantes. Y un sonrojo adorable le cubre las mejillas. Se rasca la barba con los dedos y entonces se inclina y apoya sus labios en mi mejilla derecha. Cierro los ojos, disfrutando del roce de su boca y su barba, y el pulso se me dispara una vez más. La piel del cuello y la nuca se me erizan y un escalofrío me recorre la espalda. Hago puños dentro de los bolsillos del chaquetón y un calor sofocante me recorre el cuerpo.
     <<Si no se aparta ya voy a tirarme encima de él>>, pienso, intentando mantener la calma.
     Can se separa de mí unos segundos después y sonríe, feliz, antes de decirme:
     -Buenas noches, cariño – usa un tono lleno de amor, que me eriza el cuerpo.
     -Buenas noches, Can – sonrío.
     Y, sin decir nada más, saco las llaves de mi bolso y me giro para abrir la puerta de mi casa. Una vez lo hago, me giro y me despido de Can, esta vez con la mano. Él realiza el mismo gesto, acompañado de una sonrisa, y yo entro en casa, cerrando la puerta detrás de mí.
     Apoyo la espalda en la puerta y cierro los ojos, sonriendo. Sam baja las escaleras corriendo y empieza a saltar a mi lado.
     -Shhh, calla – le chisto -. Venga, vamos a dormir – le digo entre susurros.
     Subo las escaleras con él detrás y camino despacio hasta mi habitación para no hacer mucho ruido. Mis padres parece que están durmiendo ya y lo que menos me apetece es que mi padre se despierte y volvamos a discutir. No tengo ganas de destrozar mi buen humor.
     Entro en mi cuarto y me cambio de ropa, colocándome mi pijama calentito. Luego voy al baño y me desmaquillo para luego lavarme los dientes y colocarme la funda dental. Vuelvo a mi habitación y me meto en la cama. Apago la luz y cojo mi móvil de encima de la mesita de noche. Tengo algunos mensajes de las chicas preguntándome por la cita con Can y yo les contesto diciendo que todo ha ido muy bien y que estoy muy contenta.
     Lo siguiente que hago es entrar en Instagram y cotillear un poco lo que hay por aquí. Y hago algo que hace muchísimo que no hacía: mirar el perfil de Can. No entro en él desde que dejé de seguirle cuando la doctora Aylin me recomendó deshacerme de todo lo que me hiciera daño. Y sigue igual. Su perfil de Instagram sigue exactamente igual que la última vez que lo vi. No ha borrado ninguna foto, ningún comentario, ninguna historia, nada. Y, sin controlar mis dedos, miro alguna de sus fotos. Abro la última foto que subió, donde sale conmigo. Ambos estamos abrazados y nos miramos sonrientes. Nuestros rostros expresan tanta felicidad y amor que no puedo evitar sonreír. Y en la descripción pone: "Me haces sonreír como un loco, pero como un loco enamorado de ti."
     <<Siempre ha sido tan romántico>>, pienso, con el corazón henchido.
     Abro una segunda foto. Salgo yo, en su cama, bocabajo, con la sábana cubriendo parte de mi cuerpo desnudo, la cabeza apoyada en la almohada y una sonrisa brillante en la boca.
     "Buenos días, mi amor", leo en la descripción.
     Mi sonrisa se ensancha al recordar el día que nos la hicimos. Fue la mañana siguiente de una noche llena de pasión.  Me despertó llenándome de besos y con el desayuno. Y me hizo la foto cuando empecé a reírme porque se manchó de café.
     Sigo viendo fotos, una tras otra. Salimos sonriendo, besándonos, haciendo el tonto, en su casa, en la mía, en el puerto, en el pub… y cada una es más bonita y romántica que la anterior.
     Pulso un video y los ojos se me llenan de lágrimas al verme en su dormitorio, con las sábanas de su cama encima, correteando de un lado para otro, cantando y riéndome. En la descripción leo: "Me da mil sustos, pero su risa los convierte en pura felicidad."
     La risa de Can se escucha tras la cámara del móvil y es entonces cuando me resbalo con la sábana y me caigo de culo en el suelo.
     -¡Faith! – escucho su voz exclamar, asustada.
     Corre hacia mí, me quita la sábana de encima y aparezco yo, descojonándome viva de la risa. Can se une a mí y el móvil se agita por sus carcajadas. Siempre he adorado esa risa.
     -¿Estás bien, amor? – me pregunta sin dejar de reír.
     -Sí, menudo porrazo me he dado – me toco la frente, riéndome -. ¡Mi culo! – me lamento entre carcajadas.
     Los dos nos reímos de nuevo y el video termina, dejándome con las lágrimas saltadas y el corazón nostálgico.
     Lo último que hago antes de dormir es pulsar la pestaña ‘seguir’, mandarle un mensaje con un ‘buenas noches, Can’  y apagar el móvil, quedándome dormida.

VOLVER A TI (YSETE 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora