CAPÍTULO 3

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Faith.

La primera vez que vine a la consulta de la doctora Aylin fue dos días después de salir del hospital. Estaba un poco nerviosa por el hecho de tener que ver a otra psicóloga diferente. No sabía cómo sería ni si me sentiría cómoda con ella. Sin embargo, nada más entrar en su consulta y ver su sonrisa comprensiva y su dulzura, me calmé. Los primeros días fueron raros, pero poco a poco fui sintiéndome a gusto con ella.
     Aparco el coche de Damla en un hueco que encuentro justo en la puerta del edificio donde se encuentra la consulta y subo en el ascensor hasta la tercera planta. Vengo aquí cada lunes, miércoles y viernes a las siete de la tarde para mi sesión de terapia.
     La doctora Aylin, una mujer de unos treinta y cinco años, alta, delgada, con el pelo castaño corto, simpática, amable y muy dulce, me abre la puerta de su consulta y me saluda con dos besos en las mejillas, como siempre.
     -Pasa, Faith. Bienvenida – me dice con su tono de voz calmado.
     -Gracias – entro.
     La doctora cierra la puerta cuando paso y yo me quito la chaqueta antes de sentarme en el sillón blanco que se encuentra a un lado de la habitación. Ella se sienta justo en frente, se coloca sus gafas y coge su cuaderno de notas.
     -Bueno, Faith. ¿Cómo te encuentras hoy? – me pregunta.
     Me encojo de hombros.
     -Un poco más nerviosa que de costumbre – confieso.
     -Explícate – frunce el ceño y cruza una pierna sobre la otra.
     -Llevo desde ayer como… pensando en qué habría dicho él sobre ciertas cosas, como el restaurante, la comida, el nuevo tatuaje que tengo… Y no sé por qué lo hago, cuando sé que no va a volver – le cuento.
     La doctora Aylin me mira unos segundos y luego dice:
     -Es normal que a veces pienses eso, Faith. Has pasado y aún estás pasando por una depresión muy fuerte y es normal que tengas pequeñas recaídas cada pocos días, que haya días que pienses más en él, que estés más deprimida… ¿no decir su nombre te sigue ayudando?
     Ese no fue su consejo, fue iniciativa mía. Dejé de pronunciar su nombre al mes de que él se fuera. Con sólo oírlo se me ponen los pelos de punta y me entran ganas de echarme a llorar. Así que le pedí que tan sólo dijera ‘él’.
     -A veces. Otras veces da igual – murmuro -. Es como si decir él ya no me calmará. Porque sé lo que engloba ese pronombre.
     -Can – pronuncia.
     Y a mí se me corta la respiración, me empiezan a temblar las manos y las piernas, se me acelera el pulso y se me seca la boca. Cierro los ojos y me concentro en disminuir las sensaciones agobiantes que siento, en calmarme. Vuelvo a abrir los párpados unos minutos después y Aylin me está mirando con ojos compasivos, como si entendiera de verdad por lo que estoy pasando. Y eso me ayuda mucho.
     -¿Sigues escribiendo los diarios, verdad? – me pregunta.
     Asiento. Me recomendaron empezar a escribirlos en el hospital para plasmar mis pensamientos, mis emociones, mis rutinas. Al principio no le encontré mucho el sentido, pero con los días noté que exteriorizar mis pensamientos y sentimientos más profundos mediante la escritura en un cuaderno me ayudaba a sentirme un poco menos tensa. Y cuando salí del centro, Aylin me dijo que siguiera haciéndolos. Y se los traigo dos veces al mes para que lo lea. Llevo dos o tres escritos, pero no los guardo. Se los doy a Damla para que los guarde en su casa. No quiero tenerlos.
     -¿Te parece si me lo traes la semana que viene y le echo un vistazo?
     -Claro, no hay problema.
     Apunta algo en su libreta y me vuelve a preguntar:
     -¿Cómo dirías que te sientes ahora mismo? Aparte de lo que me has dicho sobre que estás nerviosa – dice.
     Me muerdo el labio inferior, buscando las palabras correctas para explicar qué siento.
     -Creo que me siento mejor, pero sigo sintiendo ese enorme vacío aquí – me toco el pecho -. Es como si nunca desapareciera, siempre está ahí. Y no creo que se vaya nunca – murmuro.
     Y es la realidad. Puedo tener el día mejor, puedo levantarme un poco más animada, pero ese puto vacío sigue ahí, abrasándome, recordándome que el amor de mi vida me abandonó, que se fue porque no me quería tanto como decía, que jugó conmigo para luego irse como si nada.
     -¿No crees que te vendría bien conocer gente, intentar rehacer tu vida?
     Levanto la cabeza y la miro fijamente con ojos apagados antes de negar repetidas veces con la cabeza.
     -No quiero conocer gente. No quiero rehacer mi vida con nadie. No puedo – pronuncio, sintiendo cómo las lágrimas empiezan a aparecer, empapándome los ojos -. Nunca podré estar con nadie más que no sea él, porque él lo era todo para mí – sollozo y la primera lágrima cae y le siguen más -. Y lo peor es que no puedo odiarle. Lo peor es que le quiero, pero al mismo tiempo no quiero tenerle cerca de mí por todo lo que me ha hecho pasar. Y eso hace que me odie más a mí misma.
     Lloro con más fuerza. La doctora Aylin me mira con los ojos llenos de tristeza y compasión y se levanta de su asiento para darme un pañuelo. Yo me quito las gafas y me seco las lágrimas que me empapan la cara.
     Durante el resto de la sesión me pregunta por mis padres, mis amigos y por mis horas de sueño. Me pregunta si como bien, si sigo tomando las pastillas para dormir y si sigo llorando cada noche. Yo le digo que con mis padres todo va bien, al igual que con mis amigos, pero que a veces me agobio cuando intentan controlarme tanto. Ella me dice que si me siento saturada en algún momento por su comportamiento, debo decirles lo que pienso. Y le digo que hoy voy a cenar con mis amigos en casa de Azra, a lo que me dice que es una muy buena idea, que salir un poco y hacer cosas es bueno. Le digo que duermo bien, aunque hay noches en las que me cuesta un poco (como ella bien sabe), pero que gracias a las pastillas consigo dormirme pronto. También le digo que sigo llorando cada noche hasta que me duermo, que es algo automático. En cuanto la oscuridad de la habitación me engulle me ahogo en mí misma y empiezo a llorar. Aylin me dice que es normal, pero que convendría que hiciera algo por las noches antes de dormir para no rumiar mis pensamientos.
     -¿Has vuelto a tener alguna alucinación en estos últimos días? – me pregunta cuando estamos terminando.
     -No – niego con la cabeza y me paso el pañuelo por los ojos una vez más -. Ya no he vuelto a verle, ni a olerle ni a escucharle – contesto.
     -Eso es un avance, Faith. Sé que esto es muy duro, pero tienes que tener paciencia. Recuerda lo que siempre te digo: los pequeños avances son grandes logros – mira el reloj de la pared -. Bueno, por hoy hemos terminado. Sigue escribiendo los diarios, no dejes de mantenerte activa y tómate todo esto con calma. Has avanzado mucho estos tres meses, Faith. Agobiarte no te ayudará, al contrario.
     -Paso a paso – murmuro.
     -Exacto – sonríe -. Te veo el lunes a la misma hora, ¿de acuerdo?
     Asiento y nos damos dos besos en las mejillas. Cojo mi mochila y mi chaqueta, le pago sus honorarios como cada semana y salgo de su consulta.
     Bajo en el ascensor y una vez en la calle, camino hasta el coche de mi amiga y me subo. Ya ha anochecido, así que enciendo las luces y arranco el motor. Enciendo el intermitente y cuando veo que no viene ningún coche, salgo del aparcamiento y conduzco hasta el restaurante. Allí me aseguro de que todo está en orden y le pido a Ozan que se encargue de cerrarlo todo, a lo que él me contesta que lo hará sin problemas y que me vaya tranquila a casa.
     Vuelvo al coche y esta vez conduzco hasta mi barrio y aparco delante de la casa de Azra y Ömer. Les prometí que vendría a cenar con ellos hoy, así que aquí estoy. Apago el motor del coche, cojo mi bolso, bajo y cierro la puerta.  Luego cierro el coche con el seguro de la llave y camino hasta la entrada de la casa de mis amigos, con la sensación de que algo está a punto de suceder.

VOLVER A TI (YSETE 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora