CAPÍTULO 46

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Can.

Todo va perfecto. Todo es perfecto hasta que, mientras bailamos en el salón, me doy cuenta de que Faith está llorando, con la cabeza apoyada en mi hombro. Le agarro las mejillas y le pregunto qué le pasa, pero ella sólo me dice que le dé un minuto, porque hay muchos recuerdos aquí.
     La veo salir al porche y quedarse quieta para no mojarse. Se abraza a sí misma y observo cómo sus hombros se agitan por el llanto. Y un pinchazo se instala en mi pecho. No soporto verla llorar, me mata por dentro. Sé que puede que sea normal esa reacción después de tanto tiempo sin venir aquí, pero eso no hace que sus lágrimas duelan menos.
Intento darle su espacio durante unos minutos, pero necesito saber que está bien.
     Camino despacio hasta la cristalera abierta y salgo al exterior. El aire frío de la noche me da de lleno y algunas gotas de lluvia me salpican por su fuerza. Me quedo quieto, de pie, justo detrás de Faith, mientras ella sigue llorando a moco tendido. Puedo escuchar sus sollozos desde aquí. Y sólo quiero abrazarla muy fuerte y decirle que todo irá bien, que estoy a su lado. Pero no lo hago, me quedo donde estoy, porque sé que necesita su espacio en estos momentos.
     Trago saliva.
     -¿Quieres… que te lleve a casa? – le pregunto en un tono triste.
     No quiero que se vaya todavía, pero lo entenderé si quiere hacerlo.
     Faith se gira y me mira con la cara anegada en lágrimas. Se me encoge el pecho. El rímel se le ha corrido un poco, pero sigue siendo la mujer más guapa del mundo.
     Niega con la cabeza. La presión de mi pecho disminuye. Faith se limpia las lágrimas de las mejillas y da un paso hacia mí.
     -Can, ¿puedes…sólo abrazarme? – solloza.
     -Claro que sí – respondo sin pensármelo dos veces.
     Abro los brazos y Faith avanza hasta refugiarse en ellos. Le rodeo el cuerpo con fuerza y apoyo la barbilla en su pelo, sintiendo sus sollozos en mi pecho. Sus pequeñas manos agarran mi camiseta blanca con fuerza y tiembla.
     -Prométeme que nunca más volverás a irte – llora -. No vuelvas a dejarme, por favor.
     El dolor que hay en su voz y en sus palabras hace que mi corazón se rompa. La abrazo con más fuerza y apoyo los labios en su pelo, aspirando su olor a frutos silvestres.
     -Te lo prometo, Faith. Nunca volveré a separarme de ti – le juro.
     Le beso el pelo con mimo y le acaricio los rizos con los dedos, mientras ella se desahoga entre mis brazos. Las lágrimas se forman en mis ojos al verla tan rota, pero me las aguanto. No quiero añadir más tensión al momento. Sólo quiero que ella esté bien.
     Faith y yo nos abrazamos durante unos minutos en los que no deja de llover y en los que el frío nos cala los huesos. Pero no nos importa. Nada importa ahora mismo más que nosotros. Los sollozos disminuyen poco a poco hasta que deja de llorar y su respiración se ralentiza. Y la presión de mi pecho también se calma al ver que se encuentra más tranquila.
     -Oye, ¿entramos, mejor? Estás temblando – le pregunto cuando la veo tiritar del frío.
     -Sí, por favor – contesta con la voz ronca por el llanto.
     Nos separamos y la agarro de la mano para entrar de nuevo en casa. Cierro la puerta y le sobo los brazos arriba y abajo para que entre en calor más rápidamente, hasta que deja que temblar.
     -¿Mejor?
     -Sí, gracias – responde con la voz un poco gangosa -. Lo siento mucho. Es que hace tanto que no vengo por aquí que ha sido como si los recuerdos me dieran bofetadas – se disculpa, pasándose las manos por debajo de las gafas para limpiarse los restos de lágrimas de debajo de los ojos.
     -No te preocupes, Faith. Es normal, a mí también me habría pasado lo mismo – le digo.
     Le dedico una sonrisa tranquilizadora y ella me devuelve el gesto, tocándose el pelo rizado y mirándome con los ojos iluminados. Me encanta que haga eso. Tiene un pelo precioso y ese flequillo a medio lado me vuelve loco cada vez que se lo toca.
     <<Mierda, me estoy excitando de nuevo>>, pienso, con la boca seca y el cuerpo acalorado.
     -¿Te apetece comer el postre? Tiene chocolate y fresas – le pregunto, cuando empiezo a sentir que la sangre de mi cuerpo se quiere centrar en mi entrepierna.
     Se humedece los labios con la lengua y la erección que se está formando en mi entrepierna da una punzada.
     -Sí, algo de chocolate me vendrá bien – responde -. Pero mejor recogemos todo esto antes, ¿no?
     -Sí, buena idea.
     Entre los dos, recogemos lo que hay en la mesa y lo llevamos a la cocina para enjuagarlo todo y meterlo en el lavavajillas. Faith enjuaga los platos y yo los coloco en el lavaplatos, mientras nuestras miradas se encuentran cada pocos segundos y nuestras manos se rozan. Le acaricio la piel con el pulgar húmedo y ella se inclina para darme un beso en la mejilla, que hace que la piel se me erice y la mejilla me hormiguee con fuerza. El roce de sus labios siempre provoca miles de sensaciones en mi cuerpo.
     Una vez terminamos de meter todos los platos en el lavavajillas y lo dejamos funcionando, le pido a Faith que se siente en una de los taburetes de la isla. Me remango las mangas de la chaqueta y avanzo hasta el frigorífico para abrir la puerta y sacar la bonita fuente redonda en la que he preparado el pudin de fresa con chocolate.
     Cojo dos cucharas del primer cajón de la encimera y dejo la fuente y las cucharas en la isla, para luego sentarme al lado de Faith.
     -¿Es un pudin? – me pregunta. Asiento -. Tiene muy buena pinta.
     -Los chicos me han ayudado un poco. Se tarda bastante en hacerlo – le comento.
     -Sí que se tarda, pero es delicioso – dice ella.
     Cojo una de las cucharas y se la doy.
     -¿Haces los honores?
     -Lo justo sería que comieras tú primero. Eres quien lo ha preparado – Faith coge la otra cuchara y me la da.
     Suelto una risa al vernos a ambos ofreciéndonos las cucharas y ella me sigue.
     -¿Los dos a la vez? – propongo.
     -Mejor, sí – coge la cuchara que lo ofrezco.
     Yo hago lo mismo con la suya y cada uno coge un poco de pudín rosa bañado de crema de chocolate. Ambos nos llevamos las cucharas a la boca y saboreamos. ¡Madre mía, que cosa más rica!
     Faith abre los ojos como platos y suelta un jadeo que me vuelve a excitar. Vaya noche llevo. Y encima está preciosa. Lleva el mismo vestido verde con flores estampadas en tonos beige, marrón y negro, que se puso el día que salimos de marcha en Nápoles con Enrico y Mariella, el fin de semana que fuimos para que los conociera. Hace mucho que no hablo con ellos.
     -¿Te gusta? – le pregunto, quitándome la chaqueta.
     El calor me está matando ahora mismo, y no por la calefacción, si no porque llevo más de un año sin sexo y mientras más la miro más ganas tengo de abalanzarme sobre ella.
     <<Ni se te ocurra. No hagas ninguna tontería, Can>>, me repite mi cabeza.
     -Está delicioso. Perfecto – responde, cogiendo un poco más -. Voy a meter este postre en la carta del restaurante, fíjate lo que te digo – sonreímos -. Pero sólo si me ayudas a prepararlo.
     -Dalo por hecho – me relamo los labios y me inclino a darle un beso en la mejilla -. ¿Te he dicho ya que estás preciosa? – murmuro junto a su oído.
     Al menos necesito decirle lo hermosa que está.
     Faith se encoge un poco y gira la cabeza, quedando a centímetros de mí. Su aliento impacta contra el mío y agarro la cuchara con fuerza para mantener el control. La sangre me bombea con fuerza y mi erección sigue aumentando. Trago saliva.
     -Un par de veces durante la cena – responde, entrecortada, mirándome los labios.
     <<Pídeme que te bese, por Dios>>, suplico en mi interior.
     Nos miramos a los ojos durante unos minutos en los que ninguno de los dos pronuncia una palabra. Lo único que se oye es el sonido de la lluvia fuera y nuestras respiraciones. Mis ojos bajan hasta los labios de Faith y me quedo absorto en el pintalabios marrón que los cubre, en cómo un suspiro entrecortado sale de ellos y en cómo traga saliva, visiblemente nerviosa. Y yo siento que el corazón se me va a salir, que la boca se me seca más y más por segundos y que mi pene se sigue endureciendo.
     -Quédate a dormir – medio susurro -. Sólo a dormir – añado. No quiero que piense que quiero acostarme con ella, aunque en realidad me muera de ganas por sentirla. -. No te tocaré, lo prometo. Sólo quiero dormir contigo.
     <<Paso a paso>>, me repito una vez más. Sólo quiero dormir a su lado, observarla dormir, como he hecho cientos de veces. Sólo quiero tenerla a mi lado.
     Faith me mira de nuevo a los ojos, pensativa. Sus ojillos marrones analizan los míos durante unos segundos, segundos en los que los nervios me comen por dentro. Finalmente, cuando creo que va a levantarse e irse, baja la mirada hacia la cuchara que tiene en la mano y asiente levemente.
     -Vale, me quedo a dormir – susurra.
     -¿De verdad? – pregunto, sin poder creérmelo, sonriendo como un bobo.
     -De verdad – me acaricia la barba con la mano libre y sonríe levemente marcando ese precioso hoyuelo en su mejilla derecha -. Pero antes quiero terminar el pudin. Está demasiado rico para dejarlo a medias.
     Vuelvo a sonreír y le doy otro beso en la mejilla, que ella responde con una pequeña risa que me provoca cosquilleos en el alma. Va a dormir conmigo después de un año sin tenerla al lado en la misma cama.
     Después de terminarnos el pudin y bebernos un vaso de té para bajar un poco la cena, agarro la mano de Faith y la guío hasta mi habitación. Nos detenemos en la puerta y siento la tensión que irradia su cuerpo cuando abro la puerta y la invito a entrar. Ella respira hondo y cruza la puerta. Yo enciendo la luz y cierro cuando ambos estamos dentro.
     Faith camina muy despacio por la habitación, analizando cada recoveco, recordando cada cosa que hemos vivido entre estas paredes. A mí me pasó lo mismo el día que volví. Y duele y te hace sentir vivo a partes iguales.
     -¿Quieres que te deje algo de ropa para dormir? – le pregunto, dejando mi chaqueta sobre la silla del vestidor.
     Ella se gira y me mira.
     -No te preocupes, el vestido es cómodo – contesta.
     -¡No puedes dormir con el vestido, Faith! – digo -. Deja que te busque un pijama aunque sea. Al menos duerme cómoda.
     Se lo piensa durante unos segundos.
     -Vale – accede.
     Sonrío. Abro uno de los cajones del armario, donde guardo los pijamas, y saco uno gris que hace mucho que no me pongo y que posiblemente no le quede tan grande como el resto. También le saco unos calcetines y lo dejo todo sobre sus manos.
     -Gracias – susurra -. Voy a… - señala el baño – cambiarme.
     Hago un ademán con la mano y la dejo pasar. Faith entra en el baño y cierra la puerta corredera.
     -¡En el armario hay cepillos de dientes sin usar! – le comento.
     -¡Vale, gracias! – contesta.
     Mientras ella se cambia en el baño, yo aprovecho para quitarme la ropa y colocarme el pantalón negro del pijama y la camiseta blanca de manga corta. Esto me recuerda a la primera noche que dormimos juntos: Faith se cambió en el baño y yo aquí en la habitación y luego se metió en la cama y se tumbó en el filo porque estaba nerviosa. Fue una noche preciosa.
     Deshago la cama y me siento a un lado, esperando a que Faith salga. Segundos después, la puerta corredera se abre y aparece ella con mi pijama. Está adorable. La camiseta deja que se vea parte de su hombro y el pantalón le está largo. Le está un poco grande, pero le valdrá para dormir. En otra ocasión le habría ofrecido sólo una camiseta mía, pero no es el momento todavía.
     Me mira nerviosa, agarrando la camiseta con fuerza, y yo sonrío con ternura.
     -Túmbate y ponte cómoda. Yo voy a lavarme los dientes – le digo.
     Ella asiente y yo me levanto para pasar por su lado y entrar en el baño. Me lavo los dientes y salgo, encontrándomela tumbada en la cama, revisando su móvil. Probablemente le esté diciendo a su madre que no irá a dormir a casa.
     Me tumbo a su lado y nos tapo a ambos con la sábana. Coloco mi brazo bajo mi cabeza y la miro sin poder creerme que esté durmiendo conmigo de nuevo. Faith me observa un poco insegura, nerviosa, pero al mismo tiempo veo ese amor que me hace sentir vivo en su mirada.
     -Lo siento – susurro.
     Faith frunce el ceño.
     -¿Por qué? – pregunta sin entender mi disculpa.
     -Por todo lo que te dije ese día. Nunca te he pedido perdón – aclaro -. Lo siento mucho. Me comporté como un capullo. Me puse celoso o no sé y dije lo primero que me salió. Pero nada era cierto, te lo juro. Siempre he sabido que me querías, que me quieres.
     Me mira a los ojos.
     -Yo también lo siento – susurra -. Por lo que dije ese día y por lo que te dije los primeros días cuando volviste.
     Niego con la cabeza.
     -Me merecía todo lo que me dijiste – la corrijo -. Fui un capullo, un egoísta y un novio horrible.
     -Eso ya da igual, Can. Ya te he perdonado – dice ella, mirándome a los ojos.
     Un mechón rizado le cubre la cara y se lo retiro con suma delicadeza acariciando su preciosa cara. Ella sonríe levemente y se acomoda un poco más en el colchón. Nos miramos a los ojos sin pronunciar palabra y sonrío con ternura al verla bostezar y taparse la boca con la manga de la camiseta.
     -Será mejor que nos durmamos ya – le digo con voz dulce.
     Faith asiente y se quita las gafas para dejarlas encima de la mesita de noche, junto a su móvil. Se vuelve a acomodar en la cama y se acurruca entre las sábanas. Yo alargo el brazo y apago la luz, dejándonos a oscuras, y me acomodo a su lado. Mis ojos se acostumbran a la oscuridad al cabo de unos minutos y la observo, rebosante de amor por ella.
     -Sé que te he prometido que no te tocaría, pero… ¿puedo abrazarte? Sólo abrazarte – le pido en un susurro, agarrando la almohada con fuerza.
     Faith se mantiene callada durante unos segundos y luego responde en un susurro:
     -Vale.
     Me muerdo el labio inferior y me acerco un poco más a ella para rodearla con los brazos. Le paso un brazo por debajo del cuello y el otro por la cintura, abrazándola. Sentir su cuerpo entre mis brazos y la calidez que irradia es algo que me resulta incluso irreal. Creí que nunca volvería a sentirla así, a abrazarla así. El corazón se me llena de felicidad y el pulso se me dispara cuando ella me acaricia la mejilla y la barba con sus dedos.
     -Buenas noches, Can – susurra con voz somnolienta.
     -Buenas noches, cariño – contesto yo, deshaciéndome con sus caricias.
     Levanto un poco la cabeza para besarle la mejilla con suavidad. Ella me responde con un beso en el brazo y se acurruca contra mi cuerpo para quedarse dormida, mientras yo me paso la mitad de la noche observándola y memorizando cada palmo de su rostro.

VOLVER A TI (YSETE 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora