CAPÍTULO 20

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Can.

Me giro muy lentamente cuando su voz llega a mis oídos y cuando la veo casi no me lo creo. Está aquí, junto a mí, mirándome con expresión perpleja, desencajada, como si no pudiera creer lo que está viendo. Va vestida con unas mallas oscuras, unas Reebok blancas y un chaquetón gris oscuro le cubre el cuerpo. Su pelo rizado está suelto y la brisa los mece con armonía.
     Mis ganas de llorar aumentan aún más al verla y una lágrima más resbala por mi mejilla antes de girar la cabeza para dejar de mirarla y centrarme en el mar. No quiero que me vea así. 
     Un minuto después, Faith se sienta a mi lado en las rocas. Mantiene las manos dentro de los bolsillos de su chaquetón. Siento sus ojos sobre mí, observándome. Yo no la miro, simplemente observo el movimiento del mar. Ninguno de los dos habla, pero unos minutos después, es Faith quien pronuncia las primeras palabras:
     -¿Por qué lloras? – me pregunta en un susurro.
     Suelto un sollozo y respondo:
     -Porque no puedo más – no puedo evitar seguir llorando, duele demasiado -. Cuando volví venía mentalizado en que estarías enfadada, que no querrías verme, que iba a ser difícil… pero jamás me imaginé que tanto – sollozo una vez más -. Sentir tu rechazo, ver cómo me miras… duele como el puto infierno – mi llanto aumenta.
     Pero sigo sin mirarla. Si lo hago, me derrumbaré aún más.
     -¿Y qué esperabas, Can? ¿Que me lanzara a tus brazos como si no pasara nada? – su voz se quiebra al final -. Te largaste así como así. Ni siquiera intentaste que lo arregláramos ni me diste a mí la oportunidad de hacerlo. Simplemente te marchaste. Nunca llamaste, ni volví a saber nada de ti. Creía que no me querías, que no volvería a verte nunca más. Me volví loca porque te quería más que a cualquier otra cosa de este mundo – me dice en un tono completamente frágil y abatido, que me provoca otra enorme grieta en el corazón.
     El mentón me tiembla con fuerza y vuelvo a sollozar una vez más, dejando que más lágrimas vuelvan a aparecer en mis ojos y caigan. No puedo parar de llorar, y sé que ella está muy afectada porque jamás me ha visto así. Creo que no lloro de esta forma desde el día de su cumpleaños, cuando estaba a miles de kilómetros de ella. Y antes de eso no lo había hecho desde la separación de mis padres.
     -Y voy a arrepentirme durante el resto de mi vida, Faith – murmuro en un tono ronco por el llanto. Tengo la garganta seca.
     La oigo suspirar entrecortadamente a mi lado.
     -¿Por qué? – me pregunta después de unos segundos de silencio -. ¿Por qué te fuiste, Can?
     Miro el mar en silencio durante unos segundos, y luego le digo:
     -Porque te había hecho daño con lo que te dije – mi voz tiembla al recordarlo todo -. Porque me sentía un novio de mierda por cómo me comporté, por cómo te hice sentir ese día y las semanas anteriores – me limpio las lágrimas con el dorso de la mano-. Fui un maldito egoísta. Irme me pareció lo mejor para ti. Me autoconvencí de que te merecías a alguien mejor que yo, alguien que no hubiera sido tan egoísta, que no te hiciera daño con sus palabras como hice yo – sollozo -. Y acepté el trabajo en cuanto me llamaron. Y me he pasado nueve meses autoconvenciéndome cada día de que estar lejos de ti era lo mejor, que tenía que dejarte ir por mucho que me doliera – hago una pausa y continúo con mis palabras -. No he dejado de pensar en ti ni un solo segundo, de echarte de menos, de quererte. Olía cada noche la camisa de cuadros que te quité, veía tus fotos y me decía una y otra vez que era lo correcto, que era lo mejor para ti – bajo la mirada hasta mi mano y veo brillar la pulsera que me regaló hace un año y la toco -. Nunca me la quito, ni tampoco el collar – acaricio la inscripción de la pulsera con la punta de los dedos -. Me hacían sentir cerca de ti, como si aún te tuviera a mi lado – sonrío con tristeza, recordando el día que me la dio, el brillo en sus ojos, su sonrisa, sus besos.
     Faith me mira fijamente mientras escucha cada una de mis palabras sin decir nada. Diez segundos después se aclara la garganta y vuelve a hablar. 
     -Si tan convencido estabas de que era lo mejor para mí… ¿por qué estás aquí? ¿Qué te hizo cambiar de opinión?– me pregunta.
     Me muerdo el labio inferior con fuerza y respiro hondo antes de contestarle.
     -Estaba… sentado en la selva, junto a un río, y… un compañero se sentó conmigo y me dijo que se había dado cuenta de lo mal que estaba, de lo mucho que te echaba de menos, que se había dado cuenta de que miraba tus fotos cada noche, que olía tu camisa… incluso me dijo que pronunciaba tu nombre en sueños – le hablo en un tono bajo, pero intento demostrarle con él lo duro que fue -. Pero yo le dije que era lo mejor, que tenía que estar lejos de ti. Y entonces me preguntó si iba a ser capaz de volver un día y verte feliz con otro, ver que otro te decía que te quería, te cogía de la mano o te abrazaba por las noches… y sólo con imaginármelo sentí que me moría. Y me dije que tenía que volver y luchar por ti, costara lo que costara. Sé que suena egoísta, pero fue lo único que me hizo reaccionar y dejar de resistirme, porque sentí que te podía perder de verdad.
     Me quedo callado unos minutos y el llanto aprovecha para aparecer de nuevo. Más lágrimas caen de mis ojos y me resbalan por las mejillas, perdiéndose en mi barba, y luego me muerdo con labios, intentando no derrumbarme aún más.
     -Pero jamás me imaginé nada de lo que te ha pasado. Cuando hablaba con mi hermano y le preguntaba por ti, siempre me decía que ibas tirando, nunca mencionó nada del psiquiátrico ni de lo mal que estabas – lloro y lloro, porque no puedo sentirme peor por todo lo que ha pasado por mi culpa -. Estoy aquí porque no puedo vivir sin ti, Faith. Porque te quiero con toda mi alma.
     La siento a mi lado temblando, pero no dice nada. Supongo que está procesando todo lo que le he dicho. Puede que haya sido demasiada información de golpe, pero necesitaba contárselo todo.
     Por fin uno el valor necesario y giro la cabeza para mirarla y veo que sus ojos están llorosos y que se está aguantando las ganas de echarse a llorar. La conozco demasiado bien. Y el dolor en su mirada por verme tan mal casi me parte en dos.
     -Dame una oportunidad, por favor- le suplico, clavando mi mirada en sus preciosos ojos marrones -. Déjame arreglarlo. Iremos paso a paso. Tú marcas el ritmo. Tú decides cómo lo hacemos. Yo sólo quiero arreglarlo y estar contigo, nada más – le sigo rogando.
     Miro fijamente a Faith, esperando a que me diga algo, mientras mis ojos la miran con todo el amor, la desesperación y el dolor que siento.
     -Can, yo… - empieza a decir ella con la voz entrecortada.
     -Sé que no confías en mí. Lo sé – la interrumpo -. Deja que me gane tu confianza de nuevo, deja que te demuestre que te quiero de verdad y que nunca dejaré de hacerlo, y que jamás volveré a dejarte. Si tenemos un problema, lo resolveremos como sea, pero nunca más nos separaremos – le pido y a la vez le prometo con los ojos anegados en lágrimas -. Azra me ha dicho que mañana te vas a España durante una semana para estar con tu familia – Faith asiente, escuchándome -. Pues piénsalo allí. Yo no te llamaré, ni te insistiré, ni nada. Y cuando vuelvas me das una respuesta.
     La miro, expectante a que me diga algo, y en mi interior suplico y suplico que me diga que sí, que va a pensarlo. Faith me mira sin decir nada y yo hago lo mismo. Nos miramos fijamente el uno al otro sin pestañear. Y me atrevo a decir que es la primera vez que ocurre desde que volví. Creo que es la primera vez que simplemente nos miramos sin que ella aparte la mirada o me grite enfurecida. El corazón me empieza a latir cada vez más fuerte mientras los segundos pasan y, cuando estoy casi convencido de que me va a mandar a paseo, Faith dice:
     -Me lo pensaré.
     La esperanza, la alegría y la felicidad se abren paso en mi interior y una sonrisa se forma en mis labios.
     -¿De verdad? – casi no puedo creer lo que acaba de decir.
     Faith asiente, aún mirándome a los ojos.
     -Gracias – le digo en un tono suave y lleno de esperanza y amor.
     Ella hace una mueca parecida a una sonrisa y suspira antes de levantarse de las rocas y sacudirse la ropa.
     -Debería volver a casa ya. Es tarde – me dice, recolocándose las gafas y metiendo las manos en los bolsillos del chaquetón para calentarse las manos.
     Yo asiento y vuelvo a sonreírle.
     -Pásalo bien con tu familia – le deseo de todo corazón -. Te esperaré – la miro a los ojos mientras pronuncio esas palabras. La voy a echar mucho de menos.
     -Vale – murmura -. Nos vemos.
     Sonrío una última vez y ella se gira, dándome la espalda, y se aleja caminando para volver a su casa.
     Me quedo un par de minutos más sentado, hasta que me tranquilizo del todo y me mentalizo en que todavía queda una posibilidad de arreglarlo todo, y luego me vuelvo a casa con un humor totalmente distinto.
     Una vez llego, me desabrocho la chaqueta y camino hasta el salón, donde me encuentro a mi hermano y a mi padre en compañía de los chicos. Supongo que habrán querido esperarme. Todos dirigen sus miradas hacia mí cuando me ven aparecer y me observan expectantes, esperando a que les diga algo, mientras yo dejo la chaqueta sobre el respaldo de una de las sillas.
     -¿Estás mejor, hijo? – mi padre es el primero en hablar. Su tono de voz denota preocupación y sus ojos me escrutan, buscando algún atisbo de malestar.
     Asiento.
     -La he visto – digo.
     Todos abren los ojos como platos y mi hermano se levanta del sofá para cogerme del brazo y sentarme a su lado lo más rápido que puede.
     -Cuenta, cuenta – me insta.
     -Pareces una maruja, Engin – le suelto.
     -Calla y cuenta – insiste Murat en un tono insistente.
     Suspiro y me aclaro la garganta.
     -Estaba sentado en las rocas del puerto y se acercó cuando me vio llorando. Hemos estado hablando y se lo he contado todo. Nos hemos abierto en canal los dos. Y le he pedido que me dé una oportunidad para arreglarlo todo. Le he dicho que sé que no confía en mí después de todo esto y que se lo pensara con calma durante los días que va a estar en España, que yo voy a estar esperándola – les cuento, jugueteando con mis anillos.
     Todos me miran impacientes cuando dejo de hablar.
     -¿Y qué te ha dicho? – pregunta esta vez Azra, con los ojos desencajados y un tono desesperado, a punto de perder los nervios.
     Sonrío levemente al recordar su respuesta.
     -Que se lo pensará – respondo.
     Todos abren los ojos como platos y unas sonrisas enormes se forman en sus bocas. Se levantan del sofá y empiezan a dar saltos de un lado a otro, celebrando este increíble avance. Me río.
     -Chicos, parad – les pido -. Aún no ha dicho que sí – les recuerdo.
     -Pero lo hará – dice Ahmet.
     -Y hasta entonces, no quiero hacerme ilusiones – les digo -. Así que calmaos, por favor – pido, indicándoles con un gesto que vuelvan a sentarse.
     -Aguafiestas – se queja Murat en un tono bromista.
     -Lo que tú digas – murmuro. Me levanto del sofá -. Bueno, yo me voy a la cama. Ha sido un día muy largo. Buenas noches.
     -Buenas noches, hijo – responde mi padre, sonriendo.
     Todos se despiden de mí con una sonrisa de lo más sincera y yo hago un gesto de despedida con la mano antes de encaminarme por el pasillo a mi habitación. Cierro la puerta cuando entro y me cambio de ropa. Me coloco un pantalón de pijama negro y una camiseta sin mangas gris y me meto en la cama con los cuadernos de Faith y el collar de cuarzo rosa que le regalé. Espero que algún día vuelva a ponérselo. Recuerdo que cada vez que se metía en la ducha se lo quitaba y luego me pedía que se lo pusiera. Ella se recogía el pelo y yo le daba un beso en el cuello cuando conseguía abrochar el cierre. Y ella siempre soltaba una risita y se encogía un poco.
     Me tumbo en la cama y cojo su cuaderno entre mis dedos. Abro la página por la que me quedé ayer por la noche y empiezo a leer.
     “5 de julio.
     Hoy me he deshecho de sus cosas. La doctora Aylin me ha recomendado deshacerme de todo lo que me haga daño. Dice que es un paso para mi recuperación, hasta que sea capaz de verlo todo y no querer echarme a llorar.
     He recogido todas las fotos que tenía de y con él, sus regalos, el peluche de Olaf que tanto me encantaba, su ropa… todo. He quemado cosas, pero he sido incapaz de tirar otras y he acabado guardándolas en mi habitación de instrumentos. He cerrado la puerta con llave. No me apetece tocar. Me sigue sin apetecer gran cosa.
     También he borrado todas las fotos que tenía en Instagram, he dejado de seguir su perfil y le he devuelto el colgante que me regaló a su hermano Engin. Le he dicho que si lo ve alguna vez que se lo dé para que pueda regalárselo a la que sea la mujer de su vida.
     Y ha sido insoportable. Todo ha dolido como estar en el infierno. Me he deshecho de los mejores meses de mi vida al tirarlo todo. Las fotos me hacían recordar momentos felices, sus regalos me llevaban a los momentos en los que me los daba y su ropa me hacía sentir con él cuando no dormíamos juntos porque tenía su olor. Y el colgante, el colgante era una parte de mí, me hacía recordar que me quería cada vez que lo miraba. Pero supongo que todo eso ya no tiene ningún sentido. Ya nada volverá a ser igual.”.
     Leo un par de páginas más y cuando los ojos me pesan doblo la esquina de la página y cierro el cuaderno. Lo dejo en la mesita de noche y apago la luz. La oscuridad engulle la habitación y miro el techo, rememorando una y otra vez los segundos en los que me ha dicho que va a pensarse si darme una oportunidad. Ha sido el momento más feliz de mi vida desde hace mucho.
     <<Espero que me diga que sí>>, pienso.
     Vuelvo a encender la luz y me levanto de la cama para acercarme al armario y abrir uno de los cajones. Cojo su camisa de cuadros y me la llevo a la nariz para aspirar la pizca de aroma que queda en ella. Cierro el armario y me vuelvo a la cama con la camisa de Faith. Me tumbo en el colchón y alargo el brazo para coger mi móvil de la mesita de noche. Desbloqueo la pantalla y miro el fondo. La foto que puse de fondo el día que fuimos al mercado de las especias sigue ahí. No la he cambiado. Tengo cientos, por no decir miles, de fotos de ella, pero esa desprende tanta paz y felicidad que no he querido cambiarla.
     Abro la galería y entro en la carpeta que tengo única y exclusivamente para Faith. Busco entre las fotos y videos y pulso un video en concreto, que empieza a reproducirse. Yo tengo el móvil y estoy enfocando a Faith. Estamos en la cama, después de hacer el amor y ella se cubre el cuerpo con la sábana gris. Tiene el pelo suelto y alborotado, las gafas puestas, y en su cuello brilla el corazón de cuarzo rosa que le regalé. Me mira y sonríe.
     -¿Se puede saber qué haces, Can? Estoy desnuda – me regaña en broma, apretando la sábana alrededor de su pecho.
     -Grabo un video para nuestros hijos – me escucho responder tras el móvil.
     Faith se ríe.
     -¿Nuestros hijos? Aún queda mucho para eso, Can – me recuerda.
     -Así podemos hacer más videos hasta que los tengamos. Y quiero más de uno, te lo aviso – digo yo.
     -Soy yo la que los va a parir, te lo recuerdo – entrecierra los ojos con una expresión divertida.
     -Aguafiestas – bufo -. Hijos míos, esta preciosidad que estáis viendo es vuestra mamá – Faith se recoloca las gafas y sonríe.
     Una sonrisa se forma en mi boca cuando la veo sonreír y el corazón se me llena de paz.
     -Es la mujer más maravillosa del planeta. Es hermosa, lista, cocina como una diosa, canta como los ángeles, huele al paraíso y tiene unas tetas preciosas. Me encantan.
     Faith me lanza el cojín y yo suelto una carcajada.
     -¡Serás guarro! ¡No puedes hablar de mis tetas en un video así! – me chilla, indignada y bromista.
     -¡Claro que puedo! Tus tetas me vuelven loco. Me vuelves loco entera – digo.
     Faith vuelve a sonreír y entonces alarga el brazo y me quita el móvil de la mano, y dirige el objetivo de la cámara hacia mí. Mi imagen aparece en la pantalla. Tengo el pelo suelto, el pecho desnudo y una sonrisa de oreja a oreja. Expulso felicidad por cada poro de piel.
     -Niños, este adonis es vuestro padre – dice su voz, esta vez tras el teléfono -. Es el hombre más guapo del mundo, tiene una sonrisa maravillosa – sonrío más -, un cuerpazo alucinante y un pelo envidiable. Probablemente os paséis el día cogiéndole trenzas, igual que hago yo.
     Me echo a reír cuando termina de hablar.
     -Procuraré cortarme el pelo antes, aunque adore tenerlo largo. No vaya a ser que os dé por coger las tijeras y jugar a los peluqueros conmigo  – hablo mirando a la cámara, dirigiéndome a nuestros futuros hijos.
     Faith cambia a la cámara frontal y se enfoca a sí misma.
     -Hijos, la regla de oro para vuestro padre es que su pelo, su cámara de fotos y su barba son sagrados, así que tenedlo en cuenta cuando empecéis a andar – habla.
     El colchón se mueve y aparezco yo al lado de ella, medio tumbado. Coloco la cabeza en su hombro desnudo y digo:
     -Para mí lo más sagrado eres tú, cariño – la miro y me inclino para darle un beso en la mandíbula -. Te quiero mucho.
     Faith baja la cabeza y me contesta:
     -Yo más.
     Y entonces nos besamos.
     Ahí el vídeo se corta y me sorprendo con los ojos llorosos. He visto este video miles de veces mientras estaba fuera. Y siempre acababa igual, porque pensaba que el hecho de tener hijos con Faith ya sólo era una ilusión. Sin embargo, ahora puede que haya una posibilidad de volver a ser felices y formar esa familia que tanto queríamos.
     Vuelvo a bloquear el móvil y lo dejo en la mesita de noche. Apago la luz y me acomodo en la cama. Abrazo la camisa de Faith y me quedo dormido con su olor.

VOLVER A TI (YSETE 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora