CAPÍTULO 27

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Faith.

Los cuatro días restantes pasan volando y cuando me doy cuenta, mis padres, Sam y yo estamos de vuelta en Estambul. Estos días en España me han sentado muy bien. Estar lejos de todo aquello me ha ayudado a serenarme y a sentirme mejor. Pero sobre todo me ha ayudado a decidirme sobre mi futuro, y lo que quiero es intentar arreglar mi relación con Can.
     Mentiría si dijera que ahora mismo no estoy nerviosa por volver a verle, porque lo estoy, y mucho. Quiero verle, pero al mismo tiempo tengo un poco de miedo. Me aterra la idea de intentarlo y que no sea posible, porque eso significaría que tendría que pasarme el resto de mis días sin él. Sin embargo, y tal y como mi familia y mis amigos me dijeron, el hecho de no intentarlo y que el tiempo pase, sólo hará que me arrepienta y que me sienta mal conmigo misma. Eso fue lo que me hizo decidirme y llamar a Can la otra noche.
     <<Es mejor intentarlo y que no salga, a no hacerlo y sentirte culpable siempre. Recuérdalo>>, me repite mi subconsciente por quinta vez en lo que llevamos de vuelo. Es verdad, tienes toda la razón. <<¡Pues deja de darle vueltas, tonta del culo!>>.
     El avión aterriza en Estambul veinte minutos después y lo primero que hago nada más bajarme del avión es ir a buscar a Sam, que se pone a saltar de la emoción en cuanto me ve. Se lo ha pasado muy bien en España con los perros de mi familia y algunos de mis amigos. Pero él prefiere estar aquí.
     Mi padre decidió dejar el coche aquí por el hecho de que no siempre dejan entrar perros en los taxis, así que nos subimos al coche y llegamos al barrio un rato después. Sam se tira en su cama en cuanto entramos en casa y yo deshago la maleta. No me gusta tener que estar luego sacando la ropa poco a poco por pereza. Prefiero sacarlo todo del tirón y así ahorro tiempo. Una vez termino, me doy una ducha y me cambio de ropa. Me apetece ir un rato al restaurante.
     Me acerco a la habitación de mis padres, donde ambos están deshaciendo las maletas y les aviso:
     -Me voy al restaurante.
     -De acuerdo, cielo – responde mi madre, sacando unos pantalones de la maleta -. ¿Comerás allí con los chicos? – me pregunta.
     Me encojo de hombros.
     -Es posible – respondo.
     -¿Quieres llevarte mi coche? – me pregunta mi padre.
     Niego con la cabeza.
     -No hace falta – contesto -. No quiero dejarte sin coche por si te surge algo del trabajo. Cogeré un taxi. Nos vemos luego.
     Les lanzo un beso a ambos y desaparezco escaleras abajo. Me calzo las botas que traía puestas y me planto el chaquetón gris plata que me compré en España hace unos días. Luego cojo mi mochila y salgo de casa. Hace frío, pero ahora mismo estoy en la gloria después de haber vuelto de España. Allí el frío es mucho más difícil de soportar, sobre todo si estás acostumbrado al clima de aquí.
     Saco mi móvil y le mando un mensaje a las chicas por nuestro grupo, preguntándoles si están en el restaurante o en otro lugar. Gamze es la primera en contestar diciendo:
     ‘Sí, estamos aquí, como siempre. TODOS’.
     Por TODOS deduzco que se refiere a que Can también está con ellos.
     ‘Can también está aquí, esperándote. Nos ha contado que vais a intentarlo de nuevo’,  añade Damla, confirmando mis sospechas.
     Abro el teclado y escribo:
     ‘Sí, lo he pensado y he decidido darle una oportunidad. Hablaré luego con él del tema’.
     Cuando envío el mensaje ya estoy llegando a la parada de taxis y, por suerte, hay uno libre, así que me subo y le indico al taxista la dirección. Llegamos al restaurante unos quince minutos después y me bajo después de pagarle al taxista. Cruzo la calle después de comprobar que no viene ningún vehículo y llego a la entrada del restaurante.
     Los nervios se instalan en mi estómago cuando estoy en la puerta. Voy a ver a Can, voy a hablar con él sobre darnos una oportunidad… y eso me pone un poco atacada.
     <<Estás lista, vamos. Entra>>, me dice mi cerebro. Sí, claro que sí. Allá voy.
     Cruzo la puerta y nada más poner un pie en el local, le veo. El corazón se me acelera y me quedo mirándole cuando ni él, ni los demás, me han visto aún.
     Can va vestido con una camiseta blanca, una chaqueta color camel, unos vaqueros negros y unas botas claras. En la manga derecha lleva una bandana amarilla  y en su muñeca consigo ver la pulsera que le regalé. Y tiene el pelo suelto sobre los hombros. Sigue siendo el pelo más envidiable que he visto en mi vida. Está guapísimo.
     Las manos me empiezan a sudar por los nervios, pero ni siquiera me da tiempo a tomar una profunda respiración cuando gira la cabeza y me ve.
     -Faith – sonríe.
     Al escucharle decir mi nombre, los chicos miran en mi dirección y también sonríen. Las chicas son las primeras en levantarse para darme un fuerte abrazo.
     -¡Qué ganas teníamos de verte, Faith! – exclama Azra, apretándome entre sus brazos.
     -Yo también – reconozco, devolviéndole el abrazo -. Pero suéltame ya, que me estás aplastando.
     Mi amiga se retira rápido y me pide disculpas, pero yo le quito importancia.
     -Tienes mejor aspecto – puntualiza Damla.
     -Te ha sentado bien estar estos días en España – añade Gamze.
     -Eso parece, sí – medio sonrío.
     Los siguientes en acercarse son Cihan y Mesut, que casi me dejan también sin respiración y me dicen que me han echado mucho de menos, cosa que yo también les digo. Aunque a veces sean dos moscas cojoneras, estar sin ellos no es lo mismo. Ömer viene después, acercándose con los brazos abiertos y me rodea con ellos.
     -¿Cómo estás? – me pregunta en un murmullo al oído.
     -Mucho mejor – contesto, separándome.
     Mi amigo sonríe y se aparta, dándole paso a Engin, que me sonríe con alegría.
     -Ven aquí – me atrae hacia sus brazos -. Me alegro mucho de verte. No sabes lo feliz que lo has hecho dándole esta oportunidad.
     Sonrío sobre su hombro y le doy un apretón en la espalda como respuesta. Al separarse me sonríe de nuevo y luego se va con Gamze, dejando a Can frente a mí.
     Me mira a los ojos con una dulce expresión en la cara y se acerca a mí a pasos lentos y cortos. Con cada uno de ellos mi corazón bombea más y más sangre y cuando le tengo a tan sólo unos centímetros y su olor me envuelve, la piel se me eriza.
     -Hola – saluda él primero, sonriéndome con los ojos brillantes y mostrando esa perfecta dentadura.
     -Hola – contesto casi entrecortadamente.
     Joder, ¿por qué estoy tan nerviosa?
     <<Porque vas a volver a salir con él después de casi un año separados>>, me responde mi subconsciente.
     -¿Cómo estás? – me pregunta Can.
     El resto nos está mirando sentados desde la mesa, observándonos sin pestañear siquiera. Disimulo donde lo haya. Creo que ahora sé que sienten los actores cuando graban una escena comprometida.
     -Bien, estoy mejor – respondo, haciendo una pequeña mueca con los labios, parecida a una sonrisa -. ¿Y tú?
     -Mejor ahora que estás aquí – me mira con tanta adoración y un brillo tan intenso en sus oscuros ojos, que casi no puedo mantenerle la mirada -. ¿Te apetece si luego hacemos algo? Digo por… ya sabes… arreglar lo nuestro.
     Trago saliva. ¿Ya, tan pronto?
     <<Deja de estar acojonada. Tú quieres esto, quieres arreglarlo con él porque le quieres>>, me repite una vez más mi fuero interno.
     Can, al ver mi expresión medio asustada, me mira preocupado y dice:
     -Si… si no quieres, podemos dejarlo para otro día, o…
     Lo interrumpo:
     -¡No! Me parece bien – contesto de forma apresurada -. ¿Te parece si hacemos algo después de comer? Esto se queda más tranquilo – digo.
     Una sonrisa le ilumina la cara.
     -Sí, claro. Me parece genial.
     Asiento, dando por cerrada nuestra quedada y les dedico una mirada a las chicas, que me levantan los pulgares, indicándome que he hecho bien. Cotillas.
     Paso un buen rato tras la barra y luego me meto en la cocina a preparar los platos de los clientes. Los días que he estado en España no he cocinado tanto como lo hago aquí y la verdad es que lo echaba mucho de menos.
     Almierzo con los chicos en nuestra mesa de siempre. Y me siento frente a Can, igual que la última vez. La única diferencia es que esta vez estoy más tranquila y cómoda. Admitir que sigo enamorada, escuchar de su boca la verdad de todo lo que ocurrió, por qué lo hizo y lo que sintió, y tomar la decisión de intentarlo de nuevo, han hecho que me sienta un poco más cómoda en su presencia. Pero me llevará un tiempo volver a confiar plenamente en él.
     Después de comer, recojo los platos con la ayuda de los chicos y vuelvo un rato más a la cocina. Preparo un par de pollos al horno, tortillas de patatas española, koftes, dolmas, lahmacum y baklava.
     Una vez la cosa se queda tranquila, salgo a la barra y me encuentro a Can sentado al otro lado, bebiéndose un vaso de té.
     Sonríe cuando me ve.
     -Hola, de nuevo – dice.
     Hago una mueca en forma de saludo y me apoyo en la barra.
     -¿Qué te apetece hacer? – me pregunta dándole un sorbo al té.
     Pienso durante unos segundos.
     -Me apetece tomar un gofre con chocolate – digo.
     -Con un batido de mango – termina él.
     -Te acuerdas – murmuro.
     Can sonríe.
     -Pues claro que me acuerdo, Faith. No he olvidado nada, ni un solo detalle en lo que a ti se refiere – me mira a los ojos mientras lo dice -. Lo recuerdo todo.
     Un calor algo sofocante me recorre el cuerpo por su intensa mirada y la piel de la nuca se me eriza. Estoy sintiendo emociones que casi había olvidado en estos meses. Y creo que es agradable sentir esto y no que se me vaya el alma porque quiero echarme a llorar del dolor.
     Carraspeo un poco y me llevo la mano a los rizos, recolocándomelos un poco.
     -¿Quieres que vayamos a la cafetería de la señora Ikbal? – propongo, tirándome un poco del cuello del jersey. Qué calor.
     -Sí, hace mucho que no voy – sonríe y se termina el té del vaso en un sorbo -. ¿Vamos?
     Asiento.
     -Dame un minuto – le pido.
     Él asiente con una sonrisa.
     Me alejo de la barra y voy a la parte trasera para coger mi chaquetón y mi mochila. Me coloco ambas cosas y cierro los ojos, respirando profundamente un par de veces para calmar mis nervios. Puedo hacerlo. Quiero hacerlo. Estoy lista.
     Abro los ojos y entonces vuelvo a la barra. Le pido a Ozan que se encargue y él me dice que no me preocupe por nada y que estará al tanto de todo. Yo dejo la barra y camino hasta Can, quien ya se ha levantado del taburete y me está esperando junto a la puerta.
     -¿Ya podemos irnos? – me pregunta, tocándose el pelo. Está muy guapo cuando hace ese gesto. Siempre lo ha estado.
     -Sí – respondo, metiendo las manos en los bolsillos de mi chaquetón plateado.
     Una sonrisa se forma en su boca y hace un ademán con la mano para que pase primero. Ambos nos despedimos cortamente de los chicos y al salir del restaurante, veo a Damla, Azra y Gamze hacerme gestos de ánimo que me hacen sentir un poco más segura.
     Can y yo caminamos hasta su coche en silencio y, una vez desbloquea el seguro con el mando a distancia, me abre la puerta del copiloto y me pide que suba con una sonrisa llena de ilusión. Yo sonrío, tímida, me siento y dejo mi mochila a mis pies. Le veo rodear el coche y después de subirse en el asiento del conductor, colocarse el cinturón y arrancar, pone rumbo a la cafetería de la señora Ikbal.

VOLVER A TI (YSETE 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora