CAPÍTULO 31

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Faith.

     ‘Voy para el puerto. Tengo muchas ganas de verte’.
     Cuando leo el mensaje de Can el corazón se me dispara y siento que se me va a salir del pecho. He vuelto a guardar su número en la agenda del móvil. Si vamos a volver a estar juntos, debería tener su número guardado, ¿no?
     Hoy voy a pasear a Sam con él. Hoy he llegado antes del restaurante y mi madre se ha extrañado bastante, porque normalmente me suelo quedar casi toda la tarde allí. Mi padre y ella aún no saben que estoy quedando con Can para arreglar lo nuestro. Sé que tengo que contárselo, pero necesito un poco de tiempo. No sólo porque sé que no va a hacerles mucha gracia, si no porque quiero estar segura de que las cosas con Can van bien.
     Abro el teclado del móvil con los dedos temblando y le escribo que Sam y yo también vamos a ir ya.
     Suelto el móvil y miro Sam, que se encuentra tumbado a mi lado, mirándome.
     -¿Quieres salir a dar un paseo, Sam? – le pregunto.
     En cuanto oye mis palabras se levanta como una bala y empieza a saltar y a ladrar, emocionado.
     -Pues vamos a ponerte el collar.
     Me levanto de la mesa de la cocina y cojo su collar del cestito que hay junto a la puerta. Se lo pongo, mientras él lloriquea, y cuando me levanto con la correa en la mano me encuentro a mi madre en la escalera, mirándome.
     -Voy a sacar a Sam – digo antes de que me pregunte, levantando la correa.
     -¿Tan temprano? – pregunta, frunciendo el ceño.
     -Sí… Es que ya hace mucho frío a la hora que suelo sacarlo. Ahora se está mejor – respondo.
     Me muerdo el carrillo, implorando que mi madre se lo crea y no haga más preguntas. Ella me observa con los ojos entrecerrados durante unos segundos y luego los abre para responder:
     -Vale, compra castañas.
     Suelto todo el aire que llevo en los pulmones y le dedico una media sonrisa antes de engancharle a Sam la correa en el collar, ponerme el chaquetón oscuro y las botas, y salir de casa. Agarro la correa con fuerza y camino con los nervios instalados en el estómago y las manos sudorosas hasta llegar al puerto.
     Can me dijo que ya venía, así que igual está esperando sentado en algún banco o algo. Le busco con la mirada por los bancos cercanos, pero no le veo por ningún lado, mientras Sam olisquea por cada rincón al que llega. Puede que aún no haya llegado.
     -Detrás de ti – escucho.
     <<Can>>, pienso.
     El sonido de su voz hace que el corazón me dé un vuelco y me lata furioso. La piel se me eriza por completo, y no del frío, y el aliento se me corta. Respiro hondo un par de veces y me giro hacia él. Una preciosa sonrisa le ilumina la cara cuando mis ojos le ven y me quedo embobada en lo guapo que está. Lleva unos vaqueros, un jersey negro y una parca verde militar, además del pelo recogido en uno de sus moños, unas gafas de sol y unas botas oscuras. Y su perfecta barba.
     <<Le queda bien todo lo que se ponga>>, me digo, mirándole sin saber qué decir o hacer.
     Sam, quien sigue olisqueando, levanta la cabeza cuando escucha su voz y en cuanto le ve hace algo que me da ganas de llorar. Corre hasta donde se encuentra Can como una bala y empieza a saltarle alrededor, emocionado. Ladra y suelta lloros mientras se restriega contra él y le olisquea el pantalón. Can se agacha y se coloca de cuclillas para acariciarle la cabeza y darle besos en el hocico, ganándose un enorme lametón que le hace sonreír.
     -Yo también te he echado de menos, Sam – le habla Can, ganándose otro lametón.
     Sonrío por instinto y mis ojos se llenan de lágrimas. Siempre me ha encantado verlos juntos y la conexión que tienen. Can adora a Sam, y Sam se desvive por Can. Siempre ha sido así. Y parece que sigue igual. No parece que hace casi un año que no se ven.
     Me limpio una lágrima por debajo de las gafas y veo que Can se levanta del suelo y se acerca a mí con una sonrisa y los ojos brillantes.
     -Hola – saluda.
     -Hola – respondo -. ¿Llevas mucho tiempo aquí?
     Niega con la cabeza.
     -He visto los puestos y he comprado unas castañas que me ha encargado mi padre. Y esto – se saca un paquete de Oreos del bolsillo del chaquetón – para ti – me lo da.
     Mi corazón se enternece por el gesto. Recuerda que adoro las galletas, sobre todo las Oreos y los Filipinos. Cuando veníamos antes a pasear por aquí siempre me traía un paquete o comprábamos castañas y nos la comíamos sentados en un banco.
     -Gracias – cojo el paquete y le dedico una pequeña sonrisa.
     Él me devuelve otra llena de puro amor y mete las manos en los bolsillos de su chaqueta.
     -¿Te parece si le damos un paseo a Sam y luego nos comemos las galletas en un banco? – le propongo.
     Can asiente.
     -Me parece genial. Vamos.
     Empezamos a caminar por el paseo marítimo y Sam anda un metro por delante de nosotros, pero se gira cada pocos segundos para comprobar que seguimos aquí y que ninguno de los dos se ha ido.
     -Pensé que iba a estar enfadado conmigo – me dice Can unos segundos después, señalando a mi perro.
     -Creo que te ha echado más de menos que otra cosa – respondo, mordiéndome el interior del carrillo.
     Había muchos días en los que se sentaba frente a la puerta esperando a que él entrara. Y eso también me partía el alma.
     <<Pero ahora está aquí, Faith. Eso es lo que importa>>, me digo. Es verdad. Lo que importa es que estamos arreglándolo.
     -Yo a él también – me dice -. Pero a ti más que a nadie.
     Me mira a los ojos con emoción y yo experimento algo que hace meses que no me ocurre: me sonrojo un poco. El calor me sube por el cuello hasta las mejillas y aparto la mirada para disimularlo un poco.
     -Yo… yo también te he echado de menos a ti, Can – reconozco en un tono bajo, casi un susurro.
     Le siento sonreír a mi lado y yo trago saliva y respiro hondo para no desmayarme aquí mismo. Tenerle paseando a menos de medio metro de mí hace que mi cuerpo tiemble y las piernas se me conviertan en gelatina.
     Durante casi media hora, paseamos por el paseo marítimo hasta llegar al puerto, donde decidimos darnos la vuelta. Mientras caminamos, Can me pregunta por cómo me fue ayer en la cita con la doctora Aylin con cierta inseguridad, como si creyera que hablar de ello me produce malestar. No es que sea falso, pero tampoco es que sea cierto al cien por ciento. No me siento incómoda hablando de mis terapias, pero hablar con Can sobre terapias que en su mayor parte tratan de él, me incomoda un poco. Yo sólo respondo que me fue bien y que la psicóloga me ha espaciado las citas y ahora iré dos veces a la semana en lugar de tres, cosa que le hace sonreír.
     -¿Nos sentamos un rato? – me pregunta.
     Asiento.
     Nos sentamos en un banco y Sam se tumba a nuestro lado para observar a la gente que pasea.
     -¿Te apetece un té? – me pregunta Can, levantándose del banco.
     -Vale, gracias – respondo.
     Él se aleja hasta un puesto cercano y le veo comprar dos vasos de cartón llenos de té hasta arriba. Le paga al dependiente y menos de un minuto después está sentado de nuevo a mi lado. Me da uno de los vasos humeantes y el calor del cartón ayuda a que mis manos entren en calor. Le doy un sorbo al té y dejo el vaso a mi lado para sacarme el paquete de Oreos del bolsillo del chaquetón y abrirlo.
     -¿Quieres? – le ofrezco a Can, mordiendo una de las galletas.
     Can alarga la mano y saca una galleta del paquete para darle un mordisco con una sonrisa.
     -¿Sabes? Nunca me gustaron mucho estas galletas hasta que te conocí – me dice, masticando -. Comías tantas que me acabaron encantando – ríe.
     -Tú te pasabas el día a base de chocolate negro – añado.
     A mí siempre me ha encantado el chocolate, pero era más de chocolate con leche o blanco. Y cuando le conocí, terminé adorando más el chocolate negro que el resto.
     Ambos soltamos una pequeña risa y miramos el mar mientras nos terminamos el paquete de galletas y los tés. Sam sigue tumbado a nuestros pies y cuando se acuerda gira la cabeza y nos mira con ojos alegres para después volver a su posición.
     Tiro el vaso en la papelera cuando me lo acabo y sigo mirando el mar. Can se remueve un poco a mi lado y siento su mirada sobre mí unos segundos antes de volver a escucharle hablar:
     -Faith… - le miro -, sé… que igual es un poco pronto, y que si no quieres lo entenderé, pero… ¿puedo cogerte la mano? – me pregunta en un tono nervioso, inseguro.
     Sus ojos me observan un poco temerosos por mi respuesta y se muerde el labio inferior. La inquietud que emana su cuerpo me produce ternura por alguna extraña razón. Miro sus manos, apoyadas en su vaquero, y me fijo en los dos anillos que lleva en los dedos anular y meñique de la mano izquierda y en el que lleva en el dedo corazón de la derecha, junto a la pulsera con el nudo de amor verdadero que le regalé. Y luego miro mi mano.
     <<Es sólo la mano, Faith. No pasa nada>>, me digo.
     Levanto la cabeza y le dedico una media sonrisa muy pequeña.
     -Sí, claro – respondo, con el corazón latiéndome en los oídos.
     Can esboza una preciosa sonrisa y sus ojos brillan como luceros. Se sienta un poco más cerca de mí y me mira una vez más antes de acercar su mano a la mía muy lentamente. Apenas sus dedos rozan mi mano, un calambre me recorre el brazo entero y el corazón me da un vuelco. Mi mano, por sí sola, se acerca a la suya y nuestros dedos se entrelazan, encajando como las dos piezas de un rompecabezas.
     Un inmenso cosquilleo se instala en mi estómago y trago saliva, intentando asimilar que Can me está tocando de nuevo después de meses, que nos estamos agarrando de la mano como solíamos hacer siempre que nos sentábamos por aquí o paseábamos por cualquier lugar.
     -¿Estás bien? – me pregunta Can cuando me ve respirar hondo.
     -Sí – respondo apresuradamente -. Es sólo que… es un poco raro después de… tanto tiempo – le digo.
     -Lo he echado mucho de menos. Tocarte y agarrarte de la mano – acaricia mi piel con su pulgar, mirando nuestras manos unidas con una sonrisa.
     Un nuevo cosquilleo me recorre la piel y una increíble sensación de paz me inunda el cuerpo a pesar de que estoy a punto de sufrir un colapso por tantas emociones juntas.
     -Yo también lo he echado de menos, Can – admito por primera vez en meses.
     Can me da un apretón cariñoso y apoya nuestras manos unidas sobre su muslo para acariciarme el dorso con el pulgar mientras nos miramos a los ojos.

VOLVER A TI (YSETE 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora