CAPÍTULO 90

231 6 3
                                    

Can.

—A ver, tenemos los anillos, las flores, las galletas favoritas de Faith, chuches para Sam... —repaso los últimos detalles.
     —Can, cálmate de una vez —intenta tranquilizarme mi hermano Engin, apoyándose en la pared del salón—. Faith ya te ha dicho que va a casarse contigo. No le des más vueltas.
     —Eso te dije yo a ti cuando fuimos a pedir la mano de Gamze, y me mandaste al carajo porque decías que era algo importante para ti —le suelto sarcástico.
     Hoy vamos a ir a pedir la mano de Faith y estoy que me subo por las paredes. No sé por qué, la verdad. Como me ha dicho mi hermano, ella ya ha dicho que sí, y digamos que la pedida es algo más que nada para contentar a mi padre, a quien le hace mucha ilusión seguir la tradición. Sin embargo, estoy nervioso. Quiero que todo sea perfecto.
     Mi padre aparece en el salón, vestido con un traje gris y una camisa celeste, y se coloca junto a mi hermano.
     —¿Nos vamos? —pregunta.
     —Sí, porque como no lleguemos ya, a mí me da un infarto —respondo, cogiendo las flores y las galletas.
     Mi padre se guarda los anillos y el lazo rojo y frunce el ceño.
     —¿No ibas a ponerte el traje? —me pregunta al verme solo con la camisa negra, los vaqueros y la americana del mismo color.
     —Me voy a poner traje el día que me case. Con eso sobra —respondo—. Vámonos de una vez, por favor —pido.
     —Venga, venga, vamos ya. ¡Y cálmate, que ya te ha dicho que sí! —repite mi padre.
     —¡Otro! —exclamo.
     Salimos de casa y nos subimos a mi coche. Mi hermano se sienta en la parte de atrás y mi padre en el asiento del copiloto. Conduzco de los nervios hasta la casa de Faith y cuando llego todo el barrio es un popurrí de miradas. Seguramente Miriam ya habrá contado en la tienda que Faith y yo vamos a casarnos y todo el barrio quiere saber los detalles.
     Toco el timbre con manos temblorosas y cinco segundos después la puerta se abre y aparece el amor de mi vida con un precioso vestido rojo por encima de las rodillas y con un poco de vuelo, las mangas le llegan al codo, unos botines negros con un poco de tacón cubren sus pies y su pelo rizado y corto hasta los hombros está tan bonito como siempre. Y un sutil maquillaje cubre su precioso rostro, resaltando sus ojos marrones y sus labios rojos. Está hermosa.
     —Hola —saluda con una sonrisa nerviosa—. Pasad, bienvenidos.
     —Hola —saludo yo del mismo modo que ella—. Gracias.
     Mi padre, mi hermano y yo entramos en la casa y ella cierra la puerta cuando ya estamos dentro. Nos cambiamos de zapatos, como siempre, y me acerco a Faith para darle los tulipanes amarillos y morados que le he comprado, junto a sus galletas favoritas.
     —Gracias, no hacía falta que compraras flores, Can —me dice ella cuando coge ambas cosas, con los ojos brillantes y las mejillas sonrojadas.
     —La ocasión lo merece —respondo—. Estás... —la miro de arriba abajo— preciosa.
     —Tú también estás muy guapo. —Me acaricia la barba con mimo.
     Yo sonrío, loquito por ella, y me inclino para darle un beso en los labios, pero desgraciadamente, el momento es interrumpido por Sam, que se lanza sobre nosotros para darnos la bienvenida.
     —Hola, chulo. —Me agacho para darle un beso en la cabeza—. Ya decía yo que estabas tardando mucho.
     —Estaba dormido —dice Faith—. Podéis ir subiendo, mis padres ya están listos. Yo voy a buscar algún jarrón para las flores.
     —Yo te espero, cariño —le digo.
     Mi padre y mi hermano Engin suben las escaleras después de darle un beso en la mejilla a Faith , y nosotros vamos hasta la cocina para buscar algún recipiente donde poner las flores. Faith me pide que aguante las flores y ella registra los armarios. Mientras lo hace, la escucho suspirar unas tres veces, atacada.
     —¿Estás nerviosa? —le pregunto.
     —Aquí hay uno. —Saca un jarrón claro y cierra el mueble—. Un poco —responde a mi pregunta—. ¿Y tú?
     —También —admito—. Ya sé que me has dicho que sí y todo eso, pero es como si esto lo hiciera más...
     —Formal —termina la frase por mí—. Más real.
     Asiento. Ella echa un poco de agua en el jarrón y yo coloco las flores dentro. Tiro el envoltorio a la basura y vuelvo para agarrar sus manos y llevármelas a los labios para darles un beso.
     —¿Sigues queriendo hacerlo, verdad? —le pregunto—. Porque no quiero que hagas esto porque pienses que me va a sentar mal de nuevo o algo, y... —empiezo a hablar muy rápido.
     No quiero que se sienta obligada a que nos casemos por lo que pasó. Sé que me ha dicho cien veces que quiere hacerlo, pero quiero asegurarme del todo antes de pedir su mano y empezar a organizarlo todo.
     —¡Para de una vez, Can! —me pide. Agarra mi cara entre sus manos y me mira a los ojos—. Ya te he dicho doscientas veinticinco veces que quiero casarme contigo porque quiero hacerlo, porque te quiero, no por lo que nos pasó. ¿Queda claro ya?
     —Cristalino —respondo, perdido en sus ojos.
     —Pues subamos ya.
     Entrelaza los dedos de su mano con la mía y salimos de la cocina de la planta baja para subir las escaleras y caminar juntos hasta el salón, donde los padres de Faith, mi padre y mi hermano charlan animadamente.
     —Por fin. La pedida de mano sin los protagonistas no tiene sentido, eh —dice mi hermano.
     En ese momento vuelve a sonar el timbre.
     —Serán los chicos. Querían venir —dice Faith—. ¿Puedes abrir? Yo voy a servir el café.
     —Sí, yo abro, tranquila —le digo.
     Bajo las escaleras de nuevo, seguido de Sam, y abro la puerta, dejando entrar a los chicos. Todos me saludan con un abrazo y suben al salón para sentarse con todos. Yo me coloco entre mi padre y mi hermano y dos segundos después, Faith aparece con una bandeja de cafés, la cual coloca sobre la mesa.
     —El de la esquina es el de Can —dice, sentándose entre sus padres.
     Cojo mi taza y el resto va cogiendo la suya para beber. Yo me reservo para el momento en que sus padres digan "sí".
     —Tan delicioso como siempre, Faith —empieza a decir mi padre, después de dar un gran sorbo al café. Ella sonríe—. Bueno... —Mi padre deja la taza en la mesa.
     —Déjate de formalismos, Azad. Ya se han dicho que sí —habla Jesús.
     —Sí, ve al grano, papá —le pido, empezando a ponerme nervioso de nuevo.
     —Mi hijo quiere casarse con vuestra hija, y ya que ella ha aceptado, queremos vuestra aprobación para organizar la boda —dice mi padre.
     Jesús se queda en silencio durante unos segundos, serio, y luego mira a Faith y a Miriam con una sonrisa. Su esposa asiente y él nos mira de nuevo.
     <<Que diga algo ya, por Dios>>, pienso.
     —¡Pues claro que aprobamos la boda! —exclama, alegre—. Venga, los anillos.
     Suspiro, aliviado y contento a la vez, y cojo la taza de café para darle un gran sorbo que me pone los pelos de punta. Esto en China iría de perlas como tortura. Hago una mueca de malestar y cojo los anillos unidos por el lazo rojo de la mano de mi padre.
     —¿Me he pasado con la sal? —me pregunta Faith, preocupada, cuando se levanta y se acerca a mí.
     —Un poco —reconozco—. Pero no te preocupes. Me bebería cien cafés así por ti.
     Ella se sonroja de esa manera tan suya y yo me derrito. La quiero tanto que cuesta hasta explicarlo.
     —¡Déjate de ñoñerías y poneos los anillos ya! —exclama Murat, cargándose el momento.
     Bufo.
     —¿Dejarás de joder los momentos románticos en algún momento? —le medio gruño.
     —No. —Ríe.
     —No le hagáis caso, chicos —dice Ömer—, seguid.
     Le dedico una mirada molesta a Murat, y vuelvo a mirar a Faith. Ella me tiende la mano y yo le coloco su anillo en el dedo y ella me coloca a mí el mío. Luego su padre se levanta con las tijeras en la mano y corta el lazo rojo, haciendo aún más oficial nuestro compromiso.
     —¡Vivan los novios! —chilla Mesut.
     —¡Eso se dice en la boda, idiota! —Cihan le da un tortazo en el brazo.
     —¿¡Os queréis callar ya, pesados?! —les chilla Damla, cabreada. Luego nos mira a ambos y sonríe—. Venga, besaos.
     —¡Beso, beso, beso, beso, beso! —empiezan a decir todos.
     Faith y yo nos miramos con una sonrisa y agarro su cintura para acercarla a mí y unir nuestros labios en un beso que hace que todos estallen en aplausos.
     —Te quiero, mi amor —le digo sobre los labios.
     —Yo también te quiero.
     Nos abrazamos con fuerza y siento sus labios en el lateral de mi cuello. Cierro los ojos, disfrutando de sus labios y sonrío, feliz, porque ya es más que oficial: nos casamos. 

VOLVER A TI (YSETE 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora