Faith.
La primavera golpea con fuerza Estambul y los preciosos árboles y los jardines empiezan a florecer maravillosamente. Las temperaturas empiezan a subir y el sol incluso brilla más. Lo malo es que hay algunos días que llueve a mares.
La primera semana de primavera coincide con el aniversario de la muerte de los padres de Azra y Ömer, a quienes conocí por muy poco tiempo, pues murieron en un accidente de coche. Cuando llega este día todo es tristeza, pero al mismo tiempo también es nostalgia y sonrisas llorosas al recordar momentos bonitos y especiales. Así que pasamos el día en la casa de Azra y Ömer, viendo videos caseros, fotos y rememorando anécdotas que los chicos cuentan. Luego nos pasamos por el cementerio para llevar unas flores nuevas y mi amiga y Ömer rompen a llorar frente a las lápidas de sus padres, rompiéndonos el corazón. No dudamos ni un segundo en consolarles y animarles con lo que podamos para que se sientan mejor. Al final del día todos decidimos pasar la noche con ellos en su casa, durmiendo en colchones en el salón.
El álbum de fotos de la boda por fin les llega a Gamze y a Engin (con un poco de retraso) y cuando vemos las fotos todos nos quedamos boquiabiertos. Fueron hechas a toda prisa y han quedado perfectas, como todas las fotos que hace Can.
Can abre la puerta de su casa y entra, echándose a un lado para dejarme pasar y cerrar la puerta. Hoy es sábado. Anoche dormí con él, como cada fin de semana, y hoy se ha pasado el día conmigo en el restaurante, haciéndome fotos mientras cocinaba. Dice que quiere hacerme un bonito reportaje en el restaurante, haciendo lo que más me gusta. Y así se ha pasado el día. Un poco más y coge tendinitis en el dedo por tanto pulsar el botón de la cámara.
-¡Joder, la que está cayendo! – Can se quita la parca medio empapada y la deja en el perchero.
-Marzo marzuelo, un día malo y otro bueno – cito un refrán popular español. Cuánta razón tiene el refranero español.
Me quito el chubasquero lila que llevo puesto y Can lo cuelga junto a su chaquetón. Yo dejo mi bolso en el mueble.
-Bueno, pues hoy estamos solos – me rodea con el brazo y caminamos por el pasillo hasta el salón.
-¿Tu padre no está? – le pregunto.
Niega con la cabeza.
-Me mandó un mensaje un rato antes de que saliéramos diciendo que iba a ir a cenar. Creo que está conociendo a alguien – me comenta -. Lleva un par de semanas como más sonriente y se arregla más.
-Pero ¿eso es bueno, no? Tu padre se merece ser feliz con alguien – contesto.
Sé que el señor Azad no sale seriamente con nadie desde que se separó de Helen, la madre de Can y Engin. Creo que se merece ser feliz con alguien durante el resto de su vida, disfrutar y aprovechar el tiempo.
-Claro que sí, mi amor. Pero, si está saliendo con alguien… ¿por qué no nos dice nada a Engin y a mí?
Me encojo de hombros.
-Igual quiere estar seguro de ir enserio antes de presentaros a nadie – digo -. Oye, ¿te parece si nos damos una ducha? Huelo a mil cosas que ya no se saben ni lo que son – cambio de tema.
-Pero todas son deliciosas, como tú – Can esconde la cabeza en mi cuello y suelto una risa, encogiéndome, por las cosquillas que me hace el roce de su barba.
-Venga, vamos a la ducha – le doy un beso en los labios y tiro de él.
Cruzamos el salón y caminamos por el pasillo hasta llegar a su habitación. Caminamos hasta el baño y nada más llegar me empiezo a desvestir, bajo la atenta mirada de Can, quien se apoya en la pared, observándome con una sonrisa. Ya no me da tanta vergüenza que me vea desnuda. Y sé que eso le encanta.
-¿Vas a ducharte conmigo o no? – le pregunto, desabrochándome el broche del sujetador malva.
-¿Tú qué crees? – sonríe pícaro.
Se separa de la pared y se acerca a mí, quitándose la camisa azul. Yo me termino de desvestir y me quito las gafas, el collar y los complementos para dejarlos encima del lavabo y me meto en la ducha para encender el grifo en lo que Can termina de quitarse la ropa. Cinco segundos después, entra en la ducha y cierra la mampara de cristal.
-¿Me lavas el pelo? – le pido, girando la cabeza para mirarle.
-Eso ni se pregunta, cariño – sonríe y se inclina para besarme el pelo mojado.
Can coge la alcachofa y me empapa bien el pelo para luego coger el bote de champú y echarse un poco en la mano, para luego verterlo sobre mi pelo y masajearme los rizos, creando una abundante espuma. Cierro los ojos, disfrutando de sus manos y poco después me pide que eche la cabeza hacia atrás para aclararme el pelo.
-Uf, un poco más y me duermo – río -. Estoy agotada – suelto un lamento.
-Normal. No has parado en todo el día, Faith – me acaricia el pelo.
-¿Ahora puedo lavarte el pelo yo a ti? – pregunto con mi sonrisita de niña inocente y buena.
-Por favor.
Can me da un beso húmedo en los labios y se gira para que le lave el pelo. Hago lo mismo que él, pero diciéndole que se agache un poco para llegar a todos los rincones de su melena morena con mechas y me recreo durante un rato. Me encanta lavarle el pelo a Can. Tiene un pelo increíble.
Nos enjabonamos cuando le aclaro el pelo y cuando yo ya he terminado, le aviso de que voy a salirme. El calor del agua, sus caricias y el cansancio que tengo casi me dejan grogui en la ducha. Ahora mismo sólo quiero tirarme en la cama a descansar un poco.
Me seco el cuerpo con la toalla blanca y cojo otra con la que secarme el pelo. Luego salgo del baño y camino hasta el armario de Can para sacar algo de la ropa que tengo aquí. Cojo un pantalón de deporte gris oscuro, una sudadera blanca, ropa interior, calcetines y mis Reebok. Me cambio en el dormitorio cuando estoy seca y vuelvo al baño para dejar las toallas y cepillarme el pelo.
-¡Eh, quería secarte el pelo yo! – se queja Can en un tono aniñado cuando me ve encender el secador después de echarme la espuma.
-La próxima vez, prometido – le aseguro.
Me seco el pelo en lo que él termina de ducharse y cuando acabo voy a cogerle algo de ropa del armario para llevársela al baño.
-Oye, ¿puedo limpiar tu cámara? – le pongo ojitos. Ya me ha enseñado cómo se hace y me hace ilusión hacerlo sola.
-Claro – sonrío, colocándose una toalla en la cintura.
Las gotas de agua resbalan por su fuerte y moreno pecho y se pierden en la tela blanca de la toalla. El pelo húmedo le enmarca la cara y está tan guapo que me quedo embobada en su rostro hasta que seis segundos después consigo reaccionar.
-Eh, voy a ir limpiándola en lo que tú acabas – medio tartamudeo.
Can asiente y yo salgo del baño después de darle un beso en la mejilla húmeda. Corro al salón a coger la bolsa de la cámara y vuelvo al dormitorio, donde me siento en la cama. Abro la cremallera y saco la preciosa cámara de Can para empezar a limpiarla como él me dijo. Le quito el polvo a los pequeños huecos con un cepillo alargado y fino, rocío un líquido especial para manchas y grasa por toda la cámara y lo esparzo con un paño especial y… ¿dónde está el espray del objetivo? No está en la bolsa. Rebusco una vez más por si se me ha pasado, pero no, aquí no está.
-¡Can, ¿dónde está el espray para el objetivo de la cámara?! – le pregunto elevando la voz para que me oiga desde el baño.
-¡Estará en algún cajón del escritorio! – contesta.
Un segundo después, oigo de nuevo el secador. Él tarda la mitad del tiempo que yo en secarse el pelo. Siempre se lo deja un poco húmedo para que termine de secarse al aire libre.
Así que me levanto de la cama y me acerco al escritorio oscuro. Abro los cajones del lado derecho, pero no hay nada, sólo algunos papeles y fotos, pero nada más, ni rastro del espray. ¿Dónde coño está ese espray? Cierro el último cajón y paso a los cajones del lado izquierdo.
<<A ver si puede ser>>, me digo.
Abro el primer cajón y empiezo a rebuscar entre las carpetas. Y entonces veo algo que me hace detenerme en seco y fruncir el ceño. Dentro del cajón hay dos cuadernos oscuros con unas pegatinas en la esquina inferior con números. Son mis… cuadernos, los cuadernos que empecé a escribir en el psiquiátrico.
El corazón me da un vuelco al verlos y, al tocarlos para sacarlos del cajón, un calambre me recorre la mano hasta llegar a mi hombro. Miro los cuadernos sin saber cómo reaccionar, mientras miles de sensaciones y preguntas me recorren el cuerpo. ¿Cómo coño han acabado estos cuadernos aquí? ¿Can los ha leído a mis espaldas?
Una inminente decepción se abre paso en mi cuerpo y no soy capaz de hacer otra cosa que no sea observar los cuadernos casi sin pestañear, mientras recuerdos muy duros vuelven a mi cabeza, recuerdos de esos días en los que escribía estos cuadernos para expulsar mi dolor.
Ni siquiera soy consciente de que Can está detrás de mí hasta que habla:
-Cariño, ¿qué haces? – escucho.
Me giro, muy lentamente, con los cuadernos en las manos y cuando ve mi expresión llena de sorpresa, decepción y cierto dolor, su cara cambia y se pone pálido. Me mira alarmado y traga saliva sonoramente antes de empezar a hablar.
-Puedo explicártelo, Faith…
-¿Cómo tienes tú esto, Can? – atino a decir en un tono bajo, grave, entrecortado, mirándole fijamente.
Boquea un poco y se remueve el pelo suelto, mordiéndose los labios sin emitir ningún sonido.
-Yo… - intenta acercarse.
-¡No! – grito, sintiendo que dentro de poco voy a empezar a llorar -. ¡Dime de una puta vez cómo has conseguido esto! – le enseño los cuadernos -. ¿¡Desde cuándo los tienes?!
Can se restriega la frente y traga saliva de nuevo.
-Desde… desde que volví de Tailandia. Desde el primer día – contesta con la mirada gacha.
<<Tiene los cuadernos desde hace meses y no me ha contado nada>>, me digo, sintiendo que mi corazón se rompe. ¿Qué hay de esas promesas sobre contárnoslo todos y no ocultar nada nunca más?
Me muero el labio inferior con fuerza y una lágrima me cae por la mejilla. Tiene unos cuadernos privados que escribí en su mayor parte sobre él cuando estaba destrozada por su marcha. Y no me lo ha contado. Se lo ha callado.
-¿Cómo los conseguiste? – vuelvo a preguntarle, ya llorando.
Espera unos segundos.
-Las… las chicas me los dieron. Cuando fueron a buscarte cuando saliste corriendo al verme, al llegar los traían – me cuenta -. Me… me dijeron que tenía que leerlos para saber lo que habías sentido mientras yo no estaba – me cuenta.
Y me rompo un poco más. Mis amigas, mis mejores amigas le dieron unos cuadernos que yo le pedí a Damla que guardara para no tenerlos, y le dijeron que los leyera. ¿Con qué derecho hacen eso sin pedirme permiso a mí? La decepción que ahora mismo siento es abrumadora.
-¿Los… los has leído enteros? – necesito oírle decirlo, aunque sé la respuesta.
-Faith, yo…
-¡Que me contestes, Can! – le exijo con la cara empapada de lágrimas -. ¿¡Has leído los putos cuadernos, sí o no?
Me dedica una mirada de profundo arrepentimiento y de miedo.
Asiente levemente.
-Sí… los he leído – medio susurra.
Respiro profundamente. Los ha leído. Ha leído cada palabra, ha visto cada tachón, cada marca de lágrimas, todo. Y no ha tenido la decencia de contármelo. Ni siquiera cuando volvimos a salir.
-Así que tienes unos cuadernos míos privados, los lees y no me dices nada – hablo, decepcionada, dedicándole una mirada de absoluta pena -. ¿¡Pensabas contármelo siquiera, Can?! – chillo -. ¿¡O esperabas que no me enterase?! – lanzo los brazos al aire.
Can da un pequeño respingo por mi estruendoso grito y me mira suplicante, e intenta acercarse de nuevo a mí.
-No te acerques, Can – le gruño.
Una lágrima más me cae por la mejilla y me la limpio por debajo de las gafas. Esto duele. Que la persona a la que más quieres en el mundo te oculte que tiene algo privado tuyo es muy fuerte. Y enterarte porque lo encuentras en su cuarto por casualidad es aún peor.
-Lo siento, Faith – se disculpa -. Lo siento mucho, yo… ¡joder, quería saber qué había pasado y… me dieron los cuadernos y los leí! ¡Necesitaba saber si había alguna posibilidad de arreglarlo! – me dice -. Perdóname, por favor – me suplica en un tono casi desesperado.
Me tiro del las raíces del pelo hasta que me duele.
-Me prometiste que nunca nos volveríamos a mentir ni a ocultar nada, sabiendo que tenías los cuadernos y que no me lo habías contado – digo -. ¿Con qué derecho lees algo tan íntimo, Can? – elevo la voz -. ¡Sobre todo, teniendo en cuenta que habla sobre ti! – termino gritando.
Me llevo las manos a la cabeza y dejo que más lágrimas salgan. Me duele el pecho, el corazón me late a mil por hora, me cuesta respirar y por más que intento entender algo de esto no lo consigo.
<<Recuerda lo que siempre te ha dicho la doctora Aylin: respira hondo, intenta calmarte, aléjate y tómate tu espacio>>, me recuerda mi cabeza.
-Necesito salir de aquí – hablo unos segundos después.
Agarro con fuerza los cuadernos y me dispongo a caminar hasta la salida del dormitorio, pero Can se coloca delante de mí, desesperado y con los ojos llorosos, y me impide el paso, rodeándome el cuerpo con sus brazos.
-Por favor, espera, Faith – me ruega -. No te vayas. Vamos a hablarlo, por favor. Lo siento, lo siento muchísimo. Sé que no estuvo bien leerlos y no contártelo, pero yo… - se muerde el labio con fuerza.
-Ahora no, Can – lo interrumpo, cerrando los ojos y apretando los párpados con fuerza -. Ahora mismo quiero estar sola. Necesito estar sola.
Él me mira suplicante, pidiéndome con sus ojos oscuros que no me vaya, que me quede con él y arreglemos esto. Pero ahora mismo no puedo. Me siento tan dolida y traicionada por él y mis amigos que casi no puedo ni mirarle a la cara. Le dedico una última mirada llena de decepción, me zafo de su agarre y esquivo su fuerte cuerpo para salir de la habitación.
Corro hasta la puerta, donde cojo mi bolso del mueble y mi chubasquero del perchero y salgo a la noche lluviosa con las lágrimas cayéndome por los ojos. Me coloco el chubasquero y salgo de allí como alma que lleva el diablo hasta que encuentro un taxi que me lleva a casa.-----
Lo prometido es deuda. Aquí os dejo el siguiente capítulo. Espero que os guste.
BESITOOOSSSSS 🫶🏼🫶🏼🫶🏼
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VOLVER A TI (YSETE 2)
RomanceDespués de que el amor de su vida se fuera sin más, Faith queda sumida en un oscuro pozo al que no encuentra ninguna salida. Cuando sale del centro psiquiátrico en el que deben ingresarla por una fuerte depresión, se propone a sí misma recuperarse y...